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Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 EL DÍA GLORIOSO DE BOLIVIA - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
Por: Dr. Alfonso Gamarra Durana - Miembro de Número de la Academia Boliviana de la Lengua y miembro de la Sociedad Boliviana de Historia
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No es una fecha cualquiera. Es cuando la noche se hizo día; y el día, se posó en admirable aurora. Fue el 6 de Agosto de 1825. Y a partir de los días siguientes fueron, por obra de maravilla, años fecundos de una república joven. Cada lustro se envolvió como con manta andina, con una bandera, color de vientos, ríos, nieve de montañas y sangre de pobladores honrados. Un estandarte que, por su ostentación fabulosa, centelleaba con energía medible entre una estrella convulsionada y una erupción volcánica; y se hallaba también salpicada de lágrimas maternales, de esas que corren para ablandar los nidos. Una soberbia bandera que salía de los rincones de los cielos para llegar adensándose años después en el territorio de Bolivia: Un pabellón rojo, amarillo y verde, desmesuradamente ampliado para cobijar a todos sus hijos que le ofrendaron la vida en las desazones bélicas, en los descalabrados accidentes de las minas, en las inundaciones sorpresivas de los ríos-dioses de sus departamentos orientales; y en el sacrificio cotidiano de sus habitantes que trabajan inclaudicablemente para sostener la vida en sus nueve departamentos.
Los matices tricolores son los mandamientos bíblicos para hacer la Patria que siempre es, y la que será, la que condensará finalmente la verdad urdida por el destino para esculpir de Bolivia la realidad de una tierra prometida, con paz, libertad y bienestar.
El altiplano tiene ansia de ternura; el valle, persecuciones de realizaciones tenaces; y el llano, seguridades, porque tiene el vientre de nuestra madre fecunda que en su parto cosecha esperanzas. En los cuatro puntos cardinales de la geografía debería haber un entremezclarse de la memoria histórica, cayendo del zenit del patriotismo, porque todos los ciudadanos fueron engendrados en el día testifical del 6 de Agosto en que los auspicios venían solemnes desde el abolengo escondido de los pueblos ancestrales y milenarios, y el bautizo era dado por la experiencia de los doctores charquinos y las fogosas mesnadas murillanas, que encendieron la tea que despachó meteoros logrando orbitarlas en el firmamento del París revolucionario y de la Atenas democrática.
Cuando los pueblos se proclamaron libres buscaron en sus conciencias ingenuas lo que desde el púlpito se repetía: Tener resignación en las entrañas y no lanzar blasfemias al rostro de los representantes de la monarquía. Los vecinos habían enfermado en sus poros la sudoración incesante del entregar el trabajo al capataz, y de que estuviera estancada en ellos la coloración morena de la raza. Los peninsulares y los criollos no necesitaban desgarrar su epidermis para saberse blancos hasta la tercera capa de sus células y hasta el cuarto estrato de las generaciones heredadas, sólo necesitaban mostrar los ajados pergaminos que cadáveres ya enterrados habían adquirido de los tronos europeos. Las razas oriundas se dolían como sangre viva pero nunca entregaron a los visitantes de otros hemisferios la pureza enigmática de sus mitologías y sus costumbres. No quisieron ser la decepción de miles, sino los que esperaron el alarido de las entrañas de la tierra. No tuvieron gemidos porque la soldadura del suelo con el hombre es compromiso y es entrega deliberada.
Más que con esos hechos legendarios, las puertas se abrieron con el tronar sinfónico de los ejércitos libertadores, que tuvieron su partida en las victorias; atravesaron los Andes, las parameras, los torrentes, las distancias inconcebibles del Continente Nuevo; cursaron las ráfagas violentas, para llegar a abrir esos portones de los pechos altoperuanos, ávidos de superar la ignominia de la pasada conquista y el coloniaje, aspirando su propio orgullo de saberse ingobernables, soportando el vértigo mismo de sentirse en las alturas, de tener antecedentes desde el fondo de los abismos seculares, cantando al sol creador y al relámpago cegador.
El 6 de Agosto sería una fuga hacia la serenidad. Terminó la época de las guerrillas, de las marchas y contramarchas ibéricas que ejecutaban para ahogar las rebeliones de los pueblos, de la angustia en las llanuras, del terror recordando el martirio de Bartolina Sisa y los paladines nativos, el vivir que no era vivir de los mitayos en las minas, los esclavos en las fincas, los indefensos en las levas, el traslado inexorable de los orureños de Febrero hasta las cárceles húmedas de Buenos Aires. Y finalmente llegó el ruido bienhechor procedente desde el Norte, como un timbre ululante incomprensible y, más tarde, como el ruido de las armas blancas que tarjaban faces y espaldas, cumpliendo su tarea ineludible de abrir camino al ejército de Bolívar, el ínclito guerrero.
