Loading...
Invitado


Domingo 10 de julio de 2011

Portada Principal
Cultural El Duende

T. S. Eliot

10 jul 2011

Fuente: LA PATRIA

Thomas Stearns Eliot. Poeta, dramaturgo y ensayista. Estados Unidos, 1888 – Inglaterra, 1965. Sus libros de poesía son: Inventos de la liebre de marzo (recopilación de poesía juvenil) (1909-1917), Prufrock y otras observaciones, 1917; Poemas, 1920; La tierra baldía, 1922; Los hombres huecos, 1925; Poemas de Ariel, incluye “El viaje de los Magos” (1927-1954); Miércoles de ceniza, 1930; Coriolano, 1931; El Primer Coro de la Roca, 1934; El libro de los gatos habilidosos, 1939; The Marching Song of the Pollicle Dogs y Billy M’Caw: The Remarkable Parrot, en The Queen’s Book of the Red CrossK, 1939; y Cuatro cuartetos, 1943.

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

La canción de amor de J. Alfred Prufrock

Vamos, tú y yo,

a la hora en que la tarde se extiende sobre el cielo

cual un paciente adormecido sobre la mesa por el éter:

vamos a través de ciertas calles semisolitarias,

refugios bulliciosos

de noches de desvelo en hoteluchos para pernoctar

y de mesones con el piso cubierto de aserrín

y conchas de ostra,

calles que acechan cual debate tedioso

de intención insidiosa

que desemboca en un interrogante abrumador...

Ay, no preguntes: ¿De qué me hablas?

Vamos más bien a realizar nuestra visita.

En el salón las señoras están deambulando

y de Miguel Ángel están hablando.

La neblina amarilla que se rasca la espalda

sobre las ventanas,

el humo amarillo que frota el hocico sobre las ventanas,

lamió con su lengua las esquinas del ocaso,

se deslizó por la terraza, pegó un salto repentino,

y viendo que era una tarde lánguida de octubre,

dio una vuelta a la casa y se acostó a dormir.

Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.

Para el humo amarillo que se arrastra por las calles

rascándose sobre las ventanas.

Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.

Para preparar un rostro que afronte

los rostros que enfrentamos.

Ya habrá tiempo para matar, para crear,

y tiempo para todas las obras y los días de nuestras manos

que elevan las preguntas y las dejan caer sobre tu plato;

tiempo para ti y tiempo para mí,

tiempo bastante aun para mil indecisiones,

y para mil visiones y otras tantas revisiones,

antes de la hora de compartir el pan tostado y el té.

En el salón las señoras están deambulando

y de Miguel Ángel están hablando.

Ya habrá tiempo. Ya lo habrá.

Para preguntarnos: ¿Me atreveré yo acaso? ¿Me atreveré?

Tiempo para dar la vuelta y bajar por la escalera

con una coronilla calva en medio de mi cabellera.

Ellos dirán: ¡Ay, cómo el pelo se le está cayendo!

Mi sacoleva, el cuello que apoya firmemente mi barbilla,

mi corbata, opulenta aunque modesta y bien asegurada

por un sencillo prendedor.

Ellos dirán: ¡Ay, cuán flacos tiene los brazos y las piernas!

¿Me aventuro yo acaso a perturbar el universo?

En un minuto hay tiempo suficiente

para decisiones y revisiones que un minuto rectifica.

Pues ya los he conocido, conocido a todos:

conocido las tardes, las mañanas, los ocasos;

he medido mi vida con cucharitas de café,

conozco aquellas voces que fallecen en un salto mortal

bajo la música que llega desde el rincón lejano del salón

Entonces, ¿cómo he de presumir?

Pues he conocido ya los ojos, conocido a todos,

los ojos que nos sellan en una mirada formulada

estando yo ya formulado, en un alfiler esparrancado;

bien clavado retorciéndome sobre la pared.

