Loading...
Invitado


Domingo 05 de junio de 2011

Portada Principal
Revista Dominical

Biografía, psicología y psicometría

Interpretación de la interpretación: Franz Tamayo/Hechicero del Ande

05 jun 2011

Fuente: LA PATRIA

Por: Henry Ríos Alborta

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Fernando Diez de Medina, escritor nacional (y nacionalista), escribía en el prólogo de 1942 a su libro “Franz Tamayo/Hechicero del Ande”: “Mas hay un territorio esquivo al método, anclado allende las tesis y los cánones. Ni reglas ni preceptos. Nada se prueba. Se penetra todo”.

Tierra, pueblo, hombre; relaciónanse, influyen en la morfología existencial del poblador, según el biógrafo. Allende el lugar común; descomponer y componer esos tres componentes, analizar en qué medida, cuándo, por qué imprimen su sino en el Ser, es la tarea que Diez de Medina, telurista insigne, ha realizado. Con los instrumentos que una formación humanista, autodidacta, vernácula y universal dan al escritor consagrado, forja la interpretación del fenómeno psicológico que habita en el grande artista y pensador Franz Tamayo, a la vez que construye una tesis verídica ciertamente de la realidad nacional, las taras y prejuicios, las grandezas y valores de la Patria son bosquejados a través del hombre, al fin y al cabo, el que construye y destruye la sociedad.

Profundo en la interpretación de la psique individual y colectiva, trátase de un bosquejo de la existencia (Dasein en buen alemán), que tanto ha ocupado a Heidegger. El filósofo germano la persiguió en un sentido general (ontológico), el escritor boliviano a través del Ande, el pueblo y Franz Tamayo. Ambos significaron hitos para el humanismo.

“La pérdida de ideales -dice Manuel Frontaura Argandoña- es el fruto de la negación sistemática de los valores humanos que forman una tradición y hacen una patria; la ausencia de vidas ejemplares conduce al derrotismo en la conducta pública, todo lo cual lleva a la ausencia de espiritualidad y al crecimiento monstruoso del materialismo egoísta, propio de nuestros tiempos”. Este juicio autorizadísimo figura en la página diez de “El Dictador Linares”, biografía señera del primer Presidente civil que tuvo Bolivia, su autor, autor también de “El Litoral de Bolivia”, su “Opus Magna”, según Diez de Medina, comparte con éste la trascendencia de la actividad biográfica y espiritual para la vindicación nacional. Fernando dedicó un ensayo al escritor potosino. Muéstrase así, que Bolivia ha tenido figuras importantes en los campos de letras, bastardo es negarlo. Aún más, significativo es, debe ser la patentización de esas mentes para el crecimiento auténtico nacional, o sea, espiritual, activo.

Sigamos con el Hechicero. “Al paisaje áspero y fuerte -anota Diez de Medina- corresponde el habitante hosco y enigmático. Forma humana de la tierra tormentosa, cruel, contradictoria, expresión concentrada del medio singular que lo engendra, lo nutre y fortifica. Tamayo es el espejo psicológico de la montaña. Nunca mayor complejidad. Jamás tal nudo de problemas. ¡Vaya uno a saber dónde nacen, se oponen, se combinan, se destruyen y recomponen las acciones y pasiones del montañés! Como las cimas y los precipicios en la sierra, el todo es una pugna de contrarios; el detalle, la variedad en el contraste”.

Incisividad, interpretación; el “gran mestizo”, Franz Tamayo, la existencia del humanista, del artista, del pensador, ajeno a las maquinaciones de la estulticia, el forjador de carácter, quien reclamara el “carácter nacional”; la Hélade, Roma, Alemania de Schopenhauer, Nietzsche o Spengler, la música y la sensibilidad de Beethoven. Ergo, la formación tempranamente misántropa (en sentido generoso y no patológico) del hombre. ¿Más preciso sería decir solitaria? Huelgan temores.

Formóse solitario el hombre, Sócrates, Platón, Aristóteles, Horacio, Homero, Cervantes, Shakespeare, Víctor Hugo, Schopenhauer, Nietzsche; no fueron, ciertamente, personas materialmente presentes; “amigos” como tan falsamente hoy se vocifera; antes bien, fueron maestros, seres que escribiendo, trascribiendo su ciencia moral, los principios rectores, su inteligencia y humanidad, la autenticidad individual, la Historia, la política y la ética, constituyeron amigos en un sentido ideal, más próximo a la verdad, para Franz Tamayo. “Ciertos espíritus jóvenes aman la independencia y la libertad de acción. Dejarlos; pues si son lo bastante fuertes y justos, siempre encontrarán su vida y su ley; y si no lo son se perderán bajo el mejor maestro y en la mejor escuela”.

