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Domingo 01 de mayo de 2011

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Cultural El Duende

Enrique Vargas Sivila

Nuestro idioma popular en “La Chaskañawi”

01 may 2011

Fuente: LA PATRIA

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Primera de dos partes

Ante todos, en este caso, cabe distinguir tres aspectos: a) el contenido del habla popular en la novela La Chaskañawi; b) el estudio de Ríos Quiroga sobre este contenido; c) tres artículos de Carlos Medinaceli sobre el idioma de una nación.

a) Por lo que toca al habla popular en la novela boliviana, en general, se debe recordar que la mayoría de los relatos (1), de los distintos autores, tiene algo –o mucho– de este decir, ya regional, ya nacional (2). Consiguientemente, la novela La Chaskañawi no sería la única ni la primera que emplea términos o expresiones propios del pueblo, o costumbristas: se halla ese habla –aunque no sistemáticamente– en relatos como Vida Criolla de Arguedas; en la novelística de Mendoza, especialmente en Los malos pensamientos.

En La candidatura de Rojas de Chirveches; en La niña de sus ojos de Antonio Díaz Villamil; Aguasfuertes de Roberto Leitón; Yanakuna de Jesús Lara. El metal del diablo de Augusto Céspedes, en fin…, en tantos más. Y a menudo en la novela peruana, con su propio lenguaje popular.

Pero en esta de Medinaceli –La Chaskañawi– Luis Ríos Quiroga ha encontrado 559 expresiones populares, que las presenta ajustadamente explicadas en su texto de 101 páginas, en forma de un extracto lingüístico, el que se podría, acaso considerar como un diccionario popular, tal como va orientado –por orden alfabético– en el libro mismo del autor.

Ese pulular de frases –casi todas propias del país (3)–, dice del alma dinámica de esta tierra, encarnada en la raza que aflora hacia una nueva civilización, con herramientas de su propia cultura. Siendo ésta la que mantendrá la tradición de nuestro país, y no la imitación.

Medinaceli se propuso –durante veinte años– hacer una novela chola, o sea, del ambiente boliviano, y la compuso con el habla –y hasta la tonada– del pueblo cotagaiteño, unas veces, chuquisaqueño otras, y potosino también; una novela semi-quechua, es decir, de una parte de Bolivia, y, por tanto, boliviana. Con gran éxito. Y es lo que ha movido a Ríos Quiroga a reparar hondamente en su lenguaje, consiguiéndolo con todo acierto, y con clara pasta de investigador.

Pero, ¿qué diremos nosotros del rico contenido idiomático nacional –el quechua– y del habla mismo del pueblo boliviano en este libro? Nosotros –legos frente al idioma de los nuestros– nos avergonzamos de no conocerlo a fondo, sino en sus elementos periféricos, y no esenciales, que los aprendimos allí en Sucre, antes que en nuestra propia tierra roja de Tupiza, donde nuestra infancia no captó su sentido. Después… ya lejos: La Paz (algunas palabras en aimara), Sucre… Allí en Sucre, sí, nos empapamos de algún vocabulario, el más empleado en el habla de cada día, en alternancia con el castellano –con el buen castellano– que, por otra parte, se acostumbra por la gente culta de la ciudad, aunque cortado, a veces, en la intimidad por un oportuno y significativo vocablo quechua, con toda su precisa expresión.

Es natural –normal– en nuestro hablar –sin forzar tampoco este hablar hasta hacerle caer en la chabacanería–, esto de intercalar frases del idioma terrígena. Mas, sólo cuando aquello sale del fondo del ser de cada suelo, de cada naturaleza boliviana, es legítimo.

Y cuando esto ocurre con otros idioma, cuando se mezcla el castellano con el idioma yanqui, por ejemplo, ahí viene aquello del yanqui-llockalla, mestizándose además, con las vestimentas del Far west, con letreros de encausados a la espalda, o en los zapatos blancos con planta de goma, con todo ese mal gusto del imitador; de la monería obediente, en lucha con la originalidad y autenticidad autóctonas.

b) Ahora bien, Ríos Quiroga, por el contrario, ha preferido espulgar las páginas de la novela de Medinaceli en el idioma nuestro, y ha hecho un estudio de cada frase, de cada decir criollo o cholo: un extracto anímico de nuestro pueblo a través de ese nuestro idioma popular.

Y en eso, este estudio de conjunto –total– de Ríos Quiroga, cobra singular interés, por constituirse en el primero –a nuestro ver– dedicado específicamente al habla popular en una novela.

Hacer esto que ha hecho Ríos Quiroga, es ya realizar una obra, acabadamente, pues ella servirá de estímulo para todos los que, disponiendo de voluntad, se decidan a trabajar a favor de la cultura del país.

He aquí, pues, un libro con estructura y materiales de primera mano. Desde el primer momento se echa de ver al artista que va construyendo su obra –peldaño por peldaño– con frases –como ladrillo– que siguen un orden arquitectónico para el levantamiento del edificio lingüístico, sobre la base sólida del habla boliviana, en una recia y típica novela. Todo, fruto de la investigación literaria.

Y es lo que en nuestro país hace falta: la investigación, en todas las disciplinas. La paciencia y el método; no la ligereza y la simple rutina. Hace falta comprender que sólo la investigación formal llevará al conocimiento de los nuestro, y a la realización de obras de verdadero aliento, como esta que comentamos, y a conclusiones firmes sobre nuestra realidad y la del universo, cuando esta investigación alcance profundidades mucho mayores entre nosotros.

No por otra razón –y con toda propiedad– dice el distinguido prologuista de la obra, Gunnar Mendoza L., al tocar este aspecto del estudio de Ríos Quiroga… este trabajo significa a la vez que una excelente labor cumplida, una seria responsabilidad para el futuro, en el sentido de continuar produciendo dentro del fecundo ámbito de la investigación literaria para la que se demuestra poseer tanto talento vocacional como esfuerzo realizador.

Lucidos estaríamos si, primero, nos quedáramos con lo nuestro y nos dejáramos arrastrar con lo ajeno. Pues, o tenemos fe en el ser terrígena o renunciamos al alma de nuestro pueblo, para aceptar, sumisamente, lo de afuera. Y, peor, si lo de afuera se nos impone, como se quiere hacer –y de hecho se está haciendo– al introducir en nuestro idioma la jerga yanqui en vez de la voz de la tierra: nuestro idioma, y el que aprendimos al nacer.

continuará

Fuente: LA PATRIA
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