Hacia el quinto siglo antes de Jesucristo, un hombre nacido en Atenas el seis del mes “Thurgelion”, correspondiente al diez y seis de mayo, año cuarto de la Olimpiada setenta y siete, equivalente al cuatrocientos sesenta y ocho de esa era, caminaba por sus calles ocupado en contribuir a la construcción de la filosofía, preconizando la estructura de la moral, de la virtud, además, tratando de discernir la religión.
Se distinguió en el sitio de Potidea, donde los atenienses consiguieron disolver una rebelión contra la República. Distinta fue la suerte en Delión donde, intentando una expedición contra los Beocios, fueron oportunamente rechazados.
Una tercera ocasión viéronse los atenienses obligados a tomar armas, cuando el general lacedemonio Brasidas habiendo ingresado en la Tracia con un ejército, se apoderó de Amphipolis y otras ciudades que pertenecían a la República. Cuando, ante la necesidad de soldados que tenía la Patria, el filósofo tomó parte también de esta expedición. La que no fue más feliz que la anterior. Sócrates volvió a Atenas y, según José Tomás y García traductor de “La República” de Platón, no volvió a salir de ella hasta su muerte.
Contando sesenta años, nuestro filósofo es elegido representante de su tribu en el Senado. Después de haber consagrado su existencia a la penetración del comportamiento humano, al cultivo en sí y en sus discípulos de la moral y de la virtud: exponiéndolas en sus varias manifestaciones, había llegado a sostener la analogía que imperaba entre la perfección moral y la perfección natural, que algunos llamaron “simetría”.
He ahí un carácter fundamental para la representación en una Cámara, ésta, ya de senadores, ya de diputados constituyó en sus orígenes la institución de lo que en Roma habían llamado “Patricios”. De los ciudadanos a la manera del filósofo.
Hoy, esa institución continúa, ya expandida en otras latitudes, ya en la América del Sur. Se llama Asamblea, Congreso o Parlamento; es menester de la política su intervención en asuntos como el problema chileno-boliviano-peruano. Ya que los poderes ejecutivos han demostrado sus limitaciones al tratar desinteligencias, los congresos bien tienen competencia para conocerlos, interpretarlos y resolverlos pues son esas instancias en las que se ratifican o no, cualquier tratado internacional y las que mediante la ley ordenan acciones al Ejecutivo.
En la cuestión marítima con Chile, Bolivia ha continuado su intento de reivindicación legítimo, desde que se sellara el Pacto de Tregua de 1884, grandes personalidades no han cejado en aportar para ese fundamental ángulo de la vida nacional, del desarrollo pleno. Incluso el poeta Ricardo Jaimes Freyre, miembro de la Convención Nacional en 1920, en el 21 ministro de Estado en los despachos de Instrucción y Agricultura; el año 1922 como Ministro Plenipotenciario y enviado extraordinario ante el Gobierno de Chile, le cupo plantear al Gobierno de Santiago la revisión del Tratado de 1904. Este no es tema meramente coyuntural ni partidario. Antes bien, constituye pilar de la política nacional e internacional. La corrección de una iniquidad.
Un diputado de la República de Chile, en declaración a “El Mercurio” de Santiago, declaraba refiriéndose al pronunciamiento de la 41 asamblea de la OEA respecto del diferendo boliviano-chileno: “…dice que hay que respetar los tratados internacionales…”
Otra vez el único argumento que nuestro vecino ha esgrimido desde comienzos del siglo XX. Cierto, plenamente; empero este caso tiene una historia. Cabe citar el Artículo I del Tratado de Límites que suscribieron Bolivia y Chile, el año 1874, casi cinco años antes de la premeditada irrupción armada en el Litoral boliviano. A la letra dice:
“Artículo I.- El paralelo del grado 24 desde el mar hasta la cordillera de los Andes en el divortia aquarum es el límite entre las Repúblicas de Bolivia y Chile”.
Firmado y sellado por los plenipotenciarios Mariano Baptista, por Bolivia; y Carlos Walker Martínez, por Chile. Seis de Agosto de mil ochocientos setenta y cuatro, en la ciudad de Sucre, Bolivia. Siendo Presidente de esta República Tomás Frías.
Cierto, hay que respetar los tratados, empero habiéndose inobservado alguno, corresponde a los patricios vindicarlo.
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