Las sencillas indicaciones de Jesús que nos fueron ocultadas
21 may 2011
Por: Maximiliano Corradi
No es Dios el que manda lo que tenemos que soportar y padecer en la actualidad; no es Dios el que ha llenado de impurezas la Tierra y los mares; no es Dios el que lleva a cabo intervenciones en la atmósfera para destruirla, ni tampoco el que nos envía el hambre, las enfermedades y el sufrimiento. No nos envió a Su Hijo para que aprendiésemos cómo se les arrancan los órganos del cuerpo a los niños del tercer mundo, cómo se tortura, mata y consume a los animales, cómo se talan de forma masiva los bosques tropicales y se desvían con grandes diques las venas acuosas de la Tierra que son los ríos. Dios no nos envió a Su hijo para enseñarnos cómo uno se puede hacer rico en el sistema económico que se basa en abrirse paso a golpe de codos, con el desnivel de la pobreza. Jesús tampoco nos enseñó que cometiéramos actos bélicos de brutalidad bestial, ni nos dio el consejo de obedecer a los que ostentan el poder eclesiástico basado en ritos y dogmas. Él nos dijo a nosotros los hombres: ¡Seguidme a Mí, a Jesús, el Cristo!
Sólo aquél que se ha hecho consciente de que Dios es el amor, de que Él, Dios, nuestro Padre eterno, cuida de nosotros, Sus hijos, puede creer que Dios envía en el tiempo actual a los hombres un profeta, a través del cual Él se manifiesta a Sus hijos, a los que ama, para salvarles de las torturas que ellos mismos se han impuesto, y que según la ley de siembra y cosecha, recaerán alguna vez sobre cada uno de ellos. La prueba de Su gran amor es Su Hijo divino, el Corregente de los Cielos, que vino a nosotros los hombres y que siendo Jesús de Nazaret nos acercó a nuestro Padre eterno del amor, a quien sólo se le puede encontrar en el interior de cada hombre, en la sencilla y sincera oración hecha en la camarilla silenciosa que está en nuestro interior y por medio del cumplimiento de Sus mandamientos y del Sermón de la Montaña.
Estas palabras sencillas de Jesús, estas indicaciones y enseñanzas tan cercanas a la vida, de experimentar a Dios nuestro Padre eterno, en nuestro corazón, fueron ocultadas intencionadamente por los altos cargos eclesiásticos. Los hombres fueron orientados a los altos dignatarios eclesiásticos, a párrocos, sacerdotes, obispos, cardenales, o al que se hace llamar “Padre santo”. Jesús no quería nada de esto y tampoco necesitamos nada de todas estas cosas. Jesús nos enseñó el Padre Nuestro y también que deberíamos perdonar a nuestro prójimo y pedirle perdón por nuestros pecados, para que entonces pueda perdonarnos nuestro Padre eterno si lo hacemos de corazón. Para eso tampoco se necesitan altos cargos eclesiásticos ni confesiones que se atreven a perdonar los pecados de otros pecadores, supuestamente por encargo de Dios.
Ama a Dios de todo corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo. Esta es una enseñanza llana y sencilla, “naturalmente” demasiado sencilla para los funcionarios eclesiásticos, quienes de vez en cuando transmiten la enseñanza de palabra y con muchas restricciones, pero el verdadero sentido de esta gran y única enseñanza no se explica, y sobre todo, no se vive. Si los representantes de las Iglesias institucionales personificaran esta enseñanza única de amar a Dios de todo corazón, ya no tendrían ningún derecho a llamarse dignatarios eclesiásticos, pues serían hermanos entre hermanos.
Precisamente en el tiempo actual, en el que ya se vislumbran grandes catástrofes, Dios ha enviado de nuevo a un gran profeta para decir a la humanidad: “Yo estoy presente. Yo estoy también con vosotros en los momentos más difíciles”. Sin embargo, Dios no obligará a ningún hombre a que le escuche. Dios da a través del profeta y quien acepta y acoge Sus palabras, es decir, quien las realiza en la vida diaria, experimenta a Dios en su corazón.
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