Una de las tareas pastorales más importantes de la Iglesia Católica es la renovación de las fiestas religiosas populares que, como en el caso de la Virgen de Urkupiña, no están exentas de controversia. No faltan personas, demasiado entusiastas y poco críticas que apoyan estas fiestas como algo grandioso. Por el contrario hay otras, más frías y escépticas, que no ven con buenos ojos y que incluso rechazan esas manifestaciones religiosas masivas por mezclar la fe con elementos espurios e incluso paganizantes. Todavía más radicalmente algunas personas consideran a estas celebraciones como un engaño diabólico de adoración de imágenes, contraviniendo así la Ley de Dios que prohíbe dar culto a falsos dioses.
La Iglesia Católica tiene una visión más equilibrada y comprensiva, centrada en el ejemplo de Jesús. Él con inmensa misericordia se acercaba a las muchedumbres iletradas, les atendía en sus necesidades corporales y espirituales y les anunciaba el Reino de Dios con palabras y ejemplos sencillos adecuados a su mentalidad, sin por ello renunciar a la exigencia del Evangelio. Jesús sentía una profunda alegría y daba gracias al Padre por haber ocultado la revelación de su propia identidad a los sabios y letrados y haberla mostrado a la gente sencilla. Al mismo tiempo fustigaba a los fariseos que instrumentalizaban la religión para sus propios intereses.
Por ello todas las autoridades civiles y eclesiásticas, los sacerdotes y las personas consagradas o laicas tenemos el desafío de purificar estas fiestas eliminando todo vestigio de paganismo. Mencionamos algunas desviaciones más llamativas. El mercantilismo es una de ellas. En la precaria situación actual de Bolivia es comprensible que muchas personas, carentes de trabajo estable, aprovechen cualquier acontecimiento popular para ganarse la vida, ofreciendo comidas, bebidas y toda clase de artículos. Pero así las fiestas corren el peligro de convertirse en un mercado para vender y comprar.
Otro elemento, conectado al anterior y con efectos tremendamente negativos, es la venta incontrolada de bebidas alcohólicas. Empresas de cerveza y otros licores despliegan toda una red de marketing, fomentada por generosos auspicios y propaganda llamativa, que termina finalmente en un consumo masivo y excesivo de alcohol con los consiguientes espectáculos bochornosos de inmoralidades, peleas y actos delictivos, todo ello totalmente discordante con la finalidad religiosa de la fiesta. Por todo ello hay que esforzarse en dejar libres de comercio y mantener la ley seca en los santuarios y en las zonas periféricas.
También hay que combatir el rampante erotismo. Bajo pretexto de modernidad folclórica, se han ido acortando las vestimentas femeninas de las bailarinas de modo escandaloso, similar a los carnavales paganos. Además, en las cercanías de los lugares sagrados se multiplican los recintos de bailes y exhibiciones inmorales e incluso lugares de prostitución. Todo es totalmente contrario a la fe cristiana. Habría que controlar esos lugares y descartar las vestimentas y bailes provocativos, recuperando las danzas con espíritu religioso, tal como se ha conservado en las entradas autóctonas tradicionales en honor de la Virgen María.
Igualmente hay que rechazar los sincretismos o mezclas entre elementos cristianos y paganos con cultos al Inti o a la Pachamama o incluso a seres diabólicos. Aquí hace falta un discernimiento para inculturar la fe cristiana en las costumbres actuales. Así por ejemplo es necesario subrayar las raíces bíblicas del rito de la piedra. La “roca” es uno de los apelativos más significativos para invocar a Dios como protección y fortaleza (Sal 18, 3; 95, 1; 141, 6). En el éxodo por el desierto, Moisés para calmar la sed del pueblo, por orden de Dios, golpeó la roca de la que brotó el agua (Ex 17, 6). Según la tradición rabínica la Rúaj (Espíritu) de Dios era la roca espiritual que seguía al pueblo para apagar su sed durante la larga travesía. Por ello Pablo la considera símbolo de Cristo (1 Co 14, 4).
Esta recuperación y renovación espiritual está en línea con las conclusiones de los Obispos latinoamericanos reunidos en Aparecida que alaban la religiosidad popular, especialmente la devoción mariana. Hacen suyas las palabras del Papa Benedicto XVI, quien destacó la “rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos”, y la presentó como “el precioso tesoro de la Iglesia Católica en América Latina”, invitando a los Obispos a promoverla y a protegerla (DA 258).La Virgen María con su ternura maternal lleva a enternecer el corazón de las personas egoístas y abrirles a la misericordia y al perdón. Éste es el mensaje de Jesús con su muerte en la cruz para darnos su Espíritu de auténtico amor, que socorre a los pobres y necesitados, une a las familias, reconcilia a las comunidades y renueva a la misma Iglesia. Se debe insistir en una catequesis creativa en forma oral o escrita con folletos sencillos, donde los peregrinos puedan comprender la presencia de Dios en estas fiestas orientándoles hacia un proceso de conversión personal y comunitaria que culmine en los sacramentos de la confesión y de la comunión. Esta debe ser la prioridad de toda peregrinación, por encima de otras finalidades materiales. Para todo ello es muy conveniente y hasta necesario impulsar la construcción del Santuario en el cerro de Cota, lugar de las presuntas apariciones marianas, para mantener una pastoral permanente a lo largo del año.
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