Luis González Tosar. Buenos Aires. Reside en Galicia desde 1969. Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Lengua y Literatura Gallegas. Presidente del PEN Club de Galicia. Su obra ha sido traducida al italiano, inglés, francés, alemán y húngaro. Ha publicado , entre otros, A caneiro cheo (Premio “Esquío” de poesía en gallego y el “Losada Diéguez” de creación literaria); Remol das travesías (Premio de la Asociación de la Crítica Española) y, Madeira do meu canto (1998)
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Trescientas mezquitas nos invitan a un cántico artesano por la vieja fez
Cuando el olor de la púrpura y la menta
llene sin tasa como mundos nuevos
tejidos vírgenes y vasos de coral,
y en la piel de las manos de los curtidores
grabe el tiempo sus lentas telarañas,
cuando el mimbre desnudo y el cuero
preñen las calles colmadas de aromas,
o estallen en vuestros ojos, en las orejas,
en el cuerpo entero, vasijas y formas ancestrales.
Será entonces llegado el momento tenso de la gacela
–esa que pasta más al sur, quizás imaginaria–,
Con las horas justas en los laberintos de la vieja Fez
–ciudad en la que alientan tres cabezas,
las tres soldadas a un santo cuerpo gris,
figura humana de un guerrero descansando–.
Será en un anochecer templado de septiembre,
recogidas las herramientas de los artesanos,
cuando yo aparezca en la penumbra de las callejuelas
montado en mula negra, guiado por el olor
y por lo colores tenues de la luz enharinada.
Igual que un fantasma surgido de otro tiempo,
camino de mi horno, encendido desde el alba.
Arca abierta de mi pecho
Acaso fue un galopar de potros y novillos,
un sordo chapoteo por los charcos vaciando sangre,
la que estuvo más de treinta años remansada y espesa
en el arca de este pecho alabeado que hoy se os abre.
Y quiero que vengan las deshoras
para que empujen fuerte,
para tejer nosotros con vergas ciegas de harto nogal
un canto y cesto común donde quepan gritos y lágrimas,
junto con manos llenas de alegría y carradas de asco,
para divisar amaneceres de amor tinto en los otoños.
Sea aquí donde yo, resguardado de soles tórrido
y amarrado de olvidos,
descienda por las losas de tantas vidas
y vaya dándole forma
a este oscuro y sombrío rebaño de palabras,
todas ellas vividas y escogidas.
Foto con chispas y ceniza
Otro día y otro, y otro más,
y tu cuerpo creciendo
en el ensangrentado paño de las banderas.
Una hora con otra y las que fueron
años de exilio de muerte y de vigilia
para las madres de tu pueblo palestino,
aquel que espera en ocasos rojizos
la llegada de una luna sin gatillos.
Amaina el viento
estallan las fronteras:
has dejado de ser niño Hossain,
ahora sabes bien
que tus cuatro abuelos
fueron gentes pastoras y curtidas.
Uno de ellos depositó con plomo
en tus labios gruesos
algunas palabras conservadas
con amor: olivo, trozo de pan,
casa, cesto y roca…
Y tus ojos entre tinieblas aprendieron
a taladrar los muros del enemigo.
Un día descubriste tu cuerpo adolescente,
en barricadas con sudores indomables,
fueron horas encarnadas de color metralla
manos de fuego y uñas aceradas
arañando en los suburbios de Beirut,
y aquella noche en la que soñaste con tu patria,
habías dejado de ser el niño Hossain.
Yo contemplo en un periódico abierto
tu foto a miles de miles de distancia.
Me llega el calor de tu cuerpo,
tu sonrisa abierta y transparente,
ese brazo tuyo apedreando la historia.
Paso de hoja y termino el desayuno,
pan blanco con dulce mermelada.
Poetas en el parnaso
Aquella escoba que fue barrendero de abril
se quebró en un lamento seco con Martini.
¡Ay, amor!, qué despacio avanza la proa
de este vaporetto donde apretados vamos
como en una lata de sardinas.
Mientras llevamos la cuenta de las liras
por los dedos, ¡ay, amor!, no vemos
aquellas falúas empavesadas
con sus dorados oropeles,
ni percibimos la fragancia de las especies lánguidas
en los pabellones botánicos.
Nos persigue un olorcillo a agua podrida
y pasan por nuestros ojos saltones
–redondos como huevos fritos en aceite–
interminables rebaños de turistas japoneses.
De aquí para allá vuelan desconcertadas
las Musas escapándole a los mosquitos.
y la hinchada dignidad de los vates
rueda por el suelo de vulgares regateros
en San Marco, Rialto o en el mismo Lido.
¡Ay, amor!, qué lejos cae todo
de un filme de Visconti.
Poema vivo
Observándote por un ventanuco en la espuma
entreví desconcertado un mar amplísimo,
creciendo de un solo torrente.
Era el amor prohibido por el torbellino seco,
bien tallado en la hoguera de los veinte años.
Cuándo anegaste de luz poderosa
la dehesa que aún nos pertenece?
Un chapoteo de sombras y siluetas
nos volvió a encerrar hasta el rasero
con las tegas y las onzas que marcaban
la medida exacta del deseo.
Pero esta noche cierta, esta nostalgia,
me cortó la palabra con un canado de sed,
la que pesa por el agua,
la que rebosa por tu nombre propio.
Fuente: LA PATRIA
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