¿Cómo comenzar entonces

a escupir las colillas de mis costumbres y mis días?

Entonces, ¿cómo he de presumir?

Pues he conocido ya los brazos, conocido a todos,

brazos de pulseras adornados, níveos y desnudos

(mas al fulgor de la lámpara cubiertos de leve vello de oro).

¿Será el perfume de un vestido

lo que me hace divagar así?

Brazos sobre una mesa reclinados o envueltos en los

pliegues de un mantón.

Entonces ¿habré de presumir?

¿Y cómo he de comenzar acaso?

Diré tal vez: he paseado por callejuelas al ocaso

y he visto el humo que sube de las pipas

de hombres solitarios en mangas de camisa, sobre las

ventanas reclinados.

Hubiera preferido ser un par de recias tenazas

que corren en el silencio de oceánicas terrazas.

¡Y la tarde, la incipiente noche, duerme sosegadamente!

Acariciada por unos dedos largos,

dormida, exhausta... o haciéndose la enferma

sobre el suelo extendida, junto a ti, junto a mí.

¿Tendré fuerza bastante después del té

y los helados y las tortas,

para forzar la culminación de nuestro instante?

Aunque he gemido y he ayunado, he gemido y he rezado,

aunque he visto mi cabeza (algo ya calva)

portada en una fuente,

yo no soy un profeta –y ello en realidad no importa

demasiado–

he visto mi grandeza titubear en un instante,

he presenciado al Lacayo Eterno, con mi abrigo en sus

manos, reírse con desprecio,

y al fin de cuentas, sentí miedo.

Hubiera valido la pena, al fin de cuentas,

después de las tazas, la mermelada, el té,

entre las porcelanas, en medio de nuestra charla baladí,

hubiera valido la pena

morder con sonrisas la materia,

enrollar en una bola al universo

para arrojarla hacia algún interrogante abrumador.

Poder decir: Soy Lázaro que regresa de la muerte

para os revelarlo todo, y así lo voy a hacer...

Y si al poner en una almohada la cabeza, una dijera:

No. No fue esto lo que quise decir.

No lo fue. De ninguna manera.

Hubiera valido la pena, al fin de cuentas,

sí hubiera valido la pena,

después de los ocasos, las zaguanes, las callejuelas

salpicadas,

después de las novelas, de las tazas de té y de las faldas

por los pisos arrastradas.

¿Después de todo esto y algo más?

Me es imposible decir justamente lo que siento.

Mas cual linterna mágica que proyecta diseños

de nervios sobre la pantalla,

hubiera valido la pena, si al colocar

un almohadón o arrancar una bufanda,

volviendo la mirada a la ventana, una hubiese confesado:

No. No fue esto lo que quise decir.

No lo fue. De ninguna manera.

No. No soy el príncipe Hamlet. Ni he debido serlo;

más bien uno de sus cortesanos acudientes, alguien capaz

de integrar un cortejo, dar comienzo a un par de escenas,

asesorar al príncipe; en síntesis, fácil instrumento,

deferente, presto siempre a servir,

político, cauto y asaz meticuloso.

A veces, en realidad, casi ridículo.

A veces tonto de capirote.

Me vence la vejez. Me vence la vejez.

Luciré el pantalón con la manga al revés.

¿Me peinaré hacia atrás?

¿Me arriesgo a comer melocotones?

Me pondré pantalones de franela blanca

y me iré a pasear a lo largo de la playa.

He oído allí cómo entre ellas se cantan las sirenas.

Mas no creo que me vayan a cantar a mí.

Las he visto nadando mar adentro

sobre las crestas de la marejada,

peinando las cabelleras níveas que va formando el oleaje

cuando de blanco y negro el viento encrespa el océano.

Nos hemos demorado demasiado en las

cámaras del mar,

junto a ondinas adornadas con algaseojas y castañas,

hasta que voces humanas nos despiertan, y perecemos

ahogados.

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: