“Jamás en la historia de los hombres ha ocurrido nada más importante que lo sucedido tres días de abril del año 33 de nuestra era”, los días de la vida, pasión y muerte del Hijo de Dios, el Salvador que entregó su vida para limpiar los pecados de la humanidad.
Ese hecho que une a los cristianos en la renovación de la fe, celebramos en la actualidad, bajo ciertos signos de incertidumbre, con un recorrido de dolor y llanto como el Vía Crucis del Señor. Han cambiado ciertas cosas y ahora después de siglos del hecho trascendental que rememoramos, resulta que hay Judas y Poncio Pilatos, por describir a quienes hacen escarnio con el pueblo que resulta ser esa representación del sufrido, resignado, pero valiente Hijo del Ser Supremo.
Muchas cosas se han pretendido modificar y hasta se propugnó en tiempo próximo pasado, minimizar o eliminar las celebraciones de los católicos bajo la alternativa propuesta y vigente de establecer un Estado laico. El cambio en la teoría política se ha dado, pero la fortaleza de la fe no ha permitido mayores trastornos en la rememoración y renovación de esa fe de los cristianos, además por ese mismo efecto de aceptación a la fuerza de la mayoría del pueblo que cree en un Ser Supremo, muchos, miles de ateos se incorporan…pesadamente, pero lo hacen a las filas de quienes siguen al Hijo de Dios con la única esperanza de alcanzar la salvación.
Parece necesaria expresar la inquietud de los católicos en el proceso de evangelización en el tiempo presente cuando ciertas corrientes de cambio propugnan algunas reformas, las mismas que ya están diseñadas para evangelizar en y desde nuestras culturas, como señala con acierto un documento de la Diócesis de Oruro, por tanto nada está fuera de contexto.
Evangelizar es dar a conocer a Jesús como el Señor que nos revela al Padre y comunica su Espíritu y nos llama a la conversión que es reconciliación y vida nueva, nos lleva a la comunión con el Padre que nos hace hijos y hermanos (Puebla).
Y este proceso es parte de una cultura, la que abarca la totalidad de la vida de un pueblo y reúne a su gente en base a una misma conciencia colectiva, pero pasando también por un proceso de inculturación que significa reconocer a los sujetos de la cultura, no como objetos a ser evangelizados, sino como sujetos fundamentales de la misma evangelización.
El Papa Juan Pablo II señala que “la fe necesita hacerse cultura, porque una fe que no se hace cultura, es una fe no plenamente acogida, ni totalmente pensada, ni fielmente vivida”. Se reafirma ese proceso al comprobar en el tiempo presente, tras los intentos de cambio y liberalización de la fe, que las cosas cambian y que es el Evangelio que está creciendo con fuerza justamente desde el interior de lo profundo de cada cultura.
La Semana Santa está entonces comprendida en esa dimensión es un tiempo de recogimiento, de oración, de penitencia y por supuesto de perdón, además es un tiempo indudablemente favorable para nutrir la vida y la conversión de más hermanos, comprendiendo que la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo es nada más que una fuerte renovación de fe, de creencia y de vida, en el marco de nuestra propia cultura. Es vida nueva.
Fuente: LA PATRIA
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