Cuando las normas nacen del escritorio y no de la realidad
25 jul 2011
Por: Vladimir Mamani Ancari
Desde su enfoque pedagógico, el término "vacación" se concibe como un descanso pedagógico, es decir, pausa en las actividades de aula, que no implica necesariamente cesación de la actividad de aprender, porque el aprendizaje es un proceso continuo. De ahí resulta que incluso durante dicha pausa los procesos de construcción de aprendizajes siguen en marcha y, por tanto, necesitan cuando menos un sostenimiento mínimo porque de lo contrario, luego del descanso, se los tendría que reiniciar. Un niño que está aprendiendo a leer necesita continuar ejercitando porque no se lo puede apagar, como una videocasetera y luego, cuando se quiera, volver a encenderlo y continuar "desde donde se quedó".
Por todo ello, la prohibición de las autoridades educativas de dar tareas, es decir, asignar trabajos de sostenimiento pedagógico durante una vacación equivaldría virtualmente a un letrero de "Prohibido Aprender", más aún si es bajo pena de sanciones a los profesores.
Ante ello, sólo una pregunta, especialmente en los grados inferiores, ¿cuántos procesos de lecto-escritura iniciados 2, 3 ó 4 semanas antes, y que por esta prohibición quedaron truncos, deberán comenzar de nuevo? Algo parecido también podría preguntarse sobre grados superiores.
Por otro lado, si bien en las ciudades la vacación significa tiempo de inactividad, incluso para el aprendizaje, en las áreas dispersas los adolescentes aprovechan para procurarse sustento y recursos sea en labores productivas de la propia región o, mejor, trasladándose a los centros urbanos a trabajar "en lo que se pueda", dada la crisis socioeconómica agravada por los rigores climáticos propios de la región, que en el caso del departamento de Oruro, limitan aún más la productividad andina.
Es así que las vacaciones invernales, como la presente, no son para descanso ni mucho menos. Como en las ciudades la modalidad laboral tiene sus propios rasgos, la perspectiva de trabajo para estos adolescentes es igual de dura. Las posibilidades temporales tanto para prestación de servicios en talleres, construcción y otros que involucran mano de obra básica y no calificada, comprenden períodos mínimos de un mes, o en cambio, si es por menos tiempo, implican también menos cantidad y calidad en el salario. Así, cuando alguien trabaja por muy corto tiempo, lo hace con la perspectiva adelantada de que su remuneración, de por sí reducida, lo será aún más si sólo es por dos o tres semanas.
Resultado: explotación laboral, depauperación y menos equidad.
Ante esta perspectiva, quien conoce la realidad socioeconómica deprimente y la situación educativa deficitaria que afecta a la población infantil y adolescente de las áreas dispersas, se pone a reflexionar sobre si tiene sentido la prohibición de dar tareas para la vacación, cortando con la misma tijera a los docentes que lo hacen por un legítimo propósito pedagógico de sostener los procesos de aprendizaje y a otros profesores, realmente arbitrarios, que mortifican a sus estudiantes sólo para aguarles el alivio que significa un corto descanso, mientras que por otro lado, el mínimo tiempo que les permite a los adolescentes trabajar en algo para ganarse unas monedas, al no alcanzar ni un mes sino sólo "casi", significa anteladamente desigualdad de oportunidades.
El caso de docentes que, haciendo abuso de su autoridad pedagógica, piensan que las vacaciones son ocasión de actualizar o poner al día todos los temas que por mala planificación han quedado rezagados, forzando a que sus alumnos las hagan durante la pausa invernal, ciertamente es una falta grave que se debe individualizar y sancionar como corresponde. Pero no por eso se puede generalizar poniendo en la misma caja a los profesores que de buena fe, animan a sus alumnos a continuar aprendiendo, si bien mínimamente, pero siempre en base a deberes acordes a un tiempo de descanso, sin prisa pero tampoco sin pausa.
Pero en el caso actual, se transmitió, tal vez sin quererlo, la idea de que la vacación es, verdaderamente, "para no hacer nada", lujo que ninguna sociedad, por muy próspera que sea, se puede dar. Hubo muchos profesores que cuando intentaron dar tareas mínimas fueron amenazados por sus mismos alumnos, contrasentido lamentable.
Si bien es pertinente realizar una pausa pedagógica, que además significa, para quienes la necesiten, oportunidad de buscar mejor sustento, cortar "por orden ejecutiva" los procesos de aprendizaje ya en curso, incluso "bajo pena de descuentos" resulta claramente populista, cuando no arbitrario, despropósito sin sustento pedagógico-científico.
Nadie duda que el rigor climático del invierno impone una pausa de asistencia a las escuelas, pero no por eso caben actitudes contrarias al paradigma de continuidad que implica todo proceso educativo y que, en este sentido, es legítimo cortar los abusos y excesos; pero no por eso se puede sancionar al profesor que se preocupa porque sus alumnos sigan aprendiendo, aún cuando por un tiempo no asistan a las aulas.
Cerrar las aulas no significa cerrar las mentes, ¿no les parece?
(*) Profesor, Docente profesional del área dispersa
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