La órbita de este astro comenzó en Carabobo y Boyacá y, sin traspiés en su desplazamiento siguió por la parte asombrosa del planeta, por el continente sudamericano, sembrado por la fuerza de las edades geológicas en el fondo de los océanos para ser el pedestal del genial caraqueño. Con la batalla de Junín se erigió para la eternidad, seduciendo a un infinito, incrédulo todavía, pero pasmado, y recorriendo en los futuros el fondo de los hombres que no llegarían a olvidar que el Libertador no quiso tener naufragios ni prejuicios en el mar inquietante de los anhelos, no quiso padecer oleajes tormentosos, ni vientos acallando las voces, ni oscuridades aletargando las mentes, ni rayos que fundan hierros y modelen cadenas en el borde largo de los huesos y que impidan así el moverse y el golpear las desdichas para recuperar libertades.
Así creció la República, con canallas o con hombres probos. Con la plebe descarriada dirigiendo, con hombres impersonales ególatras. O con genios que llevaron las riendas diciendo las verdades, construyendo cimientos, elevando a alturas las cualidades de la Patria.
Entre cientos de hazañas, que a veces no quieren recordarse, hubo la extensión de oráculos y banderas, de ciencias y artes, abriéndose en sus templos, y de aquellas esperanzas volviendo siempre en cada nueva aurora, a pesar de que la estupidez humana infestaba las extremidades de las naciones vecinas para volverlas garras de rapiña que se manifestaron en los campos de Marte y del infierno.
No obstante que muchas cruces señalaban el holocausto de los defensores de su suelo, en todos los horizontes de la Patria, banderas enhiestas rivalizaban con esas lápidas cuando usurparon los océanos de nuestras fronteras, el mar azul del Pacífico y el verde del Chaco Boreal. Era para pensar que la estrella de la fortuna desnuda había caído para trizarse, sin embargo, los misterios hicieron que brillara y se mantuviera espejeante, iluminando el renacer del pueblo.
La tierra útil, de portento en portento, crea hombres como similares. Un espíritu ennoblecido por notables sentimientos ha cundido en toda época, y Bolivia orgullosa vio a sus hijos civiles o militares. En las contiendas, muchedumbres en formación marcial estaban comandadas por férreos líderes, que sin temor a la emboscada no erraban en la quimera. Sus himnos, sus tambores, sus clarines, anestesiaban el dolor del combate, pero sin miedo galopaban en posición abierta, airosos con sus grímpolas y penachos al viento.
El general José Ballivián confirmó la existencia de la república, arrasando las cabalgaduras peruanas, los infantes, las memorias y las enloquecidas pretensiones de domeñar territorios. En Ingavi la batalla fue ganada por el huracán de los justos.
Ismael Montes, triunfador en combates contra los bandoleros separatistas, en el territorio del Acre embrujó con su estampa gallarda y ganó las escaramuzas como deleitándose en las aventuras bélicas y silvícolas.
Bernardino Bilbao Rioja en la tempestad ardiente de la estrategia, logró la magia imposible de que los planos tomaran vida y moviendo a sus tropas venció en la gigantesca batalla de Villamontes, desafiando las maldiciones lanzadas por los pilas que volvían el rostro para alejarse de la tenacidad de los vivos y no caer en la desgracia de los muertos.
El concepto trágico se balancea cuando el culto a la paz domina los preceptos y aparecen los héroes civiles José María Linares, Tomás Frías, Gregorio Pacheco, Aniceto Arce, José Manuel Pando, Bautista Saavedra, etc. En la paradoja problemática que muchas veces se presenta, el ciudadano se hace enemigo del semejante porque hay gente que se afilia a los siete pecados capitales cuando en verdad la libertad es un pájaro volando en el cielo, ilimitada trayectoria, pegado el ojo avizor al sol que nunca muere y que es su meta por la luz inacabable que forja el crecimiento de los seres en una patria enorme, diferenciada de las demás del orbe porque ha recibido los legados mejores de la naturaleza, porque son los hados indulgentes con ella y porque está destinada ─si inmarcesible─ a ser grande cuando los fusiles se fracturen desconsolados y den paso a fascinaciones venturosas, y cuando las creencias universales sólo sepan de bondades categóricas.
Se acrisoló un espíritu que no se diluyó en la nada, sino que tomó cuerpo, palabras y gestos, actitudes e ideales, y constituyó nuevamente el anhelo colosal de ser una nación altiva y soberana, que se olvidó de las piedras que servían para túmulos funerarios, y las convirtió en las aras de sus excelsos monumentos que señalaban la posesión de la libertad y el más caro premio de independencia.
Ondulan las notas musicales en un presente hermoso acomodando el ideal de conservar en su máximo esplendor el alto nombre de la Patria y que, entre el pliegue de sus victoriosas banderas, juremos una y mil veces: Antes que ser esclavos, recibir la muerte. Acomodados los pensamientos nacionales en los arpegios del glorioso Himno Nacional.
Fuente: LA PATRIA
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