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Domingo 07 de agosto de 2011

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Cultural El Duende

Desde mi rincón:

¿Como el cangrejo?

07 ago 2011

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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Escribo este artículo el 29 de junio, día en que –desde hace siglos– en el mundo católico se ha venido celebrando la festividad de los santos Pedro y Pablo, verdaderas columnas de la Iglesia. Se ha venido celebrando, sí; pero ya habría que entrar en varios matices a la hora de precisar con qué tipo de ‘festividad’; de todas formas, el tema se presta a una pequeña consideración de alcance más general.

Digamos que, desde la conversión del emperador Constantino (siglo IV), la Iglesia se ha venido ‘beneficiando’ de la oficialidad que desde entonces le fue concedida; y esto ha significado, entre mil otras cosas, que el estado incluía en su listado de ‘feriados’ una serie de fiestas litúrgicas católicas. Una de las justificaciones que se ha solido dar al respecto es que así se facilitaba a los fieles el que acudieran a la misa y, a veces, a otros actos de devoción. Esto ha durado más o menos hasta el siglo XX, aunque ya con diversificaciones concretas según los países (por ejemplo, con el cisma de Oriente y, más tarde, con los ‘reformadores’ protestantes; en los diversos regímenes comunistas de Rusia y su bloque; Castro suprimió en Cuba hasta la fiesta de Navidad; etc.). En el siglo XIX, pero mucho más en el XX, los gobiernos han tendido a considerar que había demasiados feriados religiosos (por supuesto, no que hubiera demasiados feriados ‘patrióticos’ o ‘civiles’: de éstos, ¡nunca tienen bastantes!). Y han ido serruchando la lista: dizque había que hacer trabajar más y más a la ciudadanía; pero, de hecho, han solido sustituir las fiestas de tradición religiosa por fiestas de tradición ‘política’.

Por otro lado no podemos dejar de considerar algunas otras realidades. La principal es la descristianización masiva, proceso que lleva más de un siglo en Europa, pero al que también lo han ido imitando otros continentes (sin descuidar el latinoamericano). Dentro de esa misma ola, también los que (todavía) siguen considerándose católicos han empezado a considerarse ‘desobligados’ de la obligación de acudir a misa los domingos y demás fiestas litúrgicas principales del año (habitualmente conocidas como ‘fiestas de precepto’): el peso del domingo ha quedado diluido bajo el peso del ‘fin de semana’, con las ganas de atender sólo al descanso y a la ‘desconexión social’. Y todavía como una manifestación más de aquella descristianización, también hay que mencionar la incesante presión ‘social’ del comercio para borrar el carácter no-laboral hasta de los domingos, abriendo –por ejemplo– las tiendas como cualquier otro día del año.

¿Y qué ha hecho la Iglesia ante esas decisiones ‘inconsultas’ de los poderes políticos? La tendencia ha consistido, uno diría que como solución de emergencia, en trasladar las fechas festivas al domingo anterior o posterior a la fecha originaria. Es decir: en la práctica ha suprimido aquella festividad. Con esto la jerarquía eclesiástica ha venido a confesar que los católicos sólo celebran las festividades religiosas si se les conceden huelga laboral.

¿Es acertado este criterio? Me parece demasiado pragmático. Quiero decir: demasiado derrotista: da por perdida la batalla antes de darla. Demuestra que los obispos tienen un concepto bastante pesimista de sus fieles, pues aceptan que éstos no cumplen con sus obligaciones litúrgicas cuando, además, tienen que trabajar normalmente. Y peor todavía: suelen olvidar esta temática cuando se trata de formular grandes diagnósticos sobre la ‘profunda religiosidad de nuestro pueblo’ u otras fórmulas similares.

En este contexto lo que habría que destacar y que se suele perder de vista, es que la Iglesia ha ido a remolque de las decisiones civiles; con ello ha demostrado su incapacidad para decidir sus propios asuntos sin el ‘favor’ del poder político. ¿Por qué la autoridad eclesiástica no ha predicado a los fieles la obligación de celebrar su calendario litúrgico tanto si se trataba de días feriados como laborales? La respuesta es fácil de dar: porque reconocía, de hecho, que sus fieles sólo acudirían a las misas si se los liberaba de la obligación de trabajar; o dicho de otra forma, que los católicos somos incapaces de compatibilizar el cumplimiento de las obligaciones religiosas con el carácter laboral de tal o cual fecha.

Vistas las cosas desde esta perspectiva, resultan penosas por partida doble: naturalmente en sí mismas, por la degradación que ponen de manifiesto de la conciencia religiosa de la población; pero también por la falta de valentía de los pastores al no querer emprender el ‘camino estrecho’ (el de la independencia de los ‘ministerios de trabajo’); en concreto, al no atreverse a emprender una labor de instrucción y persuasión de los creyentes; finalmente, al no reconocer en voz alta el blando temple dominante entre sus filas.

Cualquier solución es preferible a la adoptada, por ser ésta demasiado ambigua. O se redefine y reconfigura el año litúrgico trasladando sistemáticamente al domingo más próximo todas las festividades que puedan caer entre semana. O dejan de ser ‘fiestas de precepto’, eliminando las obligaciones que van anexas a ellas.

Tema de interés profundo porque pone al descubierto factores de primer orden. A menos que queramos jugar al derrotismo ‘postmoderno’ light; pero aun en este caso, sería recomendable que, en lugar de encubrir cobardemente las cosas y las palabras, llamáramos a cada una por su propio nombre.

Fuente: LA PATRIA
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