El Gobierno se apresta a librar su última batalla en las urnas. No es una elección más; un resultado diferente a sus cálculos sería una catástrofe, sería la espada de Damocles sobre su cabeza; por eso va con todo: leyes, reglamentos y aplanadora. La instancia de preselección que define candidatos pasa por sus manos. De ahí que no importa por quién vote usted; el elegido siempre será un masista o un simpatizante solapado. Salvo que -en son de protesta- vote nulo.
Por lo demás, que el evento sea original en un Estado originario, no es mucha sorpresa. El descubrimiento es lo que sorprende. Parecería que de pronto se agudizó la inteligencia humana en esta parte del mundo. Ni Francia ni Estados Unidos ni Alemania -la patria de los más famosos científicos- tuvieron la revolucionaria imaginación plurinacional.
Ahora la política está de vara alta en Bolivia. Ni la democracia con los griegos ni la jurisprudencia con los romanos alcanzaron tanto adelanto. Seguramente es un avance hacia el socialismo del siglo XXI. Antes se creía que el buen juzgar dependía de la entereza y preparación de los jueces y no de que éstos sean elegidos mediante una “estrategia envolvente”, un invento maravilloso de la Vicepresidencia.
Es verdad que antes se repartían los cargos entre los partidos; había el famoso “cuoteo”; ahora ya no hay con quien “cuotearse”. En cambio sí una inmensa legión de acomodaticios que buscan cualquier cargo, sin averiguar siquiera de qué se trata; la militancia es más útil que la competencia profesional; el que no es nada vale más.
Pese al pregonado cambio, los asambleístas no son harina de otro costal. Para ir a levantar la mano y cobrar la dieta, la vía sigue siendo la política. Tampoco son de otro país ni de otro planeta. Definitivamente, por aquello de “maña y figura…”, la justicia es algo demasiado serio y delicado para poner en manos de los políticos.
De todas formas, el oficialismo celebra como una gran conquista la aventura electoral en ciernes. Es ejemplo, lección y doctrina para el mundo, ha dicho un ministro caracterizado por su petulante arrogancia. A propósito, un tiempo la división del comunismo en moscovitas y pekineses generó una dura confrontación. Cierta noche un belicoso “peke” se paró a vociferar en media calle: “El revolucionario no se vende, el revolucionario no se vende…” ¡Y quién ha de comprar disparates! -le respondió un transeúnte socarrón.
Otro tanto se dice ahora al escuchar vanagloriarse por el alevoso procedimiento de engrillar la democracia para elegir a los jueces: ¡Y a quién en el mundo se le ha de ocurrir semejante d…!
(*) Columnista independiente
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