Dios nunca castiga. El hombre es el único que se castiga a sí mismo, pues los efectos que tiene que experimentar en esta vida o en los ámbitos de las almas, o en las futuras encarnaciones, los ha creado él: quien actúa contra la ley de la libertad, contra el amor eterno, quien por tanto actúa contra la ley de Dios con los mismos pensamientos y palabras, se acerca a un punto en el que empieza para él la catástrofe: sufrimiento, enfermedad o necesidades.
Pero eso no lo es todo; la desgracia que surge de la ignorancia espiritual llega más lejos, dado que el hombre no conoce las interrelaciones causales de siembra y cosecha, de causa y efecto, su experiencia llena de dolor y sufrimiento no le puede servir de enseñanza o apenas, pues le falta el conocimiento espiritual fundamental, la base para el auto-reconocimiento. En lugar de investigar y reflexionar sobre sus errores o su culpa, la mayoría de las veces echa la culpa al prójimo, le acusa, condena y juzga, aumentando así la medida de su propia carga en lugar de liquidar parte de ésta.
Los cristianos originarios en la actualidad, al igual que los primeros cristianos, conocen el camino del “plazo de prueba” para reparar lo causado, esto no es otra cosa que el camino del auto-reconocimiento y “no hacerlo más”, lo que es una gran Misericordia de Dios. Por otra parte, también existe el camino de la expiación, o sea del saldar las propias culpas sufriendo por aquello que se ha hecho previamente a otros. Sin el reconocimiento del comportamiento erróneo, de la culpa, no es posible la disolución de este potencial negativo de energía. ¿Cómo se ha de reconocer el hombre en las adversidades, si no sabe que según la ley de siembra y cosecha, él es el causante?
Vemos que funestas consecuencias tuvo la decisión de la iglesia en el año 553 en Constantinopla para las generaciones posteriores. El institucionalizar e imponer la condenación eterna, algo ajeno a Dios y a su Ley, así como quitar del conocimiento cristiano original, la existencia de la reencarnación, han traído consecuencias desastrosas para la humanidad.
La fuerza redentora de Dios sólo puede actuar muy poco cuando el hombre vive y actúa según la frase de san Pablo: “con la sola fe basta”, pues realmente Jesús de Nazaret habló de otra cosa, de la fe activa, Él dijo: “¡Quien escucha mis palabras y las pone por obra lo consideraré un hombre prudente!”, ¿Qué sentido tenía acaso que Moisés trajera los 10 Mandamientos y Jesús el Sermón de la Montaña si no es para llevarlos a la práctica? Con la frase de Pablo citada antes, la que más tarde también adoptó Martín Lutero en una forma similar, todo conocimiento espiritual, toda experiencia de Dios, toda vida interna se declara superflua. Desde Constantinopla lo “cristiano” al fin y al cabo ya no es cristiano, sino que el llamado “cristianismo” es una herramienta, un instrumento en las manos del adversario de Dios.
La Ley de siembra y cosecha, que deriva en la reencarnación, es la justicia de Dios y no menos Su gran amor. Esta ley universal da al hombre y al alma la oportunidad de perdonar y de reparar sus actos contrarios para liberarse de la carga que hemos impuesto a nuestra alma. Si nuestros aspectos pecaminosos están purificados, si nuestra culpa ha sido saldada, la consecuencia es que el alma y el hombre tienen una vibración más elevada, así cuando haya llegado el tiempo de desencarnar, regresemos con ligereza y rapidez al reino de sustancia sutil, que es nuestro Hogar eterno.
La reencarnación, el volver a tomar un cuerpo, da pues al nuevo hombre la posibilidad de reparar, es decir, compensar errores que ha cometido en existencias anteriores. En definitiva la vida en la Tierra es una escuela, para ello las lecciones de los grandes profetas e iluminados pueden ser hoy día nuevamente aprendidos en toda su amplitud a través de la palabra profética. En todos los cambios de era han venido personas iluminadas que mostraban a las personas nuevamente el camino de vuelta a Dios, hoy también es así; una gran oportunidad para los hombres de todas las razas, culturas y religiones.
(*) Vida Universal
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