¿Se puede vaciar en un solo libro a un lugar geográfico, una época, un pueblo, un hombre? Hacia 1933, cuando contaba veinticinco años según él mismo refiere, Fernando Diez de Medina, hijo del político y diplomático Eduardo Diez de Medina Lértora; mostraba que la interpelación que abre este artículo es factible.
Don Fernando, auténtico escritor boliviano, forjaba en la primera mitad del Siglo XX boliviano la hechura que colocaría a Bolivia y su arte, sus letras en páginas de diarios como “La Nación” de Buenos Aires, “El Universal” de México, “El Mercurio” de Santiago, o el “Diario de la Marina” de La Habana; con ditirámbicos elogios al autor y a su obra: “Franz Tamayo/ Hechicero del Ande”.
No es una biografía al modo estéril, no una mera transcripción de datos históricos ciertos o no; tratase de la penetración psicológica, ajena a los gabinetes de psicólogos o psiquiatras, penetración inmanente a los “afanes de escritor”.
¿Vaciar en letras de molde una época de vida nacional? La respuesta la profiere, la profirió hacia 1942, Diez de Medina:
“Cuarenta presidentes en un siglo. La mayor parte acaba en forma dramática; probablemente todos presa del resentimiento. Antes de bajar a la tumba, los estadistas de la montaña reciben el zarpazo de la ingratitud colectiva; aquél que partió el brazo de Sucre en el motín de Chuquisaca y que persigue siempre a los constructores de patria, para templar su civismo en el infortunio. Muchos perecen de muerte violenta; otros en el exilio. ¿Cuál es el destino de los presidentes de Bolivia en lo que va del siglo? Pando muere asesinado, A montes se le niega la fábrica de la nación moderna. Villazón se extingue como un abad en el olvido. Gutiérrez Guerra perece desamparado en el ostracismo. Saavedra pierde sus mejores energías luchando contra los bolivianos, para fallecer también en el exilio. Siles quiere transformar el país y se le premia incendiándole la casa. A Salamanca nadie lo comprende, hasta que se elimina como un estoico. Tamayo se empareda vivo después del golpe militar que anula su elección. Tejada purga con la renuncia forzosa su civismo, muriendo en el destierro voluntario. Si Toro ve frustrado su anhelo reformador, Busch, el hijo de la selva, sólo es grande al expiar su violencia en el suicidio”.
Incisiva capacidad de síntesis, diríase el bosquejo más agudo, más sintético y a la vez clarificador, de casi medio siglo en la historia boliviana.
A la par que, palmo a palmo ingresa, mejor, perfora, como un trabajador de subsuelo, pero con taladro filosófico y no con dinamita, la psiquis “andícola”, boliviana, y la del biografiado, el intrincado, hondo pensador. El supremo valor del escrito está en la forma, sí, en la forma con que “unimisma” (palabra que tomo de Fernando), la caracterología “andícola” (término, quizá, de su invención), la morfología del suelo, de la tierra, de la puna y las montañas: El ambiente “pánico”, y el poblador, y, Franz Tamayo.
“¿Qué es lo boliviano –dice– en el autor de «La Prometheida»? Para quien sabe comprender, todo. Para quien lee sin entender, nada.
“A través de su vida tormentosa y combativa, que oscila entre el aislamiento y la irrupción; en sus escritos polémicos; en sus discursos parlamentarios; en la complejidad de su psicología ultramestiza; en sus pensamientos y en sus versos, manifiesta uno por uno todos los rasgos del alma boliviana. ¿Queréis conocer la estupenda variedad del paisaje nativo, el hechizo indio, la contradicción mestiza, el drama nacional en su trágica grandeza? ¡Leed a Franz Tamayo! Bajo la sapiencia del pensador, envuelto en los mil pliegues del humanista, velada por los sutiles recursos del poeta, hay siempre una lengua de fuego que roza la llaga sin descubrir la herida. El boliviano es un resentido en potencia; es nuestro mal mayor. Y una concentración de fuerzas en reposo; acaso la virtud intacta. Entre ambos polos, el resentimiento activo y la energía aletargada, vacila toda nuestra historia. Por eso Franz Tamayo, el más grande resentido y el primer organizador de altas ideas, a pesar del aislamiento social, es todo un profesor de carácter. Se puede fracasar en la ambición individual, sin dejar de ser útil a la colectividad. Convertir la derrota frente al mundo en victoria del espíritu, es privilegio de almas fuertes. Crear orden y belleza donde impera el desaliento, ya es una proeza. «¡Buscad la energía en vez del oro! ¡Osad! ¡Perseverad!» ¿No es la clave para levantar un pueblo postrado, que vive cincuenta años a la zaga de los demás?”.
