El gobierno no da valor a sus amargas experiencias
20 abr 2011
Por: Armando Mariaca V.
Desde la aprobación del decreto 748, el pasado 26 de diciembre, que, como “regalo de Navidad” que dio el gobierno al país, y, luego, anulación del mismo, el 31 del mismo mes, como “inicio de castigo para el nuevo año”, por arrepentimientos tardíos del régimen del señor Evo Morales, la comunidad boliviana no ha tenido un solo día de sosiego, de tranquilidad y, mucho menos, de esperanzas para nuevos días.
Los problemas que se han suscitado en todo este tiempo son tan graves que eran más que suficientes para reacciones masivas del pueblo, para un concluir de cualquier paciencia y para provocar cambios; pero, es justo reconocer, este tiempo ha servido también para consolidar mejor la democracia, el derecho a disentir, a reconvenir a las autoridades y, sobre todo, para no llegar a lo que, felizmente, ya se tiene desterrado: Los regímenes dictatoriales.
Para las autoridades del gobierno, los movimientos sociales no han sido otra cosa que “intentos de la derecha”, “descontentos aislados promovidos por unos cuantos”; en fin, serie de argumentos que caen por si mismos y que el gobierno tiene que reconocer que se trata de posiciones donde se revela el fracaso, la imposibilidad de gobernar, la inutilidad de las prédicas socialistas que, bien se sabe, no serán posibles en un pueblo que está acostumbrado a la libertad.
Con un mínimo de humildad, honestidad y sentido de responsabilidad, el régimen del Presidente Morales debería reconocer lo débiles que son los argumentos para convencer a la comunidad sobre bondades que no existen en las políticas practicadas en más de cinco años desde el año 2006; se trata de más de un lustro en que se vive de promesas de cambio, en que las ilusiones son diseminadas por todo lado y que la demagogia se encarga de agrandar; un tiempo de incremento del contrabando, del cultivo de coca y sus consecuencias con más drogas, más narcotráfico y más atentados contra la humanidad; un lapso que implica mucha, muchísima corrupción y donde se aplicó, en proporciones alarmantes, el dicho de Napoleón Bonaparte: “No hay hombre que no se venda, sólo hay que saber su precio”.
Como siempre, en cada expresión de los medios de comunicación social, en las reacciones de los grupos laborales, en las posiciones que muestran los grupos políticos, cívicos y hasta parlamentarios llamados de oposición, el gobierno verá “intentos de derrocar al gobierno o, por lo menos, que caiga el señor Morales”. La verdad es que nadie quiere eso porque se tiene conciencia de que quien suba –si nos atenemos a la Constitución y los dictados de la democracia– lo harán peor porque habrá continuidad que no sería para cambiar sino para continuar el descalabro.
El país lo que espera es que se cambie, que haya humildad, que se destierre la soberbia y la petulancia; que la creencia de que gobernar es desgobernar disponiendo discrecionalmente del poder, no sea vocación, práctica y conducta permanentes. Se quiere que trabaje Don Evo Morales, que su partido entienda lo que es país y su derecho a ser administrado con honestidad, eficiencia, responsabilidad y otros principios fáciles de practicar cuando hay amor al país. Es tiempo de abandonar las posiciones que muestran panoramas imposibles de soportar. El país y su pueblo piden no seguir con políticas que obligan a seguir con situaciones ajenas a sus propias fuerzas, paciencia y capacidad para el sacrificio.
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