Dadas las condiciones que se presentan en torno a las relaciones entre Chile y Bolivia vale la pena extremar recursos sin ceder las posiciones ya adelantadas en materia diplomática, ni menos las de orden estratégico como el planteamiento nacional de acudir a organizaciones internacionales para que se ocupen de mediar en un conflicto que por más de cien años se mantiene sin solución, bajo el pretexto de cumplir tratados que en su momento definieron las condiciones de paz, pero que actualmente resultan anacrónicos en función de los fines de integración, de amistad y solidaridad.
No hace mucho un intercambio de opiniones y de posiciones entre los dos mandatarios y los cancilleres de Bolivia y Chile desmejoraron las relaciones que fueron más próximas durante el mandato de Michelle Bachelet, cuando se definió el tratamiento de una agenda de trece puntos, de los cuales ninguno se ha cumplido en su fase pragmática.
Una reunión en Lima no fructificó y sólo sirvió para derretir un poco el hielo que existía desde marzo pasado en las relaciones bilaterales, las que tampoco han retomado el curso anterior a esos hechos, permitiendo un diálogo que se anuncia en ambos frentes pero que no pasa de tal situación, mientras el problema de la mediterraneidad de Bolivia sigue sumando perjuicios.
Variantes interesantes se han presentado en los últimos días, una que puede tener su efecto a mediano plazo, tras el pedido del Gobierno boliviano al de China para que el país asiático impulse la construcción de un puerto en el enclave de Ilo que nos cedió Perú y por donde tendríamos acceso directo al océano Pacífico. Por lo menos el nuevo mandatario de Perú ha ratificado ese acuerdo de cedernos una salida al mar por casi un siglo hacia delante.
La otra posibilidad es que en función a movimientos internos que sobre el tema marítimo se producen en Chile podría variar la conducta oficial, esa que se rige celosamente por sus reglas constitucionales y que no tendría variantes en tanto no se genere un cambio sustancial en la política gubernamental del vecino país tomando en cuenta que inclusive políticos y parlamentarios chilenos muestran predisposición para cambiar las reglas de juego y acceder a una prueba de “generosidad” del país trasandino hacia el nuestro, facilitando las condiciones de una “reinstalación del diálogo bilateral sin vetar la demanda boliviana de una salida soberana al océano Pacífico”.
Las cosas actualmente están en ese nivel, aparentemente sin muchas perspectivas por parte del gobierno de La Moneda y la posición boliviana de insistir en su demanda centenaria de recuperar el mar, por la vía de la diplomacia y el cambio de actitud de Chile que reconozca solidaridad y justicia.
Se ha dicho claramente que la diplomacia entre Chile y Bolivia no debe restringirse tan sólo a la diplomacia de los gobiernos, sino que debe ir más allá, tocando la diplomacia de los pueblos, porque tienen mucha mayor apertura y flexibilidad y pueden reflejar mejor los intereses y la visión de los países. Pero además deben extenderse a la diplomacia parlamentaria, inclusive a la militar por encima de las meras gestiones de cancillerías, que no siempre son la mejor expresión de la sociedad, la comunidad y tan sólo responden a criterios políticos oficialistas.
El tema del mar no puede detenerse, la insistencia boliviana persistirá y se espera que surjan opciones realistas y amistosas desde los límites de la gobernabilidad chilena en una muestra del manejo armonioso de la diplomacia.
Fuente: LA PATRIA
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