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Domingo 26 de junio de 2011

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Cultural El Duende

Dora Cajías:

Un siglo con Sábato

26 jun 2011

Fuente: LA PATRIA

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Familia y estudios

Ernesto Sábato nació el 24 de junio de 1911 y murió este último 30 de abril, muy pocas semanas antes de cumplir cien años, lo que no le quita su condición de hombre centenario. Condición que le permitió ser testigo y partícipe de profundos y traumáticos cambios dentro de varios procesos políticos y culturales que, dado su carácter, no lo dejaron indiferente sino que lo involucraron desde siempre con el destino de su patria y el de la humanidad entera.

Desde su nacimiento, Sábato compartió vivencias que forjaron su temperamento y su cosmovisión. Sus padres habían llegado a fines del siglo XIX provenientes de Italia a la Argentina, dentro de un movimiento migratorio que transformaría ese país. Se instalaron en la localidad de Rojas, provincia de Buenos Aires donde trabajaron en un pequeño molino harinero como una más entre miles de empresas familiares que surgieron por esa época. Décimo de una familia de once hermanos varones Ernesto vivió, paradójicamente, una infancia solitaria y ensimismada.

En su familia, como en tantas otras, se sufrió la nostalgia por la patria lejana y la lucha por la supervivencia en la patria adoptiva. La educación paterna y la escolar fueron igualmente severas, dentro de una disciplina estricta y exigente. Terminada la escuela primaria completó sus estudios de bachillerato en la ciudad de La Plata donde vivió una especie de crisis de desamparo a pesar a tener a varios de sus hermanos mayores cerca suyo. Sintió que esa ciudad era caótica y enorme y, como él mismo cuenta, se “refugió” deslumbrado en el universo perfecto de las matemáticas y las ciencias. Paralelamente, sin embargo, su profesor de castellano, Pedro Henríquez Ureña, marcó su interés y, de alguna manera, su futura vocación por la lengua y la literatura.

Años después, decidido a favor del campo científico, optó por seguir estudios universitarios en la Facultad de Ciencias donde cursó el Doctorado en Física. Por entonces sus inquietudes personales dejaron de ser sólo académicas por lo que en 1935 partió a Bruselas como delegado estudiantil a un congreso del Partido Comunista.

Al respecto escribió: La doctrina de Marx tal como era aplicada, cada vez me resultada más insatisfactoria; los procesos de Moscú se iniciaron en esa época y la dictadura de Stalin se manifestaba ya en todo su siniestro poder; todo eso me repugnó y me alejó (ahora es una cosa bastante pública, mucha gente lo admite, pero en aquel momento me costó sangre decirlo). Esta experiencia fue la primera de una serie de pruebas que debió enfrentar a lo largo de su vida y que más de una vez lo obligaron a elegir entre complacer a los demás o ser consecuente consigo mismo.

Su distanciamiento de la política partidista aceleró la culminación del doctorado lo que facilitó que en 1937 la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias lo becara para seguir en los Laboratorios Joliot- Curie de París estudios sobre radiación atómica.

Al llegar a su destino, considerado por entonces como la meca científica dado el enorme prestigio de sus fundadores, encontró una ciudad convulsionada por el ambiente de la preguerra donde las ideologías políticas llegaban con los rusos que huían de las purgas stalinistas, o con los alemanes que escapaban del régimen impuesto por Hitler, o con los refugiados que sobrevivían a la Guerra Civil Española. París dejaba de ser una fiesta para convertirse en un escenario violento y peligroso en el que la política había contaminado incluso al arte y a la literatura. Como ejemplo se dio el caso de los surrealistas que se separaron en distintos grupos no por divergencias estéticas sino por su adhesión ya sea a Trotsky, ya sea a Stalin.

Para Sábato, testigo y partícipe de todo lo que acontecía, el mundo abstracto de la ciencia que había sido su refugio en pasadas crisis, se le hizo inaceptable y censurable por su indiferencia ante todo lo que no fuera su “esencia amoral y distante de la vida ajena al laboratorio. Decidió entonces escapar de las frías coordenadas científicas refugiándose en el surrealismo, movimiento en el que se vinculó inicialmente con grupos de pintores y después también con los escritores que, a la cabeza de André Breton, lo llevaron a la bohemia nocturna e irreverente, tan lejana de su ordenada y rígida vida diurna.

Fue en esos años que Sábato publicó algún artículo en la revista Minotaure ilustrada por Picasso, Duchamp y Chirico y en la que Breton y la plana mayor del surrealismo exponía planteamientos estéticos y políticos. También inició su primera novela La fuente muda que nunca concluyó y mostró una fuerte inclinación por la pintura que recién en su vejez y, cuando fue perdiendo la vista, pudo poner en práctica.

Estalló la guerra y también su conflicto personal. Su esposa Matilde Kuminsky regresó a Buenos Aires junto a su hijo Jorge Federico, dejando atrás un matrimonio conflictivo y una situación de constante riesgo. La beca de Sábato fue transferida a Estados Unidos con sede en el Instituto Tecnológico de Massachussets pero la situación mundial y personal impidió que fuera concluida; Sábato regresó a la Argentina y se dedicó a la docencia de la física en La Plata y a vincularse con los escritores más importantes del momento a través de la revista Sur en Buenos Aires. De esta última, Sábato ha repetido muchas veces Sur fue mi universidad y, sin duda también influencia, en su creciente desapego por las disciplinas científicas, proceso que culminó con un viaje que hizo en 1943 a Carlos Paz, provincia de Córdoba donde permaneció algún tiempo reflexionando sobre su futuro.

Opción por la literatura

En 1945 publicó Uno y el Universo en el que expone el resultado parcial de esas reflexiones. “Este libro es el documento de un tránsito y, en consecuencia participa de la impureza y de la contradicción que son atributos del movimiento. La ciencia ha sido un compañero de viaje durante un trecho, pero ya ha quedado atrás. Todavía, cuando nostálgicamente vuelvo la cabeza puedo ver algunas de las altas torres que divisé en mi adolescencia (…) De todos modos, reivindico el mérito de abandonar esa clara ciudad de las torres- donde reinan la seguridad y el orden- en busca de un continente lleno de peligros, donde domina la conjetura.”.

Se trata de un libro de reflexiones ordenadas alfabéticamente en que se enfrenta a su universo particular a partir de sus conocimientos científicos, de sus observaciones, y de referencias sobre sus inclinaciones filosóficas y literarias.

Años después publicó Hombres y Engranajes, libro que centra su preocupación sobre un tema recurrente a lo largo de su obra: El derrumbe de nuestro tiempo.

“Uno se embarca hacia tierras lejanas, indaga la naturaleza, ansía el conocimiento de los hombres, inventa seres de ficción, busca a Dios. Después se comprende que el fantasma que se perseguía era Uno-Mismo. Nací en una familia burguesa y pudiente: ¿qué pudo llevarme hacia el comunismo? Tuve desde niño inclinación hacia las letras y las artes:¿qué pudo llevarme a la ciencia? Hace ya muchos años que me alejé del comunismo y de la ciencia, ganando así la acusación de doblemente renegado. Estas páginas tal vez echen alguna luz sobre este proceso. Reflexioné mucho sobre el título y la calificación que deberían llevar estas páginas. No creo que sea muy desacertado tomarlas como autobiografía espiritual, como diario de una crisis, a la vez personal y universal, como un simple reflejo del derrumbe de la civilización occidental en un hombre de nuestro tiempo”.

En estos dos primeros ensayos aparecen las preocupaciones y obsesiones que lo perseguirán toda su vida. Refutaciones y críticas a la ciencia y al dinero, a la razón y al progreso, pesimismo ante el balance de una humanidad en crisis.”El mundo cruje y amenaza derrumbarse, ese mundo que para mayor ironía, es el producto de nuestra voluntad”. Se trata de posiciones que alientan buena parte de su literatura y que sufrieron críticas por ser consideradas como apocalípticas y hasta patéticas. Con el tiempo, no parecen haber estado tan equivocadas y tampoco representan la visión única de su autor, quien muchas veces expresó valoración, respeto y esperanza ante logros positivos de la humanidad.

Con Heterodoxia y El escritor y sus fantasmas aparecen variaciones sobre un tema que paulatinamente se fue apropiando de su ensayística: la creación literaria.

Sábato escribió tres novelas: El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974). Al respecto confesó que “escribir novelas no es un goce ni un pasatiempo (…) no puedo sino escribir sobre las grandes crisis que atravesamos en nuestra existencia, esas encrucijadas en que nuestro ser parece hacer un balance total, en que reajustamos nuestra visión del mundo”. Sábato fue un novelista que asumió el rol del artista en general y, del escritor en particular, bajo el signo de testigo; para él la novela es la mejor expresión para proyectar un testimonio.

Muchas de sus páginas son defensa incondicional de los límites imprecisos de la novela por lo que se enfrentó, entre otros, a los objetivistas, a los racionalistas y a los defensores de la novela social por considerar que todos ellos intentaban condicionar el campo de la novela. Por otro lado, la ficción fue para él, fundamentalmente, una vía de conocimiento, tan válida o más aún que la científica; su enorme trascendencia, sostenía en un reportaje, es posible por “su carácter híbrido, porque es la única actividad del espíritu humano que permite dar, hoy, un hombre integral en lo intelectual por un lado y en lo pasional o irracional por otro, en lo conceptual y lo instintivo”.

Sábato dijo, alguna vez, que se consideraba un “bárbaro” ante esos escritores que trabajaban con el lenguaje como verdaderos orfebres. No le interesaba ni el arte por el arte ni la literatura comprometida pero encontró su propia voz y su poética a partir de lecturas reiteradas de los románticos alemanes, de Dostoievski, de Sartre y Camus, de Kafka y también de Arlt, Onetti y Borges, entre otros.

Homenaje final

En los libros mencionados y, a lo largo de toda su obra y, como se ha visto líneas arriba, de su vida, Ernesto Sábato dejó el sello de su profundo sentido ético, de su inclaudicable lucha en la defensa de sus ideales, de su tozudez y persistencia en la búsqueda de las grandes verdades.

Su vida alejada del mundanal ruido, transcurrió en la sencillez de su casona de Santos Lugares desde donde dejaba oir su voz cada vez que los acontecimientos atentaban en contra de los valores y los principios que él defendía. Temperamental y polémico mereció, sin embargo, el respeto de la sociedad en su conjunto y seguramente por ello fue escogido para dirigir la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, creada por el presidente Raúl Alfonsín a fines de 1983. Un año después se publicó el informe de la Comisión con el título de Nunca Más, una de las investigaciones y testimonios más tenebrosos sobre los límites a los que puede llegar el hombre.

Su impacto literario y su prestigio personal lo constituyeron como un referente intelectual y moral, en un maestro que durante gran parte del siglo XX enseñó a varias generaciones. También fue mi querido y admirado maestro cuyos libros me siguen conmoviendo con sus excesos, con sus utopías pero especialmente con su irrenunciable preocupación por los seres humanos.

Dora Cajías es literata e historiadora;

su tesis fue sobre la obra de Ernesto.

Fuente: LA PATRIA
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