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Domingo 10 de julio de 2011

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Revista Dominical

Una experiencia inolvidable en Venezuela

10 jul 2011

Fuente: LA PATRIA

• Víctor Montoya - Escritor boliviano radicado en Estocolmo

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El colectivo artístico Tkanela Teatro tuvo la iniciativa de invitarme a Venezuela, para dictar un Taller Integral de Literatura dirigido a artistas y estudiantes en las cumbres de Canoabo. Todo esto en el marco del V Encuentro de Teatro “Más Allá de los Cuentos”. La programación, entre el 15 y el 27 de abril del 2008, incluía también una serie de conferencias en diversos espacios culturales e institutos de enseñanza de los municipios del Estado de Carabobo y la ciudad de Valencia. Los organizadores de esta maratón cultural, según me lo hicieron saber con antelación, estaban convencidos de que mis aportes serían bienvenidos en el ámbito literario, artístico y pedagógico. Más todavía, me manifestaron que, desde hace tiempo, venían usando algunos de mis textos como manuales de estudio.

En el aeropuerto de Caracas me esperó el destacado titiritero Jesús Mercado, un hombre de carácter jovial y conversador ameno. Él se encargó de enseñarme las principales avenidas de la capital, donde había hombres y mujeres luciendo la camisa roja en apoyo a la revolución impulsada por el presidente Hugo Chávez, cuya imagen, junto al lema de “Patria o Muerte”, adornaba las carreteras y los edificios públicos. Después, camino de Valencia y en un tramo de la carretera, me invitó a comer una exquisita arepa con carne de cerdo y a beber una cerveza fría que, por primera vez en mi vida, me sabió a gloria en medio de un clima tropical. Jesús me contó que vivió un tiempo en Praga, como estudiante becado y realizando estudios de arte dramático, hasta que abandonó el país del Este por el amor de una mujer, que lo estaba esperando con el corazón abierto en la tierra que lo vio nacer.

En la Universidad Simón Rodríguez, donde, además de contemplar el busto en homenaje al maestro rebelde del libertador Simón Bolívar, tuve la ocasión de conversar con los estudiantes de agronomía y literatura. Se mostraron interesados en mi obra y en la disertación sobre los alcances de la literatura latinoamericana. Me bastó poco tiempo para apreciar la belleza y la cordialidad de la juventud venezolana, con ganas de aprender y superarse al ritmo trazado por la “Revolución Bolivariana”.

Las conferencias sobre pedagogía y literatura siguieron en las universidades de Valencia, Bejuma y Puerto Cabello, uno de los escenarios de la Guerrra de Independencia. Es digno destacar el casco histórico de la ciudad, con sus casas de la época colonial, los fortines de los patriotas que resistieron los embates de las tropas realistas de la Corona española y el malecón que, por las noches, se convierte en un sitio de paseo, recreación y esparcimiento, y donde las aguas del caribe se pierden en el horizonte, allí por donde un día arribaron las carabelas de los conquistadores. Me llamó la atención saber que, según refiere una vieja creencia, el nombre de Puerto Cabello se debe a la tranquilidad de sus aguas, en cuyas costas se podían atar a los barcos con la simple hebra de un cabello.

El Taller de Literatura en las cumbres de Canoabo, un sitio que me atrapó a primera vista por su fuerza telúrica, su topografía montañosa y su exuberante naturaleza, tenía el propósito de impartir algunas técnicas en el oficio escritural y estimular la creatividad de quienes, aparte de compartir sus experiencias en el campo literario, las artes escénicas y la docencia, estaban dispuestos a afrontar el reto de escribir cuentos y poemas, con la única intención de aprender a escribir escribiendo en un taller cuya aula estaba expuesta a la luz y el aire.

Las cumbres de Canoabo constituyen un escenario fabuloso, donde las criaturas de la imaginación se mueven a rienda suelta, entre una algarabía de júbilo y un deseo lúdico por desentrañar los misterios de la razón y la sinrazón. Nadie quedó indiferente ante las maravillas que nos depara la naturaleza y todos aprendimos algo más de la convivencia humana. En lo que a mí respecta, debo manifestar que fue una experiencia fabulosa en todos los sentidos, a tal extremo que, al término del Taller, me sentí como la boa de Antoine de Saint-Exupéry, que primero se tragó a un enorme elefante y luego necesitó mucho tiempo para digerirlo poquito a poco.

El Taller de Literatura en las cumbres de Canoabo dio mucho más de lo esperado, no sólo porque se conjugaron sentimientos colectivos y se anudaron lazos de sincera amistad, sino también porque se demostró que la fantasía no conoce fronteras, espacios ni edades. Con estas premisas es lógico que se dieran las condiciones para re-crear personajes en un ámbito que invita a la meditación y el goce estético. Así es como algunos, inspirados por la flora y fauna del contexto inmediato, y otros motivos por el puro placer de escribir un cuento bien contado, dejaron correr y volar a los hijos de su alma en un ecosistema hecho de encanto y belleza.

