Discurso por el XVIII Premio a la Cultura Club de La Paz Galardón otorgado al académico – periodista Armando Mariaca Valdez
28 may 2011
Primera Parte
Señor Presidente del Club de La Paz, D. Marcelo Pérez Monasterios; señor Presidente de la Academia de la Historia, D. Fernando Cajías de la Vega; señor Presidente de la Academia Nacional de Ciencias, D. Gonzalo Taboada López; señor Director de la Academia Boliviana de la Lengua, D. Mario Frías Infante; señores miembros del cuerpo diplomático, señores Directores del Club de La Paz, colegas académicos; familiares y amigos; señoras y señores
Gracias al Directorio del Club de La Paz por este notable acto; gracias a las academias que me escogieron para recibir premio tan prestigioso; gracias a mi amigo y colega periodista y académico, Dr. Luis Ramiro Beltrán, que en generosas palabras, ha expresado conceptos sobre mi persona trasladando los merecimientos que tiene él mismo y poseen los colegas académicos y muchos intelectuales. Esta distinción que otorga la prestigiosa institución que es el Club de La Paz, fue creada a iniciativa de mi buen amigo y señor de la amistad, el Presidente del Club, Don Marcelo Pérez Monasterios, el año 1991, con un propósito que lo honra y prestigia a esta entidad: enaltecer en vida a quienes, en criterio de las Academias de Ciencias, Historia y de la Lengua, merezcan ser distinguidos por relevantes virtudes que hayan sido práctica en su existencia.
Hay honores que en la vida no se esperan; hay distinciones que casi siempre están por encima de los merecimientos; hay hechos relevantes que sobrepasan hasta lo máximo esperado; hoy, ocurre ello, porque se trata de reconocer por mi parte: ¿Cuánto hice y cuánto pude haber hecho? La vida me ha mostrado cuántas urgencias hay en la humanidad, porque el dolor de muchos se troca en felicidad de pocos, porque la pobreza de los más no deja traslucir en lo más mínimo lo ostentoso de quienes tienen hasta el hartazgo. Pienso también en cuánto podría recibir de sus hijos nuestra patria, cuánto debería esperar y lo hace vanamente.
¿Por qué me permito hacer este análisis? Simplemente porque el periodismo permite ser testigo y, en casos, actor de lo que ocurre y he podido ver y comprobar lo poco que se hizo frente a lo mucho que debió hacerse. He tenido oportunidad de soñar mucho y encontrar realidades alejadas de esos sueños que sólo se hicieron ilusiones. Un premio siempre hace pensar en lo recibido de la vida y la nada devuelta por esa dejadez para el mañana que se tiene especialmente en la juventud; ese dejar pasar el tiempo porque siempre se tiene tiempo y, sin darnos cuenta, pasan los años y las décadas.
Puesto que la razón de este encuentro y del mismo premio, es la cultura, me permitiré un pequeño recuerdo: Kung Tse (Confucio) nacido 540 años antes de N.S. Jesucristo, dijo a sus seguidores: “Las obras del hombre, las realizadas con el corazón y la mente que hacen que lo físico sea fuerza, hacen cultura porque todo lo que emprende el ser humano, para su beneficio, es cultura, es realizar obras para el diario vivir. Cultura es diseminar el bien para que el hombre disfrute de él y deseche el mal”.
Adentrarse en la filosofía china, ahondar el pensamiento confuciano es encontrar razones para que la cultura sea, efectivamente, pan que alimenta no sólo los espíritus sino también el cuerpo que es templo de ese espíritu. Las obras del diario vivir, concibiéndolas como posibles realizaciones, son cultura que proviene de los valores que el hombre puede y debe practicar; pero, como su realización no es posible sólo en lo personal, se espera que quienes tienen poder político, social y económico puedan llevar a cabo.
Ser testigo del diario vivir es grabar en la memoria y el sentimiento cómo pasaron los hechos motivados por lo que se hace en todos los tiempos y no sólo en las manifestaciones culturales que distraen, alegran y ensalzan el espíritu, sino cómo pasaron los hechos motivados por la política partidista o por gobiernos de facto; en casos, cómo se ha sembrado discordia y división sin dar tiempo al ser humano para que venza sus limitaciones, complejos y orgullo. Siempre en el sentir más profundo, podemos afirmar que la cultura es la consecuencia y el resultado del desarrollo y perfeccionamiento de las facultades morales, intelectuales y físicas porque este conjunto de bienes hace que el hombre pueda alcanzar niveles que lo hagan mejor, que le permitan superar sus yerros, agrandar sus virtudes y tomar conciencia en favor del bien común.
La humanidad, un conjunto de realizaciones y valores espirituales busca que los modos de vida y conocimientos le permitan al hombre conseguir grados de desarrollo para que las naciones asciendan a cimas logradas desde las simas en que empezó el derecho del pensamiento hasta hacerse cultura. Se puede afirmar que a la cultura le falta una definición semántica y que podría ser “resultado de la libertad de expresión”; es decir, la expresión nacida de la libertad de pensamiento, creadora de ideas, criterios, capacidades, voluntad, disciplina, coraje y empeño en pos de lograr propósitos en bien de la humanidad. Ejercer la libertad de pensar es utilizar la libertad de expresarse y la cultura tiene miles de expresiones mediante el arte, la filosofía, la ciencia, la poesía, la literatura, el análisis, la crítica y muchas otras disciplinas; cultura resulta ser el lábaro de la palabra que conduce a los pueblos porque hace de la idea y los pensamientos palabras que, en los hechos y realizaciones, se hacen obras; esa cultura del bien, favorece hasta a sus detractores.
Continuará
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