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Domingo 14 de agosto de 2011

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Revista Dominical

La fiesta de la Virgen Asunta

14 ago 2011

Fuente: LA PATRIA

Por: Bernardino Zanella Rector del Santuario de la Virgen del Socavón

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El 15 de agosto se celebra la fiesta de la asunción de la Virgen María Asunta al cielo en cuerpo y alma. Se celebra con particular solemnidad en la Catedral de Oruro, porque es la Patrona de la Diócesis.

Es una fiesta rica de inspiración para nuestra fe. Reconocemos que la Madre, que ha estado a lado de su Hijo Jesús en tantos momentos de su vida, y sobre todo “junto a la cruz”, comparte ahora con él la plenitud de la vida en el Reino de Dios. Y al mismo tiempo Ella es la señal segura del destino último de toda la humanidad, que camina hacia el encuentro definitivo con Dios. Más que nunca necesitamos mirar a esta señal, para animarnos a reconocer la grandeza de nuestro ser, en su totalidad física y espiritual, en armonía con toda la creación.

Muy oportunamente el documento de la Conferencia episcopal latinoamericana de Puebla nos recuerda: “En la Asunción de la Virgen se nos manifiesta el sentido y el destino del cuerpo santificado por la gracia. En el cuerpo glorioso de María la creación material comienza a tener parte en el cuerpo resucitado de Cristo. María Asunta es la integridad humana, cuerpo y alma, que ahora reina intercediendo por los hombres, peregrinos en la historia” (298).

El Prior General de los Siervos de María, P. Ángel Ruiz, saludando este año a todos los hermanos y hermanas de la Orden en el mundo, con motivo de la fiesta de la Asunción de María, les escribe: “Hoy, que se habla tanto de la salvaguardia de la creación, debemos comenzar por ‘custodiar’ nuestro cuerpo, ‘nuestra propia creación’, por defender su dignidad, elevar su estatura social, enseñarle a relacionarse con los demás buscando siempre el bien común. Custodiar nuestro cuerpo significa tener parte, como María Asunta, en el cuerpo resucitado de Cristo, luchar por la dignidad del hombre y la mujer de nuestro tiempo; luchar para que ningún cuerpo muera de hambre, sea torturado, humillado, explotado, ningún cuerpo sea abusado, excluido, marginado, relegado, ningún cuerpo sea matado al inicio o al final de su vida”.

Para la fiesta de la Asunción de María ha sido elegido el evangelio de san Lucas 1, 39-56:

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:

“¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.

María dijo entonces:

“Mi alma canta la grandeza del Señor,

y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,

porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora.

En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,

porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡Su Nombre es santo!

Su misericordia se extiende de generación en generación

sobre aquéllos que lo temen.

Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.

Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.

Colmó de bienes a los hambrientos

y despidió a los ricos con las manos vacías.

Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia,

como lo había prometido a nuestros padres,

en favor de Abraham y de su descendencia para siempre”.

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

Después de haber manifestado su aceptación, al ángel que le anunciaba que iba a ser la madre del Salvador, María se pone en camino para visitar a su parienta Isabel, embarazada ya de seis meses. En el relato del viaje, de Nazaret a Jerusalén, vemos que Lucas quiere transmitirnos la idea que María repite los detalles del traslado a Jerusalén del Arca de la Antigua Alianza. En el Arca estaban contenidas las tablas de piedra de la Ley de Moisés; ahora María embarazada es el Arca en que está contenido Jesús, el que sellará con su sangre la Alianza nueva y definitiva.

El encuentro de las dos madres está lleno de alegría, de gritos y cantos. Celebran lo imposible hecho posible en sus vientres. Isabel era anciana y estéril, María era virgen: ahora las dos son madres, “por que no hay nada imposible para Dios”.

Todo el mundo ha como desaparecido, está en silencio. Se oyen sólo las voces felices de las dos mujeres, mientras el niño que será Juan el Bautista, salta de alegría en el vientre de la madre. Isabel reconoce en María la bendición de Dios. Dios es bendito, porque es el dador de la vida, de la fecundidad y la abundancia. María ha sido bendecida no sólo por que engendra vida, como todas las madres, sino por que engendra al mismo autor de la vida, Jesús. Ha creído en las promesas de Dios, como Abraham, el padre en la fe: ella ahora la dichosa madre en la fe.

Y estalla en el canto que sigue estremeciendo a todas las generaciones y es la voz de la humanidad entera: “Todo mi ser proclama que Dios es grande”. Y, ¿por qué Dios se ha fijado en ella, ha mirado a ella? No a motivo de su bondad y sus méritos, sino por que “pequeña”: “Miró con bondad la pequeñez de su servidora”. Revela la lógica de Dios, que elige a los pequeños, a los débiles, para confundir a los poderosos. Y desde la mirada de Dios, María descubre un mundo malhecho, donde hay, de un lado, soberbios, poderosos, ricos; y de otro lado, humildes y hambrientos. Es la foto de una sociedad terriblemente injusta y violenta. No es esa la forma en que Dios ha soñado el mundo. Él quiere un mundo diferente y lo muestra en la misma elección de María, la “pequeña”, madre de su Hijo. Ha sido este el motivo de la Alianza que él guarda fielmente: hacer nacer en Jesús una humanidad nueva, según su proyecto misericordioso, una humanidad justa, solidaria, digna, feliz.

Todo esto celebramos en la fiesta de la Virgen María, Asunta al cielo en cuerpo y alma.

Fuente: LA PATRIA
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