Desde que se conoció la noticia de su partida, la voz del pueblo, lo patentizaba: “Santo súbito” y el cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI afirmaba: “Nuestro amado Papa está ahora asomado a la ventana del cielo. Nos mira. Nos bendice”.
Dos horas y media después de su muerte, se iniciaba el Domingo de la Divina Misericordia, ese don que el Santo Padre había regalado a toda la Iglesia durante el Gran Jubileo del año 2000, al canonizar a santa Faustina Kowalska, la “secretaria y apóstol de la Divina Misericordia”.
De acuerdo al calendario litúrgico católico, este año el Segundo Domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia, instituida por Juan Pablo II, cae 1 de mayo, día en que el en casi todos los países del mundo menos en los Estados Unidos se celebra también el “Día del Proletariado”, la Providencia ha guiado para que este 1 de mayo de 2011 se verifique la beatificación eclesial de Juan Pablo Magno.
Como joven trabajador y seminarista clandestino en su nativa Polonia, bajo los totalitarismos del nazismo primero, y del comunismo después, cultivó los dos amores que dieron la impronta a su vida: amó la Divina Misericordia de Dios, y la verdadera devoción a María. En el calvario de los siglos XX y XXI se dejó formar y educar completamente por María para proclamar la infinita misericordia de Dios.
En 1965 como arzobispo de Cracovia, a Mons. Wojtyla le cupo iniciar el proceso informativo diocesano de Sor Faustina, fallecida en 1938 en su jurisdicción eclesiástica, lo cual lo convirtió quizás en el más esclarecido conocedor de los escritos de la futura santa, haciéndose su principal propagador. Convicción y profundidad con las que a principios de 1978, recomendó a la Santa Sede revocar la prohibición de la difusión de los escritos de Sor Faustina, suspendidos debido a la multiplicación de traducciones deformadas, ante la situación política imperante en Polonia. Seis meses después de acogida su solicitud Karol Wojtyla ascendería al trono de San Pedro.
Juan Pablo II desde el inicio de su gran pontificado, insistió en la necesidad que tenemos de conocer el alma de Jesús, su bondad, su misericordia, su permanente actitud de ayuda al necesitado, porque Jesús no es extraño a nuestra vida, penetra en toda ella para fomentarla y elevarla. Decía el ahora Beato Juan Pablo Magno: “¿No es tal vez así el Corazón de Aquel que ‘pasó haciendo bien’ a todos? ¿De Aquel que hizo que los ciegos adquiriesen la vista, los cojos caminasen, los muertos resucitasen? ¿Que a los pobres se les anunciara la Buena Nueva?”
“¿No es tal vez así el Corazón de Jesús, que no tenía Él mismo dónde reclinar la cabeza, mientras que los lobos tienen sus guaridas y los pájaros sus nidos?”
“¿No es tal vez así el Corazón de Jesús, que defendió a la mujer adúltera de la lapidación y luego le dijo: ‘Vete, y de ahora en adelante no peques más’? ¿No es tal vez así el Corazón de Aquel que fue llamado ‘amigo de publicanos y pecadores’?”
El mensaje de la Divina Misericordia –Jesucristo mismo- es el corazón del Evangelio, proclamado por el Papa Juan Pablo II en su encíclica “Dives in misericordia” como el mensaje para el tiempo presente: “…la Iglesia debe considerar como uno de los deberes principales –durante cada etapa de su historia y especialmente durante nuestra edad moderna- el proclamar y el presentar a la vida el misterio de la misericordia supremamente revelado en Jesucristo” (nº 14).
Proclamó que “la Misericordia es la única esperanza para el mundo”. “Nada necesita el hombre tanto como la Divina Misericordia”, expresaba durante su visita a Polonia en 1997.
El arzobispo de Viena, cardenal Schönborn, afirmó durante el I Congreso apostólico mundial sobre la Divina Misericordia en abril del 2008: “Podemos considerar los discursos de Juan Pablo II en Cracovia en 2002, como un testamento. En esos el Papa nos hablaba de la urgencia en dar a conocer a todos los hombres la Divina Misericordia”. Fue durante ese su último viaje a Polonia que el Pontífice consagró y encomendó la humanidad a la Divina Misericordia, porque él la situaba como el fundamento de la dignidad del hombre, y si buscamos una síntesis del extraordinario pontificado del Papa Wojtyla, lo está precisamente en este concepto de la misericordia. Él mismo lo afirmó en 1997, durante su visita a Lagiewniki, Cracovia: “En cierto sentido, el mensaje de la Divina Misericordia ha formado la imagen de mi pontificado”.
“En efecto, ¿qué es la misericordia, sino esa medida particularísima del amor, que se expresa en el sufrimiento? ¿Qué es la misericordia sino esa medida definitiva del amor, que desciende al centro mismo del mal para vencerlo con el bien? ¿Qué es sino el amor que vence el pecado del mundo mediante el sufrimiento y la muerte?”, que Juan Pablo Magno encarnó y proclamó en su progresiva conformación a Cristo y en su vasto y rico ministerio sacerdotal, episcopal y petrino.
En las exequias de Juan Pablo Magno, el entonces Cardenal Ratzinger, hacía una síntesis del legado del Pontífice: “El límite impuesto al mal es, en definitiva, la Divina Misericordia. Cristo, sufriendo por todos nosotros, ha conferido un nuevo sentido al sufrimiento; lo ha introducido en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor... Es el sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor, y obtiene también del pecado un multiforme florecimiento de bien”.
Sí, Juan Pablo Magno, hoy Beato, ha sido el más esclarecido testigo de la Divina Misericordia de esta nueva era, la era de la Misericordia de Dios.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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