Loading...
Invitado


Domingo 17 de abril de 2011

Portada Principal
Cultural El Duende

Desde mi rincón:

¿Católico? ¿Cristiano?

17 abr 2011

Fuente: LA PATRIA

Meditación cuaresmal • TAMBOR VARGAS

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Basta haber vivido suficientes décadas para poder percibir un cambio en el uso de las palabras; digamos que este viraje se ha ido consolidando durante el último medio siglo. Donde predominaban los católicos, el término ‘católico’ predominaba como autorreferencia, en sustantivo y en adjetivo: hablábamos de ‘católicos’ y nos referíamos a la ‘Acción Católica’; era algo que no necesitaba ni de explicación ni de justificación, de tan ‘evidente’ como nos parecía ser. La conciencia de que aquel mundo era ‘católico’ gozaba de los dones de la evidencia. Después… Ah, después las cosas se fueron complicando desde varios puntos de vista; yo aquí quisiera fijarme sólo en uno.

Es necesario apuntar a aquel fenómeno tan complejo y de tan diferentes sabores, pero que resumimos con una sola palabra: Concilio Vaticano II. Entre sus enseñanzas, por un lado hay una clara voluntad de dirigir a los católicos hacia la vivencia de las verdades centrales de la fe de la Iglesia Católica, liberándolos de la barroca superpoblación de manifestaciones voluntarias, a veces alejadas de su núcleo fuerte; por otro, la apuesta por un reencuentro con aquellos ‘hermanos separados’ que habían ido quedando en el camino milenario de la Iglesia; y para conseguirlo ha habido una inversión de énfasis y de preferencias: ya no en lo que separa, sino en lo que une; es decir, no en lo ‘propio’ de cada lado, sino en lo ‘común’ que une.

Bastaría este factor para entender por qué hemos pasado de autodefinirnos ‘católicos’ a autodefinirnos ‘cristianos’. Alguien objetará que los ‘católicos’ nunca habíamos dejado de ser ‘cristianos’; y es verdad; aunque sólo una parte de verdad, por lo menos desde que han aparecido otros cristianos ‘no católicos’. Otro podría añadir que con ‘cristiano’ el creyente apunta al centro de su fe, que es Cristo, mientras que ‘católico sólo hace referencia a la nota de universalidad (que, por cierto, no debería entenderse solamente en su dimensión geográfica). También es verdad o puede interpretarse también así.

Sin embargo… en este cambio de preferencias terminológicas hay otros factores gravitantes; y que van asimismo vinculados a aquel complejo fenómeno que llamamos Vaticano II. Con buenas o malas razones, desde los años conocidos como del ‘postconcilio’ se ha podido ir percibiendo un intento de ‘autocrítica’ contra una serie de aspectos o episodios del pasado católico; esta ‘autocrítica’ llegó a adquirir tales rasgos neuróticos, que ya el papa Pablo VI descalificó como un desaforado intento de ‘autodemolición’, surgido de ‘autoodio’ y ‘resentimiento’ enfermizos. Y dentro de esta ola nació el concepto ideologizado de ‘Cristiandad’, ahora entendida como la recopilación de todas las aberraciones acumuladas a lo largo de los veinte siglos católicos. En este intento de ‘limpiar’ el pasado milenario católico de todas las adherencias poco o nada ‘cristianas’, me parece ver la mejor clave para explicar el abandono de la etiqueta ‘católica’ para refugiarse en la etiqueta ‘cristiana’; en esta movida reside su mejor clave, pero también su principal ambigüedad.

En efecto, visto a cierta distancia, aparece lo que en ello anduvo en juego; no fue tanto si podíamos / debíamos definir si la Iglesia había acertado siempre en su larga historia (opciones mundanas, formulación de su fe, aplicación de esa fe a las mil circunstancias de la vida humana, relaciones con los poderes terrenales, permanente tentación de las riquezas, etc.). Lo que en ello se barajaba era si los católicos podíamos /debíamos desligarnos del ‘peso de la Historia’; es decir, si podíamos / debíamos hacer tabla rasa de cuanto nos había precedido.

Para ser precisos, de si podíamos / debíamos echar por la borda lo que de aquel pasado podía parecer erróneo, equivocado o contraproducente; naturalmente, aplicando la escala de valores predominante en nuestra época. Y esto equivalía a consagrar un gigantesco anacronismo (tendencia predilecta de todos los utopistas de la historia humana). Limpiar la Iglesia de sus aspectos ‘feos’ equivalía, pues, a la desmedida pretensión de erigirse en el ‘gran tribunal’, con la no menos ambiciosa tarea de pronunciar nada menos que la sentencia universal y final de la Historia.

Vieja verdad: nadie puede saltar sobre su propia sombra. Tampoco la Iglesia, que por cierto siempre ha estado, está y seguirá estando necesitada de reforma y de corrección. Primera paradoja: quienes menos la necesitaban, los santos, son los que mayor conciencia han tenido de ella. Segunda paradoja: cada época ha tenido especial conciencia de cierto tipo de realidades, pero a la vez ha tenido una especial insensibilidad para otro cierto tipo de defectos (empezando por los defectos y limitaciones propios de su época).

En las últimas décadas la Iglesia ha pedido ‘perdón’ por algunas de sus conductas o doctrinas pasadas (que si las cruzadas, que si la Inquisición, que si el ‘caso’ Galileo…); ¿ha evitado con ello aquel fatídico anacronismo? Porque ¿cómo ha compatibilizado la conciencia ‘pecadora’ con aquella enfermiza obsesión por sacarse de encima el ‘peso de la propia Historia’? Cuestión peliaguda, pues habría que evitar tanto el cinismo que esconde las ‘verdades’ incómodas como la ingenuidad de caer víctimas de los chantajes ideológicos, que pretenden, no purificar la fe católica, sino librarse de ella.

Ésta sería la ‘lógica’ del paso de ‘católico’ a ‘cristiano’: la primera etiqueta rebosa de la ambigüedad propia de la historia humana, la segunda, en cambio, sólo es ‘pura’ porque pertenece a la teoría. Queda por ver si esto representa un verdadero ‘progreso’.

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: