Perú espera con inquietud la gestión presidencial de Humala. Cuando la conquista significa compromiso con diversos actores, el desempeño suele complicarse. Al pronto, la frase “concertación nacional” es ambigua: dice todo y no dice nada. En la cancha se verá a qué lado se patea. Pese al esfuerzo combinado, el margen de diferencia fue bastante estrecho.
Ante la figura emergente de Keiko, Humala tuvo que revisar con sentido práctico su estrategia. Se esforzó en alejar de sí la imagen de Hugo Chávez; suavizó la propia en lo que hace a la radicalidad conocida; omitió en su discurso términos beligerantes; se mostró equilibrado y sensato. El candidato de la segunda vuelta fue otro.
No sólo la decisión de ganar le obligó a matizar su perfil político, sino también la visión de la realidad. El Perú no está en bancarrota ni sumido en la anarquía. Al contrario, Alan García entregará una Nación ordenada y pujante, con un nivel de crecimiento alto y sostenido; muy bien situado en el gran mercado mundial. Sería una aventura trastocar las cosas, so pena de ser arrastrado por la corriente del desastre.
La incógnita es fascinante. ¿Cuál será la verdadera personalidad política del presidente electo? No hay muchas opciones. Se cree que en lo esencial seguirá los modelos exitosos de Lula da Silva y Bachelet, distante de los otros que se agrupan alrededor del brumoso socialismo del siglo XXI. En no pocos hay el temor de que una vez posesionado del poder, la piel postiza de Humala se deslice a los pies y aparezca la del caudillo populista.
¿Será? Puede ser. En 1990 Perú fue escenario de una asombrosa conmutación política. En la segunda vuelta electoral, Alberto Fujimori combatió con saña las propuestas de su rival, pero luego de acceder a la presidencia “se apropió de mis ideas y puso en práctica mi programa de gobierno”, dice Mario Vargas Llosa.
En lo que hace a Bolivia, quien quiera que sea el gobierno del Perú siempre reviste una gran importancia. En los años recientes, el haber pospuesto un interés permanente como el mar a la ideología política fue un grave error. Varias cuestiones capitales para el país dejaron de tratarse. Con una enemistad presidencial de por medio, eso era imposible.
Ante las expectativas de hoy, Humala ha manifestado su posición con franqueza. En su criterio, el problema marítimo de Bolivia es bilateral, y “la mejor intervención de Perú en el tema será no meterse”. ¡Frío y tajante! Sin embargo, no faltó la consabida frase de cortesía diplomática: “Perú no pondrá obstáculos”.
Las lecciones cuentan. En 1975, a la consulta de Chile sobre la posibilidad potencial de Arica, de Torre Tagle salió la contrapropuesta de establecer una soberanía tripartita. Chile no aceptó. La bola quedó en cancha chilena, y Perú demostró que no está dispuesto a renunciar ni a un pedazo de su patrimonio cautivo.
(*) Columnista independiente
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