Loading...
Invitado


Domingo 01 de mayo de 2011

Portada Principal
Cultural El Duende

En busca de los diarios perdidos de Julio Ramón Ribeyro

01 may 2011

Fuente: LA PATRIA

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Fragmento

En esa habitación hay estanterías repletas de libros. Y de cuadernos. Y de archivadores. En esa habitación, Julio Ramón Ribeyro escribió cuentos, partes de sus novelas, diarios, muchas páginas de sus diarios. De los que aparecen en La tentación del fracaso –que los recopila desde 1950 hasta 1978– y de los que aún permanecen inéditos. Diarios acerca de su vida en París y sus distintos viajes por Alemania, Bélgica o España, como también de sus regresos a Lima.

En esa habitación, en distintos momentos, dos jóvenes escritores vivieron la misma experiencia casi epifánica: un día, en los años ochenta, Ribeyro los dejó entrar y les mostró sus diarios cuando aún no pensaba en publicarlos. Ambos jóvenes escritores –Santiago Gamboa (El síndrome de Ulises) y Guillermo Niño de Guzmán (Caballos de medianoche)– ingresaron a la habitación y vieron lo mismo: las estanterías repletas de libros y en una parte de éstas –en el estante más cercano al piso–, cuadernos, muchos cuadernos y archivadores con los diarios de vida de Julio Ramón Ribeyro.

Niño de Guzmán cuenta: “Toda la tarde me dejó hojearlos al azar, a mi voluntad, y me encontré con pasajes memorables”. Y Gamboa cuenta: “Me senté en el suelo y los empecé a ver. Cosas a mano, hojas de hoteles, diarios pasados a máquina; algo extraordinario”.

Según Gamboa, había 4 mil hojas. Según Alfredo Bryce Echenique –amigo entrañable de Ribeyro y quien también leyó, alguna vez, sus diarios antes de que los publicaran–, eran más de 50 cuadernos y carpetas. Según Jaime Campodónico, el editor que publicó los primeros tomos de La tentación del fracaso (en Perú se editó en tres volúmenes), había material para publicar entre siete y nueve tomos más. Es decir, muchas, pero muchas más páginas que las 704 que contiene La tentación del fracaso.

Esta historia es sobre esas páginas: las que quedaron inéditas, las que están guardadas en un banco en París, pues, como apuntan varios amigos y editores de Ribeyro, Alida Cordero –su viuda– no las ha querido publicar. Esas que van desde 1979 hasta 1994 –año en el que fallece el peruano–, justo cuando había ganado el Premio Juan Rulfo y su obra comenzaba a ser reconocida.

¿Qué pasó con los diarios?

A partir de cierto momento, la historia de Julio Ramón Ribeyro se confunde con la historia de sus libros. Leer La tentación del fracaso o La palabra del mudo –sus cuentos completos– parecieran ser la mejor muestra de que vida y obra se fundieron casi completamente. Porque leer un cuento como Sólo para fumadores –apología del acto de fumar y, de paso, un retrato de los años cuando operaron a Ribeyro, dos veces, de cáncer– o revisar cualquier página de sus diarios, resulta, a ratos, el mismo ejercicio.

“Sólo faltaba eso: me tienen que operar. El médico me habló de una úlcera subcardial que ha cicatrizado mal y me obstruye el esófago (...). Ya no queda otra opción: voy al matadero, anota en su diario el 4 de enero de 1973. Y en Sólo para fumadores escribe: Me desperté siete horas más tarde cortado como una res y cosido como una muñeca de trapo (...). Prefiero no recordar las semanas que pasé en el hospital alimentado por la vena y luego por la boca con papillas que me daban en cucharitas.

Quizás por eso La tentación del fracaso es un libro tan importante. Porque explica parte de la obra de Ribeyro que, por supuesto, también se puede leer sin las claves autobiográficas, pero además porque es uno de los diarios de escritores más deslumbrantes de los que se pueda tener memoria.

En la introducción del diario, Ribeyro anuncia que serán diez o doce volúmenes los que compondrán este libro –sólo alcanzó a publicar los primeros tres–, lo que deja en el aire todo ese material inédito. ¿Qué pasó con esos diarios?