Pocos han comprendido el quehacer biográfico, filosófico o histórico como ocupación íntegra, no muchos le han dado lugar principal en su existencia; Fernando Diez de Medina es uno de esos pocos, Franz Tamayo, ciertamente, otro.

Parejo al bosquejo y análisis biográfico, corre el ensayo político. Cierto es, inexorable, tal vez, que la política es la válvula de escape para las sanas inquietudes del espíritu culto, recto y humano. Tapar esa válvula con reticencias absurdas podría significar la perdición del inquieto, y de su colectividad.

“Eliminado por los conservadores, -escribe Diez de Medina- que aseguran las presidencias de Pacheco, Arce, Baptista y Alonso, los liberales conspiran hasta 1899, año en el cual derrocan al último gobierno conservador enarbolando la bandera federalista”.

“El pretexto era absurdo. El federalismo equivalía a la desintegración nacional. Se necesitaba un motivo para arrebatar la sede de gobierno a Sucre y trasladarlo a La Paz, ciudad de mayor población, mayor movimiento comercial y más fácil acceso a las costas del Pacífico. Detrás de ambas causas -aparente una y otra real- existe una tercera, no bien precisada por los historiadores. Es el viraje violento que sufre la psicología colectiva después de tres cuartos de siglo de caudillismo militar y tradicionalismo. El llano aflojó los resortes políticos del país. Los doctores de Chuquisaca, las familias linajudas, la tradición, el clero y la aristocracia no pueden contrarrestar el empuje de los hombres del norte, cuya sangre ‘kolla’ exige empresas más enérgicas para la nación. Los liberales, explotando las tendencias populacheras y dinámicas de fin de siglo, escalan atrevidamente el poder. Si es lamentable recordar que lo hicieron a costa de una lucha civil, no es justo olvidar que el país ganó radicando el gobierno en la montaña y sustrayéndolo a la molicie de los valles”.

Palmo a palmo, momento político nacional y existencia del Ser (Da-sein: Ser ahí), mérito del escrito, desmontar e interpretar la realidad, reconstruirla después viendo cómo se compone ella misma, en su objetividad, a través del brazo interpretador del escritor.

Sigue la penetración psicológica, en otra página, Diez de Medina escribe:

“Los antecesores de estos indios tuvieron una historia, una legislación política avanzada, una cultura formal. Lo prueban la arqueología, la tradición verbal, el folklore intacto casi: lírica, danza, música que sobreviven a civilizaciones extinguidas. ¿Cómo volverlos a la actividad civil? ¿Cómo redimirlos económicamente?”

“Discurriendo a grandes pasos por un patio de antiguas losas, cuando son pocos los años, mucha la ambición y no escasos los desencantos, la imaginación suele llevar lejos, Franz Tamayo sueña redimir a los indios miserables, y a los cholos perezosos e ignorantes…Hay que aprender a mandar para organizar después a esta gente levantisca e indisciplinada. Un pueblo no elige sus gobernantes. Son los hombres los que conforman la multitud a su medida interior. Hay que poner orden en esta diminuta nación en germen. Pero estos sueños no salen de los cuatro muros del patio de una casa de la calle Loaiza”.

“Toda vez que Franz Tamayo estuvo a punto de alcanzar un sueño, sobreviene la caída. Es su sino trágico”.

El bardo replica:

“¡No hay miel como el dolor para almas grandes!”

Va creciendo el contradictorio, impetuoso joven, ávido de acción, dirige un periódico, escribe los cincuenta y cinco editoriales que fisonomizan “La Creación de la Pedagogía Nacional”. Acerca de ese título, el biógrafo escribe:

“Muchas verdades y gruesos errores constituyen “La Creación de la Pedagogía Nacional”. Obra de un gran talento y de un gran resentido, hay que acudir a los estudios psicológicos de Adler, Jung, Scheler, Lazurski, Marañón, Spranger y escuelas afines al freudismo, para comprender este libro singularísimo. Escrito con la vasta sabiduría de un humanista, es, en realidad, fruto de un sentimiento apasionado. No ve al indio tal cual es, sino tal como quiere que sea. La infancia melancólica, la adolescencia hosca y lacerada, los amores disueltos, el fracaso del hogar, la pugna con la sociedad, los silencios mentales, el desprecio a los blancos que desprecian, vibran por estas páginas escritas al soplo apocalíptico de un Patmos altiplánico”.

