Los “sueños” expresados por el presidente electo del Perú, de “restaurar” el proyecto de “La Confederación Perú – Boliviana”, al igual “… que en algún momento desaparezcan las líneas fronterizas entre Perú y Bolivia, para que ambos constituyan en una sola nación”, en principio ratificaron su esencia y, a pocos menos de dos semanas, sólo quedan en la memoria de ambos pueblos, como una repetición del proverbial refrán que viene de mucho más antes y sin historia alguna: “Los sueños, sueños son”.
Está en la conciencia histórica de Bolivia y, por qué no decirlo, también del Perú, que el “proyecto crucista” tuvo como doctrina el “establecer en el Continente un equilibrio geopolítico”, entre el norte y el sur hemisférico y un contra peso que haga frente a la presencia del imperio lusitano, en el Este latinoamericano. Incomprendida la visión de su protector, Andrés Santa Cruz Calahumana, no quedó sólo con la oposición de Gamarra (en el Perú) y los políticos de Chuquisaca (en Bolivia), sino que la confabulación comprometía el concurso de Chile y Argentina, en su objetivo de destruir la Confederación y “liquidar a su protector”, sin la mínima reflexión sobre el camino único que debía seguirse y, sin pensar dos veces, decidieron por la “traición”.
El resultado de dicha confabulación se produjo en Yungay, con el triunfo del ejército chileno sobre las tropas de Santa Cruz y la derrota con la destrucción de la Confederación, el exilio de su protector y, como dicen los historiadores peruanos, con la separación a dos pueblos hermanos que, hasta ese momento, los unían su naturaleza humana, sus costumbres y su futuro.
Estos historiadores, a decir de Phillip T. Parkerson, mantienen en la mente aquel destino: “Las dos repúblicas hermanas siguieron separadas, desunidas, hostiles, absortas en la política interna de estrecho particularismo, de perpetua agitación revolucionaria, infecunda y bochornosa; y solo pensaron nuevamente en unirse y confederarse, con la tristeza de los esfuerzos tardíos condenados a irremisible fracaso, cuando el enemigo hereditario volvió a agredirlas, derrotarlas y recoger en 1879 y en 1880 lo que había preparado desde 1838 a 1839”.
Nada grato resulta para los bolivianos, volver a escuchar conceptos de tanta profundidad y significación histórica, con tan enorme vacío y sin visión política, como las expresadas “en tono de sueños” por el electo presidente peruano, tratando de emular la trascendental decisión del Mariscal Santa Cruz, cuando entregado a la tarea de construir la República de Bolivia y apoyar a varias otras, en esta área continental, se diera cuenta que separadas serían presas fáciles de la desmedida ambición expansionista, tanto del Río de la Plata, como el Imperio Portugués y, además, de Chile que ligado al Imperio Inglés facilitaba las tareas de construir un enclave para sentar una base geopolítica que marque la presencia imperial europea en las puertas del entonces inexplorado territorio americano.
Estos sueños del electo presidente peruano, finalmente, contradicen a su posición expresada frente y de cara al presidente de Chile, salvo que quien escribe esté equivocado. Pese a ello, el mensaje no suena sincero y menos fija una línea que marque confianza tanto en su propio país, como en Bolivia, en una esperanzadora decisión política de solucionar el conflicto que, en el siglo XIX, heredamos y que no encuentra una señal positiva para encarar la correspondiente propuesta con desprendimiento y objetivo de preservar la paz en la región. Reiteramos que, a través de ese prolongado tiempo histórico, se ha logrado establecer que este diferendo tiene carácter multilateral, reconocido plenamente por las naciones de la Organización de Estados Americanos (OEA) y por Naciones Unidas y no, como sostuvo la actual administración de la política gubernamental en tiempos de la presidenta Bachelet, que constituye un hecho binacional propuesto en la agenda de los trece puntos.
Entre ir y venir y transitar entre el multilateralismo y bilateralismo, Bolivia ha perdido seriedad y responsabilidad frente a la historia, mientras el Mapocho se rige por una línea de conducta belicista y la amenaza constante de su política expansionista en el hemisferio. Una muestra que su geopolítica tiene respaldo inglés, es su identificación durante la guerra de las Malvinas que enfrentó la República Argentina.
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