ACTIVIDAD FRENÉTICA EN VALENCIA

El día que tenía previsto asistir a una charla informal con los miembros de Frapom (Frente Revolucionario Artístico Patria o Muerte), el cielo se rompió entero y la lluvia se vació sin piedad. En poco menos de una hora, en las calles se formaron trombas de agua y los ríos, que atraviesan la ciudad de lado a lado, arrastraban todo cuanto pillaban a su paso. Aun bajo estas condiciones, más parecidas a un panorama surrealista, nos reunimos en la sede que ocuparon estos activistas comprometidos con la causa bolivariana y los procesos de cambio que vienen impulsándose en el Cono Sur de América Latina. Con ellos venía discutiendo desde cuado asistieron a una conferencia que dicté sobre arte y revolución en la Coorporación de Desarrollo de la Región Central de Valencia, donde se inició una interesante polémica en torno a la tradición oral y el compromiso social del escritor.

Debo reconocer que nuestra amistad fue sincera y cordial, a pesar de los momentos tensos que se dieron durante mi exposición y el posterior debate que se armó con palabras incendiarias, como en cualquier foro donde se desatan las pasiones del alma y las opiniones fluyen en una dirección y en otra. No coincidimos en todos los puntos planteados, pero sí en la necesidad de crear alternativas que permitan la participación directa de los artistas y escritores en las instituciones culturales del Estado, cuyo principal objetivo es defender y promover las diferentes manifestaciones del patrimonio cultural de un pueblo.

Estos jóvenes activistas, lejos de toda retórica formal, me sorprendieron con su entusiasmo y sus ansias de ver una Venezuela donde el arte y la literatura no sean un privilegio reservado para una élite, sino un campo abierto al que tengan acceso todos los individuos, sin distinciones de raza, sexos ni condición social. Una intención por demás ponderable, sobre todo, cuando viene de personas que desde siempre se dedican al teatro, la pintura, la música y la literatura.

En esta ciudad, mientras mis anfitrionas me transportaban en auto de una actividad a otra, me contaron las aventuras y desventuras de “Florentino y el Diablo”, una fascinante leyenda popular de los llanos venezolanos que, además de estar revestida con valores propios del folklore nacional, presenta características universales por el tratamiento del tema sobre la diatriba constante entre el Bien y el Mal.

Esta leyenda demuestra que la cultura regional no importa cuando los arquetipos hermanan a todos los pueblos, puesto que esta misma historia bien podía haber sucedido en cualquier otra parte del mundo. Lo interesante es que, como en muchas de las consejas de antaño, no se sabe a ciencia cierta ¿quién vence a quién? Lo único que trasciende en la trama es que tanto Florentino como el Diablo poseen el poder de la seducción. Es más, lo que no se sabe es quién es el creador de ese poder, si Dios o el Diablo.

Las actividades eran tantas que, algunas veces, tenía que hacer esfuerzos para darme tiempo y asistir a las entrevistas programadas en las radios, los periódicos y la televisión. Por suerte, con paciencia y disciplina, logré superar los contratiempos y cumplir con los compromisos.

En la sede del Tkanela Teatro, cuando menos me lo esperaba, me presentaron a Miguel Torrence, un profesional de las tablas escénicas y conocedor de las piezas dramáticas de Ibsen, la escritura contestataria de Strindberg y la linterna mágica de Bergman, cuya visión particular del mundo femenino y los conflictos subconscientes que anidan en la relación de una pareja, según su opinión, lo convertían en un cineasta y dramaturgo de envergadura universal. Con Miguel Torrence, que dedicó su talento al arte escénico y levantó polémicas en torno a su vida privada, sostuve una conversación salpicada de anécdotas y lecturas. Parecíamos dos viejos amigos, compartiendo las mismas palabras, los mismos temas y las mismas inquietudes. No fue menos interesante el hecho de que me contara, de primera mano y conocimiento de causa, sobre las aventuras y desventuras del poeta, pintor y titiritero boliviano Luis Luksic, quien un buen día decidió abandonar Oruro para instalarse en Venezuela, donde compartió, tanto en los escenarios como en las aulas de enseñanza, su amor por el arte y su experiencia, hasta el día en que se lo llevó la muerte un 16 de septiembre de 1988.

Aún recuerdo mi paseo por los campos de batalla en Carabobo, una llanura espectacular que, merced a su importancia en la historia venezolana, todavía conserva la gloria y la bravura de los próceres de la Guerra de Independencia, con su imponente Altar de la Patria y sus guardias de honor custodiando la Tumba del Soldado Desconocido. En este preciso escenario, como por un arrebato de la imaginación, me asaltó la imagen que tenía de Simón Bolívar, batallando contra las tropas de la Corona española, con la espada desenfundada y montado sobre un caballo al galope. Lo cierto es que este acápite de mi viaje, debido a su trascendencia y valor histórico, merece una nota aparte. Por ahora, sólo me queda confirmar que el llano de Carabobo, a donde se llega por una carretera llena de árboles frutales y aires libertarios, fue la cuna de la independencia latinoamericana.

