Editores y colegas me propusieron anteayer salir a festejar el Día del Periodista. Se los agradecí, pero les pedí que lo dejáramos para otra oportunidad. No me pareció el día apropiado.
La profesión está atravesada por el falso discurso que viene imponiendo el Gobierno sobre el rol de los medios y bajo una gestión que se autodenomina nacional y popular. El mayor exponente de esta mirada maniquea es Carlos Zannini, el hombre con más poder después de la presidenta de la Nación. Según él, la prensa busca condicionar "a la política". De acuerdo con su perspectiva, y por extensión, todos los medios son malvados, corporativos y golpistas. Y este gobierno representa, según él, la parte más noble que tiene la política. Es decir, la posibilidad de cambiar la vida de la gente, para mejor.
Se trata de una gran coartada. Una gran excusa para ejercer el poder sin controles ni auditorías. Sin un contrapeso mínimo para repartir el dinero del Estado como mejor les parezca. Bajo ese presupuesto se justifica todo. Desde la falta de convocatoria a conferencias de prensa de la Presidenta hasta el reparto discrecional de la publicidad oficial. No por conocida la doctrina es menos escandalosa: millones de pesos sin la correspondiente auditoría para los medios amigos, migajas o cero publicidad para los medios y periodistas que cuentan lo que pasa más allá de los intereses de la administración. Como si el dinero fuera del secretario de Comunicación Pública, Juan Manuel Abal Medina, hasta se dan el lujo de no acatar el fallo de la Corte Suprema de Justicia que les ordenó incluir publicidad también en los medios críticos.
Pero no se trata solamente del dinero oficial utilizado como propio. También hay protección y primicias para los más alcahuetes, persecución a través de organismos públicos como la AFIP y nula información para quienes hacen preguntas molestas.
Aunque parezcan cosas distintas, los escándalos que involucran a Sergio Schoklender y Hugo Moyano son hijos naturales de esta política perversa de prebendas y hostigamiento. Los fondos públicos que recibió el apoderado de las Madres de Plaza de Mayo no se controlaban ni auditaban porque eran para gente "del palo". Al contrario. Hasta donde les fue posible, organismos como el Banco Central o la Unidad de Información Financiera (UIF) ocultaron información y demoraron la investigación. Había y hay una justificación "política": la lucha y la honestidad de Hebe de Bonafini hacían las veces de enorme paraguas protector en caso de que a cualquiera se le ocurriera preguntar.
Con la misma lógica, al líder de la CGT y del sindicato de camioneros se le facilitaron decenas de negocios porque era, y sigue siendo, un socio privilegiado del Gobierno. Alguien a quien es mejor tener de aliado, por más dinero del Estado que cueste semejante relación. Enumerarlos aquí sería tedioso. Es suficiente con decir que desde 2004 hasta 2009 el grupo económico Moyano-Liliana Zulet obtuvo ganancias por más de 13 millones de pesos.
El hostigamiento a los periodistas y a los medios "destituyentes" es imprescindible para contar la historia oficial que les permita perpetuarse en el poder. Los periodistas militantes están obligados a repetir que Néstor Kirchner tenía un compromiso con la lucha por los derechos humanos desde fines de la dictadura. Y que sacó a la Argentina del infierno para llevarla al mejor momento de toda la historia. Zannini acaba de proclamar que su enorme tarea fue superior, incluso, a la de Juan Domingo Perón porque, según él, Néstor partió de menos cero y el general tenía cierto viento de cola mundial que favorecía su política de distribución del ingreso.
Los periodistas y medios oficiales y paraoficiales deben repetir que Kirchner se inmoló por la patria, y las calles, las plazas, las avenidas y el Fútbol para Todos deben dar cuenta de esa verdad irrefutable. Los pensadores e intelectuales obedientes han instalado el concepto de "denuncismo", como si los periodistas profesionales estuviéramos cometiendo un pecado al develar actos de corrupción gubernamental. Los filósofos K han diseminado la idea de que el enriquecimiento del ex presidente y la jefa del Estado es un asunto menor que no merece ser discutido. Que la obsesión de los periodistas profesionales por ahondar en asuntos como la mafia de los medicamentos, el favoritismo oficial hacia las megaempresas mineras y los gastos indebidos del Estado son minucias, herramientas típicas de "los gorilas" del siglo XXI. Que publicar los índices reales de la inflación y la pobreza es hacerles el caldo gordo a los tenedores de bonos de la deuda. Que Guillermo Moreno es un patriota y no un patotero que usa el dinero y las herramientas del Estado -una vez más- para perseguir a las consultoras que sólo hacen su trabajo.
Al final de la jornada me enteré de que, para saludarnos por el Día del Periodista, la Presidenta había acusado a algunos colegas de hacer "operaciones". De inmediato lo asocié con uno. Uno que representó, para nuestra generación, el ejemplo del buen profesional que enfrenta a la corrupción del gobierno en condiciones adversas. Uno que ahora modificó sus prioridades. Uno que acaba de montar una "operación" para hacer creer a sus lectores que Kirchner fue un campeón de los derechos humanos desde antes de 1983.
La operación fue desarticulada con pura información y testimonios de la época. Menos mal que todavía quedan algunos periodistas con memoria de cómo honrar la profesión. Brindo por eso.
Publicado en La Nación, de Argentina
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