Muéstrase un análisis incisivo de la hechura tamayana, cree que la mezcla del indio y el ibero, centellean por momentos en contradictorias sentencias, por otros en líneas certeras. “Para comprender la ilógica argumentación del libro, hay que pensar en el discurrir vengativo, autobiográfico, de una vida torturada por la más alta soberbia, que hace de la sociología válvula para vaciar su acritud”.

“El indio es todo un hombre -dice Tamayo-; se basta a sí mismo. Autodidacto, autónomo, fuerte, es el verdadero depositario de la energía nacional. Produce incesantemente: labor agrícola, minera, trabajo rústico o manual. El 90 por ciento de la energía nacional le pertenece. Constructor de su casa, labrador de su campo. Tejedor de su estofa, cortador de su propio traje, fabricante de sus utensilios, mercader, industrial y viajero. Concibe lo que ejecuta; realiza lo que combina. En el gran sentido shakesperiano, es todo un hombre. En la cosa inteligida, el indio no ve más que la cosa misma y no sufre de esa dispersión de fuerzas atentivas que tan frecuentemente se hallan en nuestra modernidad. Esa unidad de la acción cerebral, que es más hecha de voluntad que de pensamiento, constituye la calidad típica del pensamiento indio. Su salud mental es admirable. Una inteligencia que tiende a divorciar higiénicamente las pasiones de las ideas; lo que pierde en estetismo, lo gana en independencia y fuerza”.

De pronto, el juicio injusto: “El indio se desmoraliza y se corrompe al acercarse al blanco”.

¿Cómo explicar esa aseveración? Cierto es que a ese tiempo, el indio estaba cuasi absolutamente proscrito de la vida primaria del mestizo, o del blanco. Convive con ellos, empero “sin participar sus excelencias”, dice Fernando.

A la sazón, Franz Tamayo era el adalid de la “Escuela optimista”, del indigenismo; iniciada ésa por el P. Bartolomé de las Casas, el padre de Franz la había continuado. Puede discernirse la radicalidad del postulado, como es fama en los momentos primeros de algún movimiento; así fue en la civilización romana, en el cristianismo, o en el nacionalsocialismo. Ello no quita, empero, el carácter de yerro asaz complejo, en la mentalidad que lo ha ejecutado.

Momento propicio para trascribir la cita que hace Diez de Medina, acerca del “resentido”.

“Marañón resume en sobrio juicio su teoría del resentimiento, reacción de los sentimientos de inferioridad que no se pudo eliminar. Es una pasión social -sostiene- en cierto modo impersonal, que no va contra determinadas gentes, sino contra la suerte, contra el destino. Como el resentido posee una memoria contumaz, inaccesible al tiempo, sus reacciones tardías suponen larga incubación entre la ofensa y la vindicta. Ente sin generosidad, el resentido no es malo ni bueno; es simplemente un agraviado por la sociedad a la cual achaca todas sus desgracias. No acepta el fracaso de su ambición. Todo, para él, alcanza el valor de una ofensa o la categoría de una injusticia. El alma preterida por la infancia solitaria, por imperfecciones o diferencias físicas, por desigualdades sociales, por adversidades del azar, esconde su acidez interior. Pero debajo de su disimulo se hace, al fin, patente el resentimiento. Cada uno de sus actos, cada uno de sus pensamientos, acaba por estar transido de una indefinible acritud. Pasión de grandes ciudades y por lo general de inteligencias bien dotadas, su llama se aviva no sólo con fuertes contrariedades, sino con simples palabras, con gestos vagos y hasta con las distracciones de los demás. El fracaso social, que es la derrota ante el mundo, es incurable. El resentido mira el mundo por la lente de su decepción; atribuye a todos la causa de su desdicha. Creyendo castigar a los demás con su desprecio, se penitencia en realidad a sí mismo. Su grandeza es la expiación sempiterna del orgullo. Su miseria la falta de generosidad para comprender la vida, olvidar los contrastes y superarlos por el padecimiento que depura.