Yo los vi. El acuerdo que tenía con Julio Ramón, era que yo publicara todos los diarios, cuenta Campodónico. Esto ocurrió a principios de los noventa, cuando Ribeyro decidió trasladar todo su material inédito desde París a Lima y no imaginaba que aquellos años serían los últimos de su vida.

Diego Zuñiga H.

Julio Ramón Ribeyro: La tentación del fracaso

Fragmentos de un diario

26 de marzo de 1954, Madrid

¡Qué miseria de vida! He pasado una noche sin dormir, caminando por las calles de Madrid, porque no tenía alojamiento. Recién he conseguido un cuartito en la calle Santa Clara. Tengo una de esas fatigas profundas en las cuales hasta se pierde el sueño. Para colmo no recibo de Lima ni noticias ni dinero. Aquí en Madrid mi tío Ramón García Ribeyro parece haberse esfumado. Hace quince días que lo llamo por teléfono sin resultados. Mi formulario para la beca alemana duerme hace un mes en su cartapacio y aún no puedo enviarlo. La primavera naciente ha despertado la carne en las mujeres, las está dorando a fuego lento, sabe Dios para qué cópulas secretas. Y yo sigo solo —una vez más— lamentando la distancia, los amores perdidos.

8 de junio

Ahora estuve bailando en una cave de Amberes, cerca de Venusstraat. Había niñas adorables que no pasaban de los 18 años. Si yo hubiera sido más joven me hubiera quedado con ellas, solamente por gozar de la irradiación de su presencia. Pero a mi edad se aspira a placeres más completos. A la media hora me escapé avergonzado por mi falta de inocencia.

12 de diciembre de 1958, Lima

El joven doctor S.R. —en cuyas manos he encomendado mi úlcera— trata de presentarse a sus pacientes como una persona segura de sí misma y por ello da a sus palabras una entonación enérgica y las acompaña de gestos que revelan convicción. Sin embargo, un ojo avisado como el mío ha calado bajo esta apariencia de firmeza a un hombre tímido e inseguro. Mientras me detallaba el tratamiento a seguir, yo no desprendía mi mirada de la suya, de modo que al fin, el doctor terminó por tartamudear, por confundirse y cosa extraña hasta por sonrojarse. Para reinfundirle confianza no tuve más remedio que bajar los ojos y elevarlos cada cierto tiempo con un aire de estupidez y obediencia.

31 de diciembre de 1973

Mi viaje a Lima, de donde regresé hace dos días, ¿glorificación o suicidio? Por un lado, claro, los agasajos, el reconocimiento, la consideración, el afecto, los elogios tardíos pero casi unánimes, las invitaciones, ofertas, promesas y pagos... Pero, por otro, físicamente, ¿no es acaso un acto de demencia haber entregado mi pobre cuerpo a un trajín intolerable el mismo año en que he estado dos veces al borde de la muerte? Tragos, comilonas, conferencias, entrevistas. Y moralmente, sensación de haber sido quizás en el fondo manipulado, puesto en el mercado como un producto cualquiera, envilecido por la publicidad y maculado por la propaganda. Expuesto al asedio de repugnantes reporteros, fotografiado en actitudes de una obscena intimidad. ¡Qué resistencias he tenido que vencer para afrontar esa situación! Si no fuera por esa áurea de irrealidad que cobra el mundo cuando tengo que aparecer en público y dirigirme a un auditorio, ese estado sonambúlico en el cual dejo de ser yo mismo para delegarme en un ser subalterno que me reemplaza y obra en mi nombre, sin mucha responsabilidad además, pues al día siguiente yo me reconozco apenas en sus actos o en sus palabras. Mundo ficticio en de la fama, por local o provinciana que sea, que nos circunda además de una pantalla adulona y a veces servil, impidiéndonos ver lo que hay detrás de todo ello y que es seguramente lo verdadero. En ese sentido la lección de humildad que fue para mí la conversación de una hora con Lucho Loayza en Miraflores, que llegó también a Lima y sin aspavientos. En él me vi yo mismo, pero perfecto e invulnerable. Reencontrar en París la oscuridad y el aislamiento. Más feliz, más decente ahora, aquí, escribiendo esta página, escuchando a Bach y oyendo jugar a mi hijo, que aplaudido, obsequiado, prostituido en Lima.

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: