Tras los armoniosos acordes en que se desarrollaron las relaciones de nuestro gobierno con el de Chile, por lo menos hasta que acabó el mandato de Michelle Bachelet, confiando de nuestra parte en el tratamiento serio de la “agenda de 13 puntos”, llegamos al circunstancial cambio de mando en el país trasandino y la nueva figura presidencial no es la misma para seguir dialogando bajo el ritmo de antes.
Las posiciones “encontradas” son muy claras, en Bolivia se reclama el retorno al mar con plena soberanía como era nuestro derecho antes del avasallamiento de las fuerzas chilenas sobre nuestro territorio. En Chile la posición política sigue siendo la razón más fuerte para negar esa posibilidad y hablar de un posible “enclave” con ciertas ventajas por casi un siglo… pero sin soberanía.
Los chilenos señalan que es prácticamente imposible “dividir” su territorio para concedernos una franja marítima, sin embargo hay la posibilidad de que en su extremo norte y en los límites que tiene con el Perú, podría definirse un espacio apropiado para restituir parte de nuestro mar cautivo… pero, en ese caso la llave del candado que abra tal puerta la tiene el Perú, país que de momento no está en condiciones de ninguna negociación por lo menos hasta que se establezca su nuevo gobierno.
Hablar de aguas saladas (el mar) y aguas dulces (del manantial o de los ríos) ha motivado reacciones muy precisas en ambos lados de una frontera que otra vez ha sido invadida por ciudadanos chilenos que inclusive han tendido una malla alámbrica de 2 metros de altura y un kilómetro y medio de extensión, pasando la línea imaginaria de 50 metros que normalmente es una franja de seguridad y tierra de nadie, pero ahora es ocupada por la alambrada chilena, según denunciaron pobladores bolivianos y reconocieron vecinos chilenos.
Pero lo peor es que además los ganaderos de la zona chilena han cortado el curso del río Isluga que si bien nace en territorio chileno, tiene un cauce natural que pasa a jurisdicción boliviana y permite la provisión del líquido elemento para consumo humano y para el ganado, que ahora reclaman por esa provisión que ha sido reducida a la mínima expresión.
La pregunta es ¿qué pasa con las aguas del manantial boliviano del Silala que con toda evidencia han sido desviadas a territorio chileno, lo mismo que sucedió con las aguas del río Lauca que ahora sirven más a Chile que a Bolivia? La respuesta es obvia, nuestras autoridades no han tomado las cosas con responsabilidad, oportunidad, valentía y voluntad política, por tanto los vecinos han hecho lo que más les conviene usando agua dulce boliviana.
Dadas las actuales condiciones de una abierta provocación en la zona fronteriza de Pisiga Bolívar, urge una reacción concreta de nuestro Gobierno para frenar el abuso y la ostentación de las autoridades chilenas que habrían autorizado y hasta financiado el enmallado de una parte de la frontera.
El problema es de vida o muerte, pues eso significa el uso del agua dulce que discurre por la región. Bolivia es contemplativa con Chile en el caso de las aguas del Silala y las del río Lauca que calman la sed de miles de habitantes del norte de ese país y que inclusive mueven industrias de esa región. Hay que pensar en los efectos que tendría una medida natural y obligada de nuestra parte para que esas fuentes de agua sirvan a Bolivia y nada más.
Lo de Chile suena feo, se necesita alta diplomacia para recuperar la armonía.
Fuente: LA PATRIA
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