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Invitado


Domingo 24 de julio de 2011

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Cultural El Duende

Luis Alberto de Cuenca

24 jul 2011

Fuente: LA PATRIA

Luis Alberto de Cuenca y Prado. España, 1950. Poeta, ensayista y traductor. Algunos de sus libros de poesía son: Por fuertes y fronteras (1996), El bosque y otros poemas (1997), En el país de las maravillas (1997). Los mundos y los días (Poesía 1972-1998) (1998), Ahora y siempre (2004) y El reino blanco (2010).

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El resplandor

La luz proyecta un resplandor perlado

sobre la pendiente de tus senos,

apenas contenidos en la escasa

pechera de tu vestido. Un resplandor

que viene de otro tiempo y de otro sitio

y que sigue brillando todavía.

Qué complaciente estabas, amor mío, en la pesadilla

El problema no es tener que abandonarlo

todo a cambio de ti.

El problema es tener que abandonarte a ti

a cambio de un fantasma.

Son las cosas que ocurren cuando sueñas que vuelve

la mujer que no ha de volver.

Bébetela

Dile cosas bonitas a tu novia:

“Tienes un cuerpo de reloj de arena

y un alma de película de Hawks”.

Díselo muy bajito, con tus labios

pegados a su oreja, sin que nadie

pueda escuchar lo que le estás diciendo

(a saber, que sus piernas son cohetes

dirigidos al centro de la tierra,

o que sus senos son la madriguera

de un cangrejo de mar, o que su espalda

es plata viva). Y cuando se lo crea

y comience a licuarse entre tus brazos,

no dudes ni un segundo:

bébetela.

Collige, virgo, rosas

Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.

Córtalas a destajo, desaforadamente,

sin pararte a pensar si son malas o buenas.

Que no quede ni una. Púlele los rosales

que encuentres a tu paso y deja las espinas

para tus compañeras de colegio. Disfruta

de la luz y del oro mientras puedas y rinde

tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico

que va por los jardines instilando veneno.

Goza labios y lengua, machácate de gusto

con quien se deje y no permitas que el otoño

te pille con la piel reseca y sin un hombre

(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.

Y que la negra muerte te quite lo bailado.

La flor blanca

Entraban en silencio el invitado,

la mujer de su amigo y la flor blanca.

Estaban en silencio. Y el espacio

de su amor era blanco y silencioso,

como la flor que lo representaba.

Y aquel silencio era deseo y culpa,

traición amarga, dulce desafío,

y había en él angustia y esperanza,

y era la plenitud, y el desengaño.

Cuando vivías en La Castellana

Cuando vivías en la Castellana

usabas un perfume tan amargo

que mis manos sufrían al rozarte

y se me ahogaban de melancolía.

Si íbamos a cenar, o si las gordas

daban alguna fiesta, tu perfume

lo echaba a perder todo. No sé dónde

compraste aquel extracto de tragedia,

aquel ácido aroma de martirio.

Lo que sé es que lo huelo todavía

cuando paseo por la Castellana

muerto de amor, junto al antiguo hipódromo,

y me sigue matando su veneno.

Mal de ausencia

Desde que tú te fuiste, no sabes qué despacio

pasa el tiempo en Madrid. He visto una película

que ha terminado apenas hace un siglo. No sabes

qué lento corre el mundo sin ti, novia lejana.

Mis amigos me dicen que vuelva a ser el mismo,

que pudre el corazón tanta melancolía,

que tu ausencia no vale tanta ansiedad inútil,

que parezco un ejemplo de subliteratura.

Pero tú te has llevado mi paz en tu maleta,

los hilos del teléfono, la calle en la que vivo.

Tú has mandado a mi casa tropas ecologistas

a saquear mi alma contaminada y triste.

Y, para colmo, sigo soñando con gigantes

y contigo, desnuda, besándoles las manos.

Con dioses a caballo que destruyen Europa

y cautiva te guardan hasta que yo esté muerto.

El olvido

La olvidé. Por completo. Para siempre

(o eso creía entonces). Me cruzaba

con ella por la calle y no era ella

quien se paraba ante un escaparate

de ropa deportiva, no era ella

quien compraba el periódico en un quiosco

y se perdía entre la muchedumbre.

Como si hubiera muerto. No era ella.

Su nombre era el de todas las mujeres.

Fuente: LA PATRIA
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