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Domingo 29 de mayo de 2011

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Cultural El Duende

Lupe Cajías:

Desentrañar a Andrés Caicedo

29 may 2011

Fuente: LA PATRIA

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En 1977 me regalaron ¡Qué viva la Música! de Andrés Caicedo. Así conoces la otra escritura colombiana, la que está libre de la influencia del meteoro Gabriel García Márquez. Era el presente de un amigo bogotano cercano a los nadaístas, a Pablus Gallinazus, a los poetas y pintores, algunos músicos, que se levantaron contra la academia nacional, de una bohemia entremezclada de tangos viejísimos, pinturas azuladas, versos tristísimos y un desencanto vital irremediable.

Mi querido Héctor me abrió así a un mundo ajeno a mi vida disciplina y metódica e ignorante del sistema alucinante que experimentaban los jóvenes con las drogas de moda, la tímida marihuana, la audaz cocaína, la perica, el bazuco como disimulaban entonces los cachacos.

Caicedo se había suicidado poco antes con una sobredosis de pastillas, al poco de publicar su libro más famoso, auspiciado por su madre y alentado por su querida hermana. No era el único que consideraba aquellos días que vivir más de 25 años era una vergüenza y al anuncio de su adiós definitivo se sumaron otros, de muchachas que yo apenas conocía por sus cuadros difusos, de chicos que tarareaban salsas de moda, tan fanáticos del cine como el propio Andrés.

Era una generación relacionada con el ambiente cultural urbano de Cali, una de las ciudades colombianas más libres, más floridas y más fiesteras, muy diferente a la sombría Bogotá. La prensa los bautizó con el mote fácil de artistas malditos. Sin embargo, sus biografías y sus aportes culturales superan las generalizaciones.

Curiosamente los más famosos autores colombianos tenían esa carga oscura de amores prohibidos, de suicidios, de estropicios. En cuchicheos se nombraba al poeta José Asunción Silva, su amor por su hermana Elvira. Vetado en los salones quedaba Vargas Vila, casi un siglo después de sus escritos eróticos.

Caicedo irrumpió con su voz propia, tan única y consecuente. Después del impacto durante los 70 fue poco leído. Hace una década, los jóvenes colombianos lo resucitaron, vuelve a ser un ícono y sus piezas teatrales se reponen cada año. Esta vez la fama de Andrés trasciende las fronteras y conmueve a nuevas generaciones.

Los escritores del otro Macondo, de los celulares, i phones y amores virtuales, descubren al caleño, o lo re-descubren. En todo caso se empeñan en difundirlo más y mejor. Se reimprimen miles de ejemplares de ¡Qué viva la música!, sus otros textos póstumos, sus comentarios de cine, sus contribuciones a los suplementos culturales dominicales, sus biografías, sus fotos, sus pocas entrevistas televisivas.

Caicedo vive la música

El nombre de Andrés Caicedo interesa más y más a jóvenes escritores bolivianos, a los treintañeros. Eh aquí una breve biografía para quienes todavía no conocen algún ejemplar de este escritor colombiano.

Decir antes que nada que Andrés fue un niño prodigio, con escrituras y dramas teatrales desde los 10 años. Al contrario de lo que se puede pensar de un joven suicida, tuvo el respaldo de su familia que le ayudó a traducir sus guiones, que le ayudó a financiar sus publicaciones, una madre que comprendió el genio de su hijo a pesar de las continuas expulsiones colegiales por mala conducta. También tuvo un reconocimiento prematuro de artistas consagrados y de amigos que confiaron en su liderazgo en grupos de tertulia y de escritura, que estuvieron con él a pesar de sus depresiones.

Lo extraordinario de Andrés es la combinación temprana y permanente de una opción de arte con una forma de vida. No asumió el mundo de las drogas como un escape sino como un insumo. La historia del protagonista de su principal obra es a la vez un homenaje a la salsa, entonces en ascenso tímido, y al cine, al mundo fantástico que abre la pantalla luminosa al espectador atento.

No alabó las consecuencias del consumo de marihuana o de cocaína; al contrario, fue valiente al mostrar los estragos que sufre la muchacha, desde el cabello a las ganas de vivir. Sin embargo, jamás una postura moralista, una moraleja o consejo, sólo eso: la intensidad de vivir un solo momento. Luego morir, como él, a los 25.

Había nacido el 29 de septiembre de 1951 en una familia de la pequeña burguesía caleña, en una de las etapas más violentas de la historia política colombiana, la más cruel, si se puede decir. Niño publicó textos diversos. Adolescente redactó sus primeras obras para teatro como La piel del otro héroe o Recibiendo al nuevo alumno y montó piezas de José Alí Triana y de Eugenio Ionesco, dos difíciles autores dramáticos. Él mismo adaptó Moby Dick de Herman Merville para las tablas.

Su pasión por el cine se reflejó en decenas de comentarios publicados en los periódicos caleños. Después se animó a vender su propia revista Ojo al cine que en pocos meses se convirtió en la revista especializada en el séptimo arte más importante de Colombia, un país con espectadores y críticos exigentes. Ésa fue su primera fama y su primer impacto al público asombrado ante el nuevo prodigio. Con sólo 20 años intentó llevar al cine su guión Angelita, de alguna manera un ensayo para ¡Qué viva la música! Escribió cuatro guiones, decidido a venderlos en Estados Unidos, sin éxito.

Amó la música, los blues, los Rolings Stones, también la salsa, el bolero.

Los suplementos literarios de la prensa caleña, entonces verdaderos tesoros de narrativa, publicaron sus primeros cuentos. Caicedo retrató a su ciudad, Cali, sus avenidas, sus parques, sus personajes, ciudad de rameras y mendigos, sus hipócritas avenidas pitucas, sus casas, sus bares, sus centros de baile. Leerlo es sudar las calles del valle colombiano.

Infección de 1966, cuando él tenía 16 años, es considerado un relato pionero de toda una generación. A sus 18 años ganó un premio internacional con Los dientes de la Caperucita y su relato El tiempo de la ciénaga también fue laureado. Otros textos famosos son: Antigona, El pretendiente, El atravesado, Patricialinda, Berenice, Lulita, Felices amistades, El espectador, De arriba abajo, de derecha a izquierda, Besacalles, Vacíos, Por eso yo regreso a mi ciudad, y otros muchos escritos antes de los 24 años.

Al mismo tiempo que escribía ¡Qué viva la música! escribió su diario bajo el título Memorias de una cinesífilis. Dos veces intentó suicidarse en 1976.

Colcultura, la colección estatal publicó finalmente Qué viva la música. Cuentan que alcanzó a ver un ejemplar impreso. Consideró que había hecho suficiente en la vida y al atardecer del 4 de marzo de 1977 tomó 60 pastillas fatales.

Infección, Andrés Caicedo

Bienaventurados los imbéciles,

porque de ellos es el reino de la tierra

El sol. Cómo estar sentado en un parque y no decir nada. La una y media de la tarde. Camino caminas. Caminar con un amigo y mirar a todo el mundo. Cali a estas horas es una ciudad extraña. Por eso es que digo esto. Por ser Cali y por ser extraña, y por ser a pesar de todo una ciudad ramera.

–Mirá, allá viene la negra esa.

–Francisco es así, como esas palabras, mientras se organiza el pelo con la mano y espera a que pasa ella. ¡Ja! Ser igual a todo el mundo.

Pasa la negra-modelo. Mira y no mira. Ridiculez. Sus 1,80 pasan y repasan. Sonríe con satisfacción. Camina más allá y ondula todo, toditico su cuerpo. Se pierde por fin entre la gente, ¿y queda pasando algo? No nada. Como siempre.

(Odiar es querer sin amar. Querer es luchar por aquello que se desea y odiar es no poder alcanzar por lo que se lucha. Amar es desear todo, luchar por todo, y aún así, seguir con el heroísmo de continuar amando. Odio mi calle, porque nunca se rebela a la vacuidad de los seres que pasan por ella. Odio los buses que cargan esperanzas con la muchacha de al lado, esperanzas como aquellas que se frustran en toda hora y en todas partes, buses que hacen pecar con los absurdos pensamientos, por eso, también detesto esos pensamientos: los míos, los de ella, pensamientos que recorren todo lo que saben vulnerable y no se cansan. Odio mis pasos, con su acostumbrada misión de ir siempre con rumbo fijo, pero maldiciendo tal obligación. Odio a Cali, una ciudad que espera, pero que no le abre las puertas a los desesperados).

Lupe Cajías. Escritora e historiadora boliviana.

Fuente: LA PATRIA
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