Es un hecho que los documentos de la Iglesia Católica -estemos o no de acuerdo con su contenido- tienen un carácter de seriedad, coherencia y profundidad que raras veces se encuentra en el escenario socio-político nacional.
La reciente Carta Pastoral de los Obispos de Bolivia, “Los católicos en la Bolivia de hoy: presencia y compromiso”, ha merecido en los medios de comunicación algunos comentarios, elogiosos en su mayoría, con referencia a la denuncia de la expansión del flagelo del narcotráfico, pero poco se ha dicho en torno a la autocrítica y a la lúcida tomografía de los problemas que nos interpelan en este proceso de cambio en el cual, en diferente medida, todos estamos involucrados.
Sobre todo, hay que realzar la actitud profética de los Obispos en juntar la valoración del trigo, cosechado más que sembrado, con la mirada crítica y hasta la denuncia abierta de la cizaña, renovando el mensaje de esperanza en aquel que conduce misteriosa pero inequívocamente la historia, sirviéndose con un silbido, como a los perros, de los que aparentan ejercer un poder efímero (Isaías 5, 26).
Del mismo modo, la reciente publicación de la segunda parte del libro de Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI) ha resucitado la polémica, reflejada hasta en medios locales, en torno al carácter del mesianismo de Jesús. Ese libro es de una riqueza y profundidad extraordinarias para detenernos en esa clase de controversias, más morbosas que reales.
En efecto, en el diálogo de Pilatos con Jesús queda claro que Jesús es, para el imperio, un fraude político, alguien que proclama un reino que “no es de este mundo” y cuya misión es “dar testimonio de la verdad”. Un rebelde sin poder no le preocupa a Pilatos y, de hecho, éste trata de impedir una injusta sentencia capital.
Sin embargo, en el diálogo entre los dos personajes se posiciona una disputa sutil entorno a la relación entre poder (la categoría del gobernador romano) y verdad (la categoría que Jesús reivindica como esencia de su realeza). Es evidente que un poder sin verdad es autoritarismo sin justicia y sin legitimidad, como los grandes sistemas totalitarios del Siglo XX que han hecho de la mentira ideológica, la tergiversación de los hechos y la propaganda falsa el fundamento de su poder y el virus de su derrota. Es cierto, añade el Papa, que verdad y mentira están continuamente mezcladas en el mundo, pero la sola repulsión que los hombres sienten contra la mentira nos indica que hay una aspiración a la verdad de origen superior, radicada en los genes de la conciencia humana. El antídoto a esa búsqueda existencial de la verdad es el pragmatismo, el mismo que llevó finalmente a Pilatos a entregar Jesús a la cruz: la paz prevaleció sobre la justicia. Sin embargo aceptar el pragmatismo como respuesta a la sed de verdad es venerar el poder de los fuertes, una forma más de idolatría.
A la pregunta del escéptico Pilatos “¿Qué es la verdad?” (¿Quid est veritas?), una tradición medioeval imagina la respuesta de Jesús que, en latín, es el anagrama de la pregunta: “Est vir qui adest” (Es el hombre que está delante de ti); interpretación exacta de lo que Jesús quiso decir y los cristianos intentan asumir como guía de su vida.
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