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Domingo 24 de julio de 2011

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Cultural El Duende

Ajuya y Silluta

24 jul 2011

Fuente: LA PATRIA

La tradición oral es la base de la cultura de los pueblos ágrafos. Las comunidades rurales del altiplano orureño, hasta hace dos generaciones atrás, han mantenido como fuente de información, la narración oral. En muchos casos, esta tradición se ha extraviado en el mare mágnun de la escritura.

De su parte, el mito ha sido una fuente importante para explicar la existencia de seres humanos, criaturas y fenómenos de la naturaleza. El territorio, el terreno como bien económico que da sustento a los seres vivos, con sus diferentes accidentes, sólo podía ser explicado por el mito.

En la comunidad de Wankaroma, de la provincia Cercado del departamento de Oruro, a principios de la década de los ochenta del siglo pasado, nos relataron un mito que no estaba relacionado directamente con su realidad local, pero sí con la de sus vecinos más cercanos. ¿De dónde venía las referencias? Nadie podía explicar, como respuesta nos decían que así contaron los abuelos.

En tiempos remotos, cuando se estaba formando pacha (el universo – naturaleza) existían hombres y mujeres viviendo en el suelo que wiraqocha les había dado. Uno de esos grupos humanos vivía en un campo llano donde tenía todo para subsistir: ganado, suelo fértil, lluvias en períodos adecuados y muchas ganas de trabajar.

Lejos de esa realidad, en otra sociedad, se estaba desarrollando un drama que con el tiempo daría paso a una nueva fuerza. En la lucha entre el bien y la desconfianza de las personas, la solidaridad puede ser la menos deseada. Tunupa predicaba el bien a los ribereños del lago Qocha mama (Titicaca), diciéndoles que la desidia, el aprovecharse del esfuerzo ajeno y la envidia no debían oscurecer el corazón humano; que el trabajo comunitario debía ser la norma para que todos disfruten por igual de sus rendimientos; que todo venía de la señora naturaleza - la pachamama, para que nadie sufra hambre, frío ni sed.

Sin embargo, los habitantes de K’ara phuku (olla vacía), en unión con otros poblados de las orillas del lago, tildaron de mentiroso a Tunupa, afirmando que tenían derecho a ser qamiri (poderosos y sobresalientes). La prédica de unos pocos llenos de ambición, convenció a la gente sencilla y laboriosa. Tunupa que era enviado de Wirawocha, fue atado al palo en una balsa y arrojado a las aguas para que éstas con sus grandes olas lo despedazaran en los riscos. Ante una muerte segura la roca se abrió, las aguas con la balsa pasaron al otro lado del farallón y se formó un lago menor. Pero el peligro no había pasado, la balsa podría ser golpeada contra la ribera, entonces Wiraqocha hizo que la tierra acogiera en su seno a la balsa llevándola hasta Pampa Aullagas y creando de esta forma un nuevo río, al que conocemos como Desaguadero, y más allá un lago, el Poopó o de Pampa Aullagas.

Una vez liberado por los habitantes de los alrededores de Pampa Aullagas, Tunupa siguió su camino, quiso ver las aguas que lo trajeron a estos nuevos territorios y se transformó en una cumbre ubicada antes del salar y que lleva su nombre.

Con el correr del tiempo, las aguas del nuevo río, amenazaron arrasar con lo que hoy conocemos como ciudad de Oruro. El río considerado sagrado o de respeto por los lugareños, puesto que había sido creado por Wiraqocha, no sólo tenía crecidas, su peligro mayor estaba en que podía cambiar su curso y destruirlo todo. Hombres, mujeres y niños no tenían la capacidad para contener el inminente riesgo. A pesar de todo su poder, Wiraqocha no podía neutralizar la arremetida de las aguas. ¿El porqué? No lo sabemos.

El creador de todo, sabedor de que la gente era buena y trabajadora, quiso protegerlos. De sus hijos eligió al mayor para que encontrara la forma de mantener el cauce de las aguas sin dañar personas ni bienes. En aquellos tiempos en que todo estaba tomando forma, las aguas del río eran extremadamente caudalosas, se diría que tenían vida propia, y en su búsqueda de un cauce podían destruir lo que se presentase en su camino.

El hijo del ser supremo debía demostrar los atributos que tenía para agradar a su padre. Cuando llegó al lugar, vio las aguas que amenazaban y le pareció que podía contenerlas sujetándolas. Sus manos eran fuertes pero las aguas eran más. Con todo el valor que poseía intentó mantenerlas sujetas a su primitivo lecho, sin embargo el poder independiente del río era invencible. En la lucha, no de quien cedía, sino de quien mandaba en este duelo, ambos perdían la paciencia. El poder del agua se ensoberbecía, y ante la impotencia de no poder cumplir con el mandato de su padre, el hijo de Wiraqocha se puso a llorar hasta que todo su ser quedó seco y cuyas lágrimas aumentaron el caudal del río.

Wiraqocha, al ver el desastre dijo: Ajuya, kunas lurta (Llorón, ¿qué estás haciendo?). Nadie nos da la explicación del porqué se utilizó la palabra aimara ajuya o en qué dialecto está. Es probable que sólo se la use en la región de Wankaroma.

El padre de la creación no tenía más remedio que mandar a su siguiente hijo. Éste llegó al lugar, estudió el fracaso del que le antecedió, supo que las aguas no podían ser sujetadas con las manos. El río con la soberbia de haber derrotado a un poder creador, redobló su fuerza. Pese a ese presagio, el segundo hijo tuvo la firme intención de que las aguas siguieran por la ruta trazada. Si su hermano no pudo contener las aguas desde un lado del margen, él se pasó al lado opuesto. Frente a la emergencia del avance de las aguas, no tenía otra que poner el cuerpo para contenerlas, pero como éstas tenían su gran proveedor el lago Titicaca, el cuerpo en tierra no era suficiente para someter el embate del río. La furia que desataba el obstáculo en su designio era imparable y estaba a punto de arrastrar el bulto por la planicie. Al segundo hijo de Wiraqocha, no le quedó otro remedio que clavar las uñas en la tierra y así contener la descomunal fuerza. Cuanto mayor era el empuje de las aguas, más se clavaban las uñas en la tierra haciendo gala de su poder telúrico.

Al final cedió el río. Embravecida tomó un cauce que no dañaba a ningún ser. Vino Wiraqocha, vio la misión cumplida y, complacido le dijo: Silluta, aka chachak (las uñas, éste es el hombre).

Para testimonio de este hecho, el Creador de Todo dejó a los dos hermanos como cerros que están en las dos márgenes del río Desaguadero: Ajuya y Silluta.

Estanislao Aquino Aramayo. Oruro.

Escritor e investigador.

Fuente: LA PATRIA
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