Franz Tamayo, alma grande en virtudes y defectos, es una típica expresión del resentido-superior”.

Pero “La Creación de la Pedagogía Nacional”, contiene pasajes realmente incisivos, iniciadores de una corriente autóctona en sentido Nacional, y no únicamente de raza. Verbigracia:

“Si el hombre es el estilo, la nación es el carácter. Hay que enseñar el orgullo personal y señoril, que devendría más tarde orgullo nacional; el dominio de sí mismo, el culto de la fuerza en todas sus formas. Hay que enseñar el gusto de vencerse, el desprecio de los peligros, el desdén de la muerte y todo lucro enervante de vida; el amor por la acción, combatiendo la pereza secular de la raza; es nuestro lado más vulnerable. Sufrimos una ataraxia crónica y endémica, individual y colectiva, física e intelectual. Necesitamos el culto de la acción innúmera, incondicional, ilimitada. Es la grande acción organizada la que hizo las Romas y las Britanias. Es vano esperar cosa alguna de otro que de nosotros mismos. Debemos reaccionar de la histórica depresión en que vivimos. La raza está deprimida, encobardecida y estupefacta. Nuestras faltas y las ajenas han envenenado nuestra historia, pero debemos vencernos para poder vencer a los demás”.

Esas ideas irrumpen en 1910. “Montes ha dado los primeros pasos de la transformación nacional; mas el gobierno pacífico de Villazón, aún realizando cosas provechosas para el país, prefiere el plácido estacionarismo democrático”, refiere el biógrafo. A la sazón, Diez de Medina esboza al pensador: “El retrato de 1910 no es todavía muy afortunado. La cara ancha, tanteando el encaje definitivo, acusa rasgos más enérgicos. Una melena romántica, larga y descuidada, cae sobre los fuertes hombros. El habla apresurada e incisiva. Los ojos penetrantes. Bruscos los modales. Un corbatón de amplia moña y un sombrero de paja, se hacen habituales junto al rostro adusto. Quien le oye hablar sobre Taine o Turgueniev, quien admira sus cálidas improvisaciones sobre un pensamiento de Platón o un verso de Shelley, no alcanza a explicarse el porqué de los zapatos amarillos junto al traje azul, o la nota discordante del sombrero de paja cuando la vestimenta pide a gritos otro de fieltro.

¡Leyes de la etiqueta y del buen gusto! ¿Las conoce y voluntariamente las desafía; o las ignora y se despreocupa de ellas? Los chalecos llamativos de Lord Beaconsfield no son menos detonantes que los zapatos chillones de Tamayo. Esa discordancia en el vestir, es, para unos, mal gusto indígena; para otros proviene de la sensibilidad. La mente sólidamente organizada suele complacerse en estas travesuras del gusto, que desorganizan astutamente la armonía exterior para esconder mejor el tumulto interior. Se piensa en la carcajada rabelesiana, estallando como un latigazo sobre la moral burguesa que no entiende estas razones del corazón.

Suele pasear por la Plaza Murillo, solitario, entre la multitud que a los acordes de la retreta circula por las aceras. Cuando la banda se retira y la gente comienza a dispersarse, los amigos se aproximan, sabiendo que Tamayo siempre tiene cosas interesantes en los labios. Define el escritor una institución jurídica de los romanos. De pronto un ligero descuido, y uno de los circunstantes interrumpe:

-No es así, don Franz. La raíz de esa disposición hay que buscarla en el “Pandectas”.

Tamayo mide de arriba abajo al interruptor. Y su voz chillona silba, casi bufa de indignación:

-¡Tamayo no discute. Tamayo enseña!

Se le atribuye excesiva egolatría, un orgullo insensato, sin entender la recóndita ironía de esta inteligencia que juega al gran actor, para emboscar su hambre de espacio, su sed de altura, anhelos primordiales de almas grandes. ¿Cuándo habla en serio Tamayo y cuándo en burla?

“He visto el Illimani de este tamaño” -dice aproximando el índice y el pulgar. Son los días que se levanta optimista. “Vengo enfermo de primaveritis” -exclama cuando el hastío lo importuna. Y para eludir compañías, suele expresar rotundo: “Hoy no cuenten conmigo; tengo cita con Beethoven”. A un joven que interroga sobre el nuevo libro, replica entre burlas y veras: “¡El arte, el gran arte trágico: Sófocles, Tamayo, Eurípides!” De pronto la salida de tono: “La Argentina es un queso recién partido”. O el pensamiento profundo: “La raza, históricamente hablando, es como el árbol: lo que está en la raíz está en el fruto y en la flor”.

Incisivo en la penetración psicológica, Fernando Diez de Medina había escrito en su “Literatura Boliviana”: “Carlos Medinaceli: un alma problemática. El gran dolorido que sintió la patria por su propia congoja espiritual”. Reconocía, empero, la majestad del escritor.

La naturaleza pánica, el clima duro, hostil al habitante, el Ande, sus misterios, mitos, realidades, atraviesan el “Hechicero”; convergen biógrafo y biografiado en el espíritu de la tierra, de las montañas. Este forja versos dionisíacos, aquél, autor de “Thunupa” o “Nayjama”, experto telurista, interpreta la psicología compleja de Franz Tamayo, también, con el Altiplano. El poeta expele la impronta:

“Si en algo un son sublime

Se empapa y vibra,

Cual dolor en la fibra

O eco que gime,-

Canto a miriadas,

Auscultad en los Andes

Nuestras Illiadas!”

Transcurre, intrépido y desafiante, innovador el parlamentario. El hombre, en cualquier actividad de la vida, manifiesta su fisonomía moral. Tamayo no fue la excepción. Este ensayo, empero, encamínase hacia la psicología del “gran mestizo”, del hombre, “Mysterium Magnum”.

“Hay que profundizar el drama de esta soledad; mirar el pozo sin fondo de una conciencia que se desgarra día a día en la impotencia de actuar dentro de la lucha civil, para comprender el resentimiento tamayano”, prosigue Diez de Medina: “El político mira atrás: ni gloria ni provecho. Aislamiento social. No hubo ecos para el pensador ni satisfacciones para el hombre de mundo. Ignorado el poeta, incomprendido el sociólogo, negado y escarnecido el artista. ¿Cómo responder al rechazo del mundo? El ibero se encastilla en sus torres de soberbia; el indio persiste en su dureza ancestral; el mestizo, fatigado de la simulación ambiente, se entrega al juego desigual de su malignidad”.

“Adentro sigue la pelea; las dos almas se baten fieramente. El blanco, rebelde, añora el campo voluntariamente abandonado. ¿Por qué inmovilizar tamaña energía y valor tan joven? El indio, indómito, se esfuerza en retornar al silencio milenario de la raza. Luchar ¿por qué y para qué? El confinamiento en sí mismo es un retorno al ‘Ayllu’; mudecer como la tierra y como la tierra persistir sin gestos vanos”.

Fecunda, transcurre la labor del hondo poeta, huelga explicar la “incomprensión del medio”; qué importa, si el individuo, componente de cualquier colectividad, profundízase, conócese, adiéstrase en el recto pensar y existir.

Horas conflictivas, el conflicto del pensador, humanista, el gran reformador, y la molicie nociva de ingentes coetáneos. Sobreviene el motín interior. “Corazón que sangra es que florece”.

El Honorable Tamayo, en el Congreso de 1930 manifiesta su ardor interior, se opone radicalmente al proyecto de “referéndum” para realizar reformas constitucionales. Alega que ello importa desorganización, estrategia insidiosa para concretar ambiciones presidencialistas, y, una vez conseguidas, no habrá más “cambios”, sino, la arbitrariedad del Gobierno. Lúcido es el poeta. Pero, y quizá por ello, las votaciones del Congreso no suelen favorecerle, no consagra su “Ley Capital”, o tiranicidio, y tampoco es mayoritariamente apoyado en sus interpelaciones. Del Hemiciclo, trasunta a la casa de la calle Loaiza, templo de su soledad, a la finca de Yaurichambi, a las caminatas siempre saludables, o a forjar artículos, libros y filosofía. No es, acaso, quimérico afirmar, como Diez de Medina, que cuando el gran solitario patentiza su mundo interior, ya en las letras, ya en política, puede revertírsele los versos que él dedicara al monte tutelar del terruño:

“Ese monte blindado

De hielo eterno,

En su entraña, cuidado!