Nunca la palabra disquisición ha gozado de tanto prestigio, para mí, después de leer esta síntesis que no es, precisamente, una síntesis. ¿Qué es entonces el trabajo, aparecido en la sociedad andina de 1942? Su hacedor responde: “Es mi pueblo, mi raza, mis montañas, mi pasión juvenil, la interpretación de Bolivia y de su grande artista”.
Antes bien, fuerza es pensar, acaso barruntar que la obra de Tamayo es bastante desconocida, como bastante es la fama de su nombre; eso es la sociedad, parte de la sociedad boliviana, cualquiera pone en su boca nombres, acontecimientos; pocos, poquísimos comprenden, entienden. Para quien haya dedicado, empero, tiempo, al autor de la “Creación de la Pedagogía Nacional”, “La Prometheida”, “Proverbios”; los esfuerzos que Diez de Medina ha consagrado a interpretar esos enredos, no le parecerán miopes. Redentor en sus escritos, del indio, a fuerza de carácter, de acción, de disciplina, no de dineros; el “gran mestizo”, Tamayo, ha hincado su garra aymara (Fernando escribe “aimara”), en la llaga de las décadas de injusticia que han soportado sus coterráneos, y, también, sus “pongos” (tenía tierras); ¡Gran contradicción! ¿No es el símbolo humanizado de Bolivia?
El tiempo ha ido dando la razón a Diez de Medina, los sucesos acaecidos, también; qué importa que la irrupción del libro haya ocasionado la cólera pánica de Franz Tamayo (Respondió con un artículo publicado en “El Diario” intitulado “¡Para Siempre!”), que sería un monumento broncíneo al libelo en Bolivia. Como no importa que en él le haya espetado: “Triple cretino”; confirmaba, sin darse cuenta, la tesis del “resentido superior” que Diez de Medina transcribió.
No juzgo a Tamayo por su conducta, no soy quién para hacerlo, además, aprendí de él, o ratifiqué la incorrección de injuriar a los muertos.
En esas lides transcurría parte de la sociedad paceña hacia 1943, Fernando conversó, empero, en diez ocasiones con Tamayo, lo visitó en domicilio, y encuentros callejeros; después sobrevino la ruptura. Típica virulencia altoperuana.
En 1942, Diez de Medina replicó el libelo con su “Para Nunca”, que “Última Hora” acogió. Nostalgia de la lucha entre dos titanes.
He tratado de navegar por el manantial del “Hechicero”, justificación de un, dos siglos en el arte y la cultura americana, más precisamente, boliviana. No quise componer un panegírico, antes, patentizar la trascendencia del trabajo que un escritor como Fernando Diez de Medina ha ejecutado para su patria, mundo y para las generaciones que irrumpen estos tiempos broncos.
Pocos, quizá nadie como él, se han consagrado aquí, a la íntimamente trascendente labor que realizó; en vano la burocracia estatal va intentar “solucionar” los diseminados problemas, seres como F. D. de M, se extrañan en esta era, el fácil “ascenso”, la empleomanía viciada, el “profesionalismo” huero, socavan la integridad humana de las gentes.
Sesenta y nueve años. El tiempo, si no le ha dado la razón, hoy quise intentarlo.
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