Se cierra el “ficticio clima de la bonanza” y los altos precios
Bolivia en la crisis económica mundial
20 ago 2011
Por: Fernando Valdivia Delgado
El cuadro de una economía mundial en crisis con origen en las siete grandes potencias del mundo, por su naturaleza y expansión que ha logrado en el curso de los últimos años, indudablemente, afectará tanto a las naciones emergentes, como a aquellas consideradas, sin peyoración alguna, “en extrema pobreza”, debido a que fueron arrastradas por la tendencia especulativa de inflar los precios de las materias primas y, con ello, generar “un clima ficticio con un alto grado de bonanza cíclica”.
No es agradable, para nadie, analizar este cuadro que ha despertado preocupación, inclusive, en aquellos países que fueron parte de “la ola especulativa”, como una forma de enfrentarse “al imperialismo” y provocar “un desangre político” que debilite sus estructuras. En el escenario de esa “guerra económica” que adquiere matices de tormenta, similar a la producida en los años veinte, ha comenzado a sentirse los primeros síntomas en la provisión de alimentos básicos, donde la “extrema pobreza” y la “miseria humana” alcanzaron imprevisibles grados de hambruna, como es el caso de Somalia.
Bolivia, que es parte de aquellos países con “línea dura contra el imperio”, no está lejos de enfrentarse a situaciones extremas, debido a que su condición de dependencia del mercado externo en materia alimentaria y su debilitada estructura productiva, exacerbada por “la política” de sustitución de alimentos por el cultivo de la hoja de coca, juega un posicionamiento rígido y taxativo e impide adoptar previsiones para enfrentar el corto plazo. De hecho, este comportamiento en materia de producción de alimentos, (más coca = menos alimentos), ha cambiado al país su condición de productor para convertirlo en país importador.
Los anuncios realizados por la “cúpula gobernante”, primero, de configurar una política para hacer frente a la crisis mundial y, segundo, para lograr y consolidar una “política alimentaria con soberanía”, en ese marco, si bien conlleva un principio de voluntad para enfrentar el problema, no garantiza permeabilidad y menos protección contra los efectos que pudiesen generarse al interior de nuestra economía. Estas ideas, “de buena voluntad”, comenzaron a plasmarse en estudios y, trasladar estas ideas al papel y del papel a la práctica requiere de tiempos perentorios que, en momentos difíciles, se hacen imposibles.
No debemos olvidar que el país enfrenta, desde hace cinco años, un proceso recesivo con una amplia base de desocupados; que el 75 u 80 por ciento de la población económicamente activa, se desenvuelve en la economía informal y, además, que la mitad de la población boliviana “sobrevive” en la extrema pobreza, con un ingreso promedio diario de un dólar. En medio de estas variables, producto de la administración de los últimos cinco años, se encuentra el crecimiento inusitado de la delincuencia urbana, la prostitución desmedida y los miles de drogadictos que aseguraron su hábitat en plazas públicas, de los cuatro más grandes centros urbanos de Bolivia, creando peligrosos anillos de inseguridad ciudadana, con un intenso e incontrolado tráfico de cocaína en sus diferentes subproductos.
Pero, además, Bolivia vive del subsidio que ha provocado el crecimiento incontrolado de la deuda pública, tanto interna como internacional, cuyo nivel revelado por el Banco Central de Bolivia, ha pasado los 10 mil millones de dólares, en similar política ejercitada por la dictadura de los años setenta. Los tres bonos (bono dignidad, Juancito Pinto y Juana Azurduy de Padilla) que es la continuidad de la política neoliberal de Sánchez de Lozada, (bono sol) aprobado en tiempos electorales, son producto de los altos precios que percibe Bolivia, especialmente, del gas y petróleo exportados, pero también requiere de dinero del TGN y a ello no podemos taparnos los ojos.
Ocurre que la crisis mundial anuncia severas caídas en los precios de las materias primas y, por lógica consecuencia, el país ya no percibirá el dinero para cubrir estas bonificaciones “electoralistas”. En otras palabras, si no hay precios altos, no hay ingresos altos y, por lo tanto, las exportaciones de gas y minerales ya no producirán el dinero suficiente para cubrir esos presupuestos.
A ello se suma el subsidio que el Estado paga por la diferencia de precio de los combustibles, dicho sea de paso, cuyo presupuesto anual asciende a los mil millones de dólares. Este monto podría descender, según la caída de los precios internacionales, empero, aquello “no es un consuelo de tontos”, porque el TGN no tendrá el dinero suficiente como para garantizar el flujo necesario que exige la subvención a los carburantes. (Gasolina, diesel y otros).
Este intrincado escenario que caracteriza a la coyuntura, tendrá sus efectos muy severos en la política y, las manifestaciones, protestas sociales o bloqueos, tendrán su razón de ser en el bolsillo de los pobres y en los estómagos de los humildes, las mujeres y los niños que no tuvieron su oportunidad de contar con una fuente de trabajo que les permita acumular un poco de ahorro para estas emergencias. Esta vez, sólo Dios nos salve.
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