Lleva un infierno!

La nieve intacta,

Si hablara fuera piélago

Y Catarata!”

Acércase el crepúsculo, la madurez de los años, esta existencia irrumpe cuando nadie lo sospecha. Ha incursionado en periodismo, en sociología, en poesía, en filosofía, en el Parlamento, ha sido Canciller de la República, en un lapso efímero; ha tratado de defender a Bolivia en la Liga de las Naciones, Ginebra, por la causa marítima, ha sido elegido Presidente de la República en plena campaña del Chaco, el Golpe Militar del 1934 contra Salamanca, obliga anularse las elecciones, jamás sabrá Bolivia lo que habría sido tener a un Franz Tamayo como Presidente.

El mérito de la interpretación que forjó Diez de Medina, radica en la tentativa del escritor, aquí se consagra como tal, demuestra, que el suelo, pueblo y poblador mantienen influencia, notoria a veces, sin advertirlo, las más. Empero en la descomposición y representación de ella, en el descubrirla y mostrarla, esta la aguda labor del hombre de letras. “El hechicero pertenece al Sr. Diez de Medina -dice en epístola Blanche, primera esposa de Tamayo- y existe un Franz Tamayo tal como Ud. Lo ha representado. Este mismo es el confuso problema: usted ha adivinado a un ser que sólo yo creía conocer”.

“Ya no alumbra el mundo estas flores de cultura -concluye Diez de Medina-. Acosado por la máquina y prisa de vivir, el hombre lucha y escribe, mas no piensa. No se llega a entender del todo una inteligencia tan compleja como la de Tamayo; ni se puede abarcar en pocas páginas una vida tan rica en contrastes dramáticos; como no se llega a comprender en cabalidad su enigmática y sapiente poesía. ¿No ha dicho Goethe que cuanto más inconmensurable es una obra literaria y menos accesible a la razón, tanto mejor es?”.

“¿Adónde el espíritu tiende sus velas que no arriesgue de naufragar ó de descubrir un mundo?”

Biografía, psicología. Concreción precisa, polémica pero penetrante, descubridora de fenómenos; el “co-estar” que decía Heidegger, el “uno”, la “gente”, el que es todos y no es ninguno, esa realidad de la sociedad: colectividad y su influencia cuando existe, en el hombre, influencia que puede destruir, construir; es patentizada, agregando, despejando también el suelo, la tierra en el Ser. Ahí está la trascendencia de la elaboración de don Fernando.

El libro, publicado en 1942, no alcanza a la última etapa política de Tamayo: En 1944, el bardo es ungido Presidente del Poder Legislativo, en el ocaso de su vida, afrontaría ásperas controversias nacionales. Ese año, en Oruro estalla un conato revolucionario, frustrado y castigado severamente por el Gobierno Villarroel. Varios ciudadanos sindicados de propiciar la revolución, son fusilados en Oruro y La Paz. Tamayo pronuncia un discurso como Presidente de la Asamblea, “…la diabólica cadena de 60 condenados a muerte con Tavera a la cabeza, había sido rota para siempre por el discurso cristiano del Presidente Tamayo!”, Escribe en su “Tamayo rinde cuenta”, de 1947.

El Gral. Félix Tavera R., en su “Apuntes para la Historia de la Guerra del Chaco/Picuiba”, Comandante en Jefe de las FF.AA. en 1944, escribe: “…se movió el Cuerpo Diplomático en nuestro favor y el discurso cristiano de don Franz, nos salvaron la vida”.

Acaso Tamayo, íntimamente habríase identificado con el “Hechicero del Ande”; después, al rendir cuentas por su participación en el Congreso del 44, en el capítulo XIV de su opúsculo “Tamayo rinde cuenta”, escribe: “Un politicastro de mis enemigos, me mandó un día mensaje que en tono condolente decía:

Si Tamayo hubiese renunciado cuando los fusilamientos, su talla política habría crecido gigantescamente”.

Aquí hay un error de perspectiva humana.

Ciertos hombres no necesitan crecer porque han nacido crecidos. La talla de Tamayo a los veinte, será igual que a los setenta.

Y aquí una hipérbole lírica no exenta de pedantería: el león desde que nace y aún antes, siempre es león”.

El capítulo titula “Psicometría”.

Psicometría, la medición de los fenómenos psicológicos.

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: