Epicuro

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Probablemente nació en la isla de Samos, aunque pasó su infancia en Atenas. Se dedicó desde muy joven al estudio de la filosofía y acabó por entender ésta como un saber práctico, un saber para la vida, capaz de ayudarnos a alcanzar la felicidad.

Fundó en Lesbos una escuela que era conocida como El Jardín, un pequeño huerto donde vivía retirado con sus amigos y discípulos, dedicados al estudio de la filosofía y al cultivo de la amistad. A diferencia de lo que ocurría en la Academia de Platón y en el Liceo de Aristóteles, en el Jardín sí podían participar las mujeres. La inscripción que coronaba la entrada a este jardín de sabios rezaba así: Aquí te hallarás a gusto, huésped, aquí el placer es el bien supremo.

• Que nadie por ser joven dude en filosofar ni por ser viejo de filosofar se hastíe.

• La necesidad es un mal, pero no hay necesidad alguna de vivir con necesidad.

• Más preciosa incluso que la filosofía es la prudencia, de la que nacen todas las demás virtudes, enseñándonos que no es posible vivir placenteramente sin vivir prudente, honesta y justamente, ni vivir prudente, honesta y justamente, sin vivir placenteramente.

• Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco.

• El justo es totalmente imperturbable; el injusto está lleno de la mayor perturbación.

• Hay que recordar que el futuro no nos pertenece, pero tampoco nos es del todo ajeno, para que no aguardemos que sea del todo nuestro, ni desesperemos si no es en absoluto.

• El placer es el principio y el fin de una vida feliz.

• Muchos dolores son preferibles a los placeres si, por soportar tales dolores durante mucho tiempo, nos sobreviene un placer mayor.

• También en la moderación hay un término medio, y quien no da con él es víctima de un error parecido al de quien se excede por desenfreno.

• Todo placer, por su naturaleza, es bueno, pero sin duda no todos son dignos de ser escogidos. De la misma forma, todo dolor es un mal, pero no todos deben evitarse siempre.

• De cuantos bienes nos proporciona la sabiduría para la felicidad de toda la vida, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad.

• No es más feliz el joven, lo es el anciano que ha vivido felizmente, pues el primero, en pleno vigor, muchas veces es embestido por las locuras de la fortuna, pero el viejo atraca en la senectud como en un puerto, encerrándose con una serena alegría en los bienes que antes esperaba con impaciencia.

• Nada hay terrible en la vida para quien está realmente persuadido de que tampoco se encuentra nada terrible en el no vivir. De manera que es un necio el que dice temer la muerte, no porque haga sufrir al presentarse, sino porque hace sufrir en su espera: en efecto, lo que no inquieta cuando se presenta es absurdo que nos haga sufrir en su espera. Así pues, el más estremecedor de los males, la muerte, no es nada para nosotros, ya que mientras nosotros somos, la muerte no está presente y cuando la muerte está presente, entonces nosotros no somos. No existe, pues, ni para los vivos ni para los muertos, pues para aquellos todavía no es, y éstos ya no son. (carta a Meneceo)

Escuela de los filósofos. Inspiraciones esenciales.

Compilado por Denise Despeyroux.

Fuente: LA PATRIA