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Domingo 19 de junio de 2011

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Revista Dominical

Una experiencia inolvidable

Siete días en la “escuela del valor”

19 jun 2011

Fuente: LA PATRIA

Por: Dehymar Antezana - Periodista

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El tráfico y consumo de drogas se ha constituido en un problema mayúsculo para la sociedad mundial y Bolivia no es la excepción, conflicto que ha ido creciendo desde la década del 70 del siglo pasado y se fue intensificando con el paso de los años.

Los “narcos” han encontrado una serie de métodos para simplificar el trabajo en la fabricación de la droga, mientras que para el transporte y venta utilizan todas las artimañas imaginables, para lograr su objetivo. Sin embargo, esa tarea no les es nada fácil, porque tienen al frente a quienes luchan contra el flagelo de las drogas, ya sean fuerzas combinadas, especializadas o aquellos quienes a través del periodismo denuncian esos delitos, considerados de lesa humanidad.

Pero aquella labor, no puede hacerse como una cobertura periodística normal, por el riesgo que implica al momento de enfrentar a quienes se dedican a esta ilícita actividad. Es por eso que con el transcurso de los años se fueron diseñando una serie de políticas, en principio para capacitar a los uniformados policiales y estos se conviertan en especialistas en su lucha contra el narcotráfico.

Y por otro lado, se ha visto en la necesidad de capacitar a los periodistas con la finalidad de crear corresponsales antidroga, quienes al momento de hacer su trabajo en el lugar de los hechos, actúen primero, preservando su seguridad utilizando una serie de elementos que ayuden a su sobrevivencia y en segundo término en caso de contingencia sean aliados de la lucha contra el narcotráfico.

CURSO GARRAS

Este año se llevó a cabo el VI curso de corresponsales antidroga y se podría decir que fue el primer curso internacional, por la presencia de una súbdita norteamericana.

El curso fue promovido por la Dirección Nacional de Instrucción y Enseñanza de la Policía Boliviana, a través del Centro de Entrenamiento Internacional Antinarcóticos Garras al Valor (Ceiagava) y en coordinación con la División de Asuntos Antinarcóticos (NAS) organismo dependiente de la Embajada Americana en Bolivia.

La instrucción y enseñanza fue dedicada exclusivamente para periodistas, camarógrafos, y personas vinculadas con el trabajo de prensa.

El curso se llevó a cabo en el Ceiagava, escuela que se encuentra ubicada en la localidad de Senda Tres en la Provincia Carrasco del trópico de Cochabamba, a 187 kilómetros de la ciudad del valle, a una altitud de 220 metros sobre el nivel del mar.

La temperatura promedio es de 35 grados centígrados, la humedad relativa es del 70 por ciento; en la época de lluvia (octubre, noviembre, diciembre, enero y febrero) la humedad alcanza al 100 por ciento.

ACTIVIDADES

El Centro de Entrenamiento Internacional Antinarcóticos “Garras al Valor”, forma parte del Sistema Educativo Policial (SEP) como Curso de especialización Policial, que imparte a los estudiantes un adiestramiento especializado en materia de narcotráfico y que permite a los participantes, policías y funcionarios de instituciones de la prensa realizar sus actividades propias con mayor eficiencia.

Uno de los objetivos del curso era que mediante el entrenamiento y una adecuada capacitación de los corresponsales de prensa, les permita realizar la cobertura periodística de acontecimiento en diferentes situaciones de crisis, terreno y condiciones meteorológicas, en coordinación con el trabajo policial orientado a neutralizar y destruir la amenaza del narcotráfico dentro del territorio boliviano.

Durante el curso se desarrollaron tácticas y técnicas en navegación terrestre, para su desplazamiento de día y noche, utilizando el Sistema de Posicionamiento Global (GPS).

Se desarrollaron técnicas de destreza en el manejo de armas. Los postulantes a corresponsales efectuaron tácticas y técnicas de desplazamiento en jungla.

Se orientó el trabajo en técnicas de supervivencia en jungla, para su aplicación en situaciones de campaña.

La capacitación sirvió también para aplicar y realizar los primeros auxilios en situaciones de emergencia. Técnicas de supervivencia en agua y rescate acuático. Técnicas de deslizamiento con soga de la torre de salto (Raphel), utilizando silla suiza improvisada, anclaje de soga y mosquetones para las incursiones en terrenos inaccesibles e instrucción sobre sogas y nudos.

La parte dura fue el fortalecimiento de la capacidad física del corresponsal antinarcóticos, según el programa de fortalecimiento muscular del Ceiagava que consistió diariamente en un trote de dos millas.

LA EXPERIENCIA

Para los 31 postulantes, ahora corresponsales antidrogas, fue una experiencia inolvidable, porque pocas veces se puede gozar un ambiente tan distinto al trabajo periodístico, aunque de lado, nunca estuvo ausente la adrenalina, situación que muchas veces se la vive, principalmente en situaciones de conflicto, marchas, enfrentamientos, persecuciones y otras.

El recibimiento como ocurre al inicio de cualquier actividad fue de bienvenida y dentro de un aspecto de cordialidad.

Sin embargo, con el paso de las horas aquello cambiaría, y los postulantes vivirían momentos tensos, de mucho nerviosismo, bajo una presión psicológica que al principio es detestada, pero luego fue comprendida por los logros que se alcanzarían.

La primera noche, cuando se distribuyó la cena, para muchos fue de sorpresa, porque para empezar, la presentación del plato, uno bastante grande haría denotar, las condiciones en las cuales nos encontraríamos, fuera del mundo normal, fuera del contexto noticioso y lejos de los contactos de trabajo y familiares.

A ello, se sumó la revisión médica y la filiación para ser parte legal del curso. Desde esa noche los estudiantes tenían en mente que las noches no serían nada apacibles, por el contrario, estaban a la alerta de que en cualquier momento algo ocurriría.

Ese hecho hizo que el sueño sea liviano y como dijo uno de los instructores desde el primer día, que en el Ceiagava no se duerme, se descansa.

Todos en las barracas, varones y mujeres estaban pendientes de lo que podría ocurrir, se imaginaba una toma con gases lacrimógenos y otros. Aunque esa noche no se dio, todo era cuestión de horas nada más.

A las 05:00 horas todos los postulantes a corresponsales deberían estar formados en el patio de honor con el uniforme P.T., que consistía en una polera y pantalón corto, la finalidad hacer ejercicios físicos, que fue la constante de todos los días. Una evaluación previa sirvió para conocer el estado de cada uno de los estudiantes.

Obviamente la mayoría estaba fuera de forma y con kilos demás en el cuerpo, sin embargo, aquello no fue impedimento a lo largo del curso para vencer cada una de las pruebas duras que se impartieron.

El primer día considerado como el más duro y traumático, sirvió para dejar atrás una serie de miedos y fobias, llenarse de valor para lograr el objetivo y así fue.

Tras el examen físico se efectuó el primer trote en la pista de aterrizaje de Umopar, situado en el municipio de Chimoré. Dos millas, al principio interminables, pero que con el transcurso de las jornadas serían nada a comparación de la caminata de cuatro millas que se realizaría el último día en terreno pedregoso.

La mañana fue administrativa, se repartió material de instrucción, uniformes y se enseñó como es el orden en una barraca o dormitorio del pelotón. Luego se organizaron las patrullas, por el número de asistentes al curso, 31 en total, se formaron cuatro patrullas, cada una con su jefe y a su vez se eligió a un comandante de pelotón.

Todos perdieron su condición de periodistas, sus nombres y apellidos y fueron llamados elementos e identificados con un número. Situación que al principio costó asimilar, así como la formación y las voces de mando.

Tras el almuerzo, que debía efectuárselo en menos de media hora, porque todo podía suceder, los postulantes comenzaron con la instrucción de primeros auxilios.

Para algunos fue traumático, porque dentro del aula táctica se efectuaron disparos con ráfagas de una M16-A2, saliendo un herido con múltiples impactos de bala, fracturas expuestas, quemaduras y con los intestinos fuera del cuerpo.

La presión comenzó desde ese momento, tras las explicaciones del instructor. De rato en rato, los disparos dentro el aula fue constante, lo que hacía ver que todo se desarrollaría en situaciones de riesgo.

Luego vino la práctica, para ello se utilizó un campo de obstáculos, lo más vistoso fue un pantano, que debía ser atravesado cargando la camilla y en ella a un herido. Tras ello, la prueba final, que dejó para muchos un recuerdo inolvidable por la presión ejercida por los instructores, disparos de armas de fuego, explosiones y gritos.

Ese mismo día en la noche, todos formados con uniforme, se pidió que vayan hasta el sector de la piscina, lo que nadie imaginaba en ese momento, es que se efectuaría el denominado “salto de confianza”, que consiste en el salto desde una plataforma de varios metros hacia una piscina.

Vencer el miedo a la altura, al agua, fueron los obstáculos, pero que con mucho valor fueron realizados con éxito. Obviamente que se tomaron todas las medidas de seguridad.

La primera experiencia fue salto libre y la segunda con los ojos vendados. La sensación de caer al vacío fue única. Tras esa jornada muchos pensaron en tocar la campana, significado para la escuela en abandonar el curso. Pero, estaban conscientes todos, que nadie debería hacerlo y al primer intento, los estudiantes harían hasta lo imposible para evitarlo.

Tras una reflexión profunda, los postulantes siguieron el camino para alcanzar el objetivo, de ser un corresponsal antidroga.

El segundo día fue más suave, clases de natación, instrucción con el GPS, fueron situaciones tranquilas, añadiendo la enseñanza teórica acerca de la navegación por la jungla y la defensa del centro.

Los días siguieron pasando y a diferencia del tiempo que transcurre cuando se hace una labor periodística, en el centro parecería que las horas no pasaban, eran largas muy largas, con una instrucción desde las 05:00 horas hasta las 23:00 horas.

No había tiempo para el descanso, al principio se extrañó las siestas después del almuerzo, pero después aquello no importó porque la idea es estar listo para la siguiente instrucción.

La preparación física se fue intensificando y se efectuaron ejercicios en una laguna, paso comando, formas de anclaje y desplazamientos, la noche pilló a los estudiantes e instructores y como si todos hubiesen perdido la vista, recorrieron a oscuras por la jungla, apenas guiados con unas cuantas linternas.

Soportar a los bichos de distintas características y superar los obstáculos naturales fueron una proeza.

La enseñanza de los nudos de la eslinga, avizoraban otra experiencia cargada de fuerte adrenalina. El salto de Raphel, en tres modalidades, altura máxima de 50 metros, 30 metros y 20 metros. Desafío al miedo a la altura, al vértigo y a la presión que imponía el ejercicio.

Hubo momentos divertidos en media instrucción, aprender las técnicas de camuflaje, desplazamiento en terreno hostil, modos de prevención al cruzar un camino, un espacio abierto, siempre protegidos por los elementos de una patrulla.

El manejo de armas dio la oportunidad para descargar la frustración en muchos, reencontrarse a sí mismo y pensar en lo valioso que es la vida, situación muy valorada en el Ceiagava. El polígono fue escenario para ello, pero no solo eso, sino que se tuvo la oportunidad de hacer uso de un polígono digital, según indicaron es uno de los pocos que existen en Sudamérica.

Por otro lado, y tras cada jornada había un lugar muy visitado por los estudiantes, como era la casa del dolor, que consistía en la sanidad, allí se enfrentaba al temor de las inyecciones.

Ya que si uno estaba mal de algo, era inyectado sin compasión alguna, pero feliz porque sanaría el mal que se padecía.

El patrullaje aéreo en helicóptero fue otro de los momentos inolvidables, dicha nave a solo metros del suelo hacía poner los nervios de punta y de repente a una velocidad increíble, ascendía antes de llegar a la jungla.

Una noche, fue de sorpresa el ataque de los instructores, con bombas de humo y fuego, todos a lado de su compañera, el fusil de utilería, debían asumir defensa del centro de instrucción. Como el ejercicio a la primera no salió como se pensaba, el castigo fue hacer el salto de confianza a las 02:00 horas de la madrugada.

También se practicó en detectar una fábrica móvil de Pasta Base de Cocaína (PBC), previa instrucción teórica que mostró todos los elementos y cualidades que usan los narcotraficantes para fabricar la droga en todas sus modalidades.

Los instructores hicieron de narcos y los estudiantes de fuerzas especiales. Fue un lindo recuerdo, pero se conoció en detalle o mejor dicho el periodista se puso en los zapatos del policía antidroga y se comprendió que esa labor es una de las más riesgosas.

La visita al museo de Umopar desnudó el trabajo del narcotráfico y cómo los traficantes se dan modos para llevar la droga de un punto a otro.

Otro detalle que impresionó fue durante el desayuno y almuerzo del antepenúltimo día, ya que nadie pudo acceder al alimento. Obviamente, todo fue preparado, porque la idea era preparar al alumno para su sobrevivencia en la jungla, donde todas las patrullas fueron abandonadas.

Allí los estudiantes debían utilizar su inteligencia para que de la nada se fabrique una hoguera y un pequeño albergue que sirva de descanso. Ese encuentro con la naturaleza fue único. Si bien no había alimento, eso no importó porque teníamos en frente lo más bello que Dios pudo crear en esa parte del territorio, como fue al señor Monte.

Se encontraron algunos alimentos, que fueron sacados de los árboles, como palmitos, naranja y plátanos. Había una buena dotación de agua, ya que la recomendación de los instructores era: “Si tiene hambre, tome agua”, “si tiene frío, tome agua”, “si le duele algo, tome agua”, “si tiene sueño, tome agua”, etc. y etc.

Otro aspecto que hizo valorar el alimento que tenemos en casa, fue que en medio del hambre los instructores se acercaron comiendo una serie de manjares, desde deliciosos platos hasta ricas golosinas y refrescos.

Pese a que invitaban el manjar, no podía ser aceptado porque la idea era vencer la prueba de supervivencia.

Ya de madrugada y casi sin dormir, los elementos fueron sacados de la jungla y llevados hasta un sector de la Senda 3 para la última caminata de cuatro millas, con mochila en la espalda, el rifle en las manos y agua en las cantinas (caramañola) se efectuó el desplazamiento hasta el centro de instrucción.

Para finalizar la instrucción, los elementos efectuaron su último salto de confianza, que fue más un desafío de valor para vencer la meta de lo impensado, de ser un corresponsal antidroga.

Los instructores manifestaron posteriormente, su beneplácito y sorpresa, porque a un principio no se pensó que los postulantes lograrían realizar y vencer cada una de las pruebas en la denominada “escuelita de la muerte” y no precisamente porque allí mueran personas, sino porque allí muere el fracaso y vence el exitoso.

Allí también mueren los miedos, las fobias y nace el valor de hacer algo que para muchos era impensado hacerlo, no por algo el curso fue denominado “garras al valor”.

Tras ello, 31 postulantes entre periodistas, camarógrafos lograron graduarse del Ceiagava como corresponsales antidroga, y a su vez se convirtieron en aliados para efectuar la lucha contra el narcotráfico.

Fuente: LA PATRIA
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