EN LA SEMANA DEL LIBRO DE MARACAY

Entre el 21 y el 26 de abril se celebró la Semana del Libro en Maracay, Aragua, donde, en mi condición de “invitado especial”, diserté sobre la narrativa boliviana contemporánea. Los auspiciadores del evento aprovecharon también para presentar dos de mis libros de cuentos.

El viernes 25 hizo un calor sofocante, de modo que, mientras viajaba hacia el punto de encuentro, pensé que había salido del invierno de Suecia para meterme en el infierno de Venezuela. La temperatura superaba los treinta y cinco grados y obligaba a vestir ropa ligera; una costumbre que ya se me había olvidado de tanto vivir en las tierras frígidas de Escandinavia.

En la parada de los microbuses me recibió el dilecto amigo Jorge Gómez Jiménez, escritor y editor de la revista Letralia (Tierra de Letras), a quien conocí mucho antes de que publicara en su editorial digital mi libro de crónicas “Retratos” (2006), con un prólogo que él mismo escribió destacando la peculiaridad del libro, cuyos textos están inspirados en fotografías y pinturas que me impactaron desde siempre.

Al mediodía fuimos a almorzar en un restaurante chino, en compañía de los escritores Marcos Veroes y Manuel Cabesa, quienes estaban a cargo de presentar mis libros, “Cuentos en el exilio” y “Cuentos violentos”, en la Biblioteca Pública Agustín Codazzi. A la hora prevista, cinco y treinta de la tarde, se dio inicio al acto con las palabras de bienvenida de Jorge Gómez Jiménez.

Marcos Veroes, a tiempo de comentar el contenido de “Cuentos en el exilio” (2008), manifestó: “Los temas del libro que nos ocupa van desde la voz narrativa de quien ultimó al Che, pasando por quien de manera enfermiza duerme con una pistola, hasta llegar al nieto de una loca, quien está encerrado en un manicomio presumiblemente por estar enamorado. Referencias a otros relatos, a otras manifestaciones del arte, conforman una urdimbre narrativa para lectores de mayor recorrido (…) Cuentos en el exilio habla precisamente de lo que quedó atrás, antes del estado de quien está forzosamente lejos de aquello que le pertenece íntimamente. Al fin y al cabo el exilio es un estado emocional y mental. La ciudad de Estocolmo podría ser Caracas, Río de Janeiro o Ciudad de México, es decir, cualquier ciudad en la cual los encuentros ocurren, los enfrentamientos se suceden y los amores momentáneos se gestan (...) Otro elemento que se comporta como hilo conductor en estos cuentos es la presencia de la violencia. Las situaciones se generan a partir de una mirada, una acción premeditada o de un cliché, producto de la apariencia, el color de piel o el sexo. Es violenta la conquista, el amor, las relaciones, la ciudad, el recuerdo. La violencia no se presenta de golpe como solemos creer”.

Por su parte, Manuel Cabesa, refiriéndose a “Cuentos violentos” (segunda edición, 2006), y en tono de reflexión, dijo: “La violencia ha acompañado cada capítulo de la historia latinoamericana. Una violencia que se impone para que el mundo permanezca tal y como está, donde unos pocos gozan de privilegios que la mayoría nunca llegarán a disfrutar. Lo interesante de estas historias que nos trae Montoya es que, aunque están tamizadas por una escritura sobria y bien cuidada, su basamento es real, y muchas veces autobiográfico (...) Las descripciones que hace Montoya de la tortura que sufren varios personajes es simplemente escalofriante (…) Podríamos pensar que estos relatos se refieren a una época muy concreta: esa larga noche de dictaduras que ensombreció a casi toda Suramérica”. Tiempo después, Manuel Cabesa, sin apenas salir de su asombro, escribió: “resulta que entre los latinoamericanos, aún persiste ese gran desconocimiento de lo que actualmente se escribe en nuestros respectivos países. De no ser porque Montoya visitó Maracay el 25 de abril pasado, a esta altura no supiéramos quién es, y su obra sería totalmente desconocida entre nosotros. Mientras hablábamos con un grupo de amigos, nos dimos cuenta de que es Montoya el primer autor boliviano realmente contemporáneo del que tenemos noticia; el otro de quien he oído hablar es de Augusto Céspedes, quien es autor de mediados del siglo pasado, autor de una novela reconocida en su tiempo y llamada El metal del diablo”.

La conferencia, en la que participaron activamente tanto los expositores como el público asistente, no sólo me dejó satisfecho, sino también me dio la oportunidad de acercarme por primera vez a mis lectores en la patria del libertador Simón Bolívar. Más todavía, logré vender casi todos los libros que cargué desde Estocolmo en una maleta que tenía “sobrepeso”. Después, como si se tratara de una feria de libros, no tuve más remedio que ejercitar la muñeca de mi mano para escribir las dedicatorias solicitadas en un ámbito en el cual reinaba el respeto y la amistad.

Con esta actividad literaria cerré mi visita a Venezuela, un país que permanecerá para siempre en mi memoria y en un lugarcito especial de mi corazón, quizás, porque tras el viaje me hice consciente de que a Venezuela no fui a enseñar sino a aprender.

Fuente: LA PATRIA
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