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Domingo 29 de mayo de 2011

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Cultural El Duende

Avisos necrológicos

29 may 2011

Fuente: LA PATRIA

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Cada vez que te miro…

Cada vez que te miro, siento que el sol calienta mis espaldas, y, de noche, el frío hace temblar mis huesos como los de un perro abandonado. Siento que me falta el aire que desintoxique mis pulmones alquitranados de nicotina y demás cereales.

Cada vez que te miro, observo que en tus ojos se refleja mi mirada adormilada, y tengo que limpiar las lagañas que cubren mis ojivales, para comprender que tú tampoco te has lavado la cara. Inquisitivamente escudriño tu figura, y contemplo que una miss, centenaria tiene sus carnes más duras que las tuyas, y, aún así, siento que necesito de tu presencia para mentirme que no soy tan vejestorio todavía.

Cada vez que te miro, parezco un niño destetado que busca en la nada el pecho que le calme la sed, aquellas dos que componen el lácteo materno, y el tan lácteo carnal lleno de interrogantes. Esa sed que, cuando me encuentro jugando con tierra, hace que construya senos y cosenos en mis manos alfareras, mientras mis mocos juegan en mi boca.

Cada vez que te miro, siento que en mi cama me falta algo más importante que las frazadas, y no puedo dormir tranquilo, porque sé que necesito ya no sólo de tus palabras, sino de que me acunes entre tus brazos (recuerda, que todavía no he cumplido mis doce años), y me digas en mi boca, palabras que mis orejas no necesitan saberlas.

Cada vez que te miro (lo hago desde un agujerito que abrí en la pared) cómo te vistes y te desvistes en la soledad de tu cuarto, pienso en ti, mientras recuerdo esos k’uchi videos que voy a ver en el cuarto de nuestro vecino solterón, y ya no sé qué voy a hacer con mis manos que se quedan quietas, y tengo que correr a la calle para que nadie descubra mi secreto.

Cada vez que te miro, pierdo el hambre, el cambio del pan, las monedas que papá me regala, las ganas de reír, y como tonto pienso qué es lo que tanto te miro si, como dice mamá, todavía no he aprendido a limpiarme las narices.

Cada vez que te miro, me cuesta entender por qué te quiero de la forma desesperada en que te estoy queriendo si tú eres mucho más vieja que mi abuela, y yo, simplemente soy un niño que está mira que te mira y que te requetemira, mientras vos sonríes mostrando tu boca desdentada, y tu cara llena de arrugas.

Ni pal perro

El hombre se agarró desesperadamente del último aliento que le quedaba, y sin proponérselo, introdujo más aún el cuchillo en su abdomen. De todos los que estábamos allí observando la pelea –como si nos hubiésemos puesto de acuerdo– ninguno se metió en el problema, y como si nada hubiese sucedido, cada uno se fue alejando por sus respectivos rumbos, mientras el hombre caía sobre el piso, y las piedras que recibieron su cuerpo comenzaron a vestirse de rojo púrpura.

A nadie en especial, y mucho menos a mí, nos importó averiguar qué había sucedido. Aquello que empezó como una simple discusión continuó con una pelea y terminó con un difunto. Claro, con semejante cuchillo que sólo servía para matar vacas, y por lo tanto no era raro que para matar gente, ningún perejil podía salvarse, y el occiso (presumo que murió por el espanto que le ocasionó el tamaño del cuchillo), mucho menos.

¿Y para qué hubiésemos querido meternos donde no nos habían invitado? Si la pelea había sido gratis, y uno de los gallitos llevó su vida a la muerte. Total, ya habrían otros pelafustanes que sabrían defenderse mejor que el muertillo.

Mas, a la hora de la verdad, mientras de lejitos observaba cómo nadie se acercaba hasta el lugar donde el hombre estaba echado mirando sin ver el cielo, un perro vagabundo (no creo que hubiera sido pariente suyo), se acercó lentamente hacia él, y tras bajar más aún la cola, le lamió la cara y, posteriormente se alejó de allí, como si temiera que a él también lo pudiesen involucrar en tan lamentable suceso.

Llegó sin invitación, y listo

La puerta se abrió misteriosamente y el hombre tembló de miedo ante lo desconocido. Sabía que esto iba a pasar, y a pesar de que había tomado sus recaudos, el repentino sonido producido por la puerta despertó los temores que durante el día había tratado de refrenar.

Cerró los ojos para no ver la llegada de lo inevitable, pero ese intento fue inútil, y cuando más desesperaba por olvidar este encuentro, tuvo nomás que resignarse, porque la noche había llegado, y él era un impotente por no haberlo evitado.

Fuente: LA PATRIA
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