El Domingo de Ramos, marca el inicio de la “Semana mayor” de la liturgia católica. Entre el miércoles de ceniza y el “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”, la Iglesia nos invita en esos cuarenta días, a realizar un itinerario, un camino largo, de seis y media semanas, de honda reflexión a la luz de selectos textos inspirados.
La Cuaresma suponía mucho para nuestros mayores: ayuno obli¬gatorio, ejercicios de piedad sufrientes, penitencias voluntarias, lectura de la Pasión de Cristo, ejercicio del Viacrucis... Externamente se le exigían penitencias para que el ambiente externo de penitencia provocara un ambiente interno de reflexión honda, de estimación de los bienes eternos y de renuncia a los estorbos de los bienes materiales.
Para una persona sincera -solo para ella-, la Cuaresma posee una importancia sensacional, así, sólo quién viva intensamente la Cuaresma voluntaria, alcanzará los mayores resplandores y gozos de la Resurrección de Cristo y de la propia suya al término de la larga y saludable Cuaresma.
Lamentablemente, la industria gastronómica y de turismo, con la influencia de una sociedad hedonista y materialista, han convertido la Semana Santa en un tiempo de diversión turística. Parece que vivimos un Carnaval continuo, ya que su espíritu y ambiente no desaparecen fácilmente del clima que respiramos, choca por ejemplo, que se promocionen tan anticipadamente a la Pascua de Resurrección conejos y huevos de chocolate en medio de la Cuaresma.
Vivimos más un ambiente de Carnaval que los mensajes de Navidad y de la Pasión y Resurrección. Aprovecharíamos la Cuaresma y el Tiempo de Pasión y Resurrección -la Semana Santa- si simplemente nos diéramos cuenta de que no sólo no somos mejores, sino que caminamos hacia atrás, cada día más llenos de dejaciones, pérdida de sentido de pecado y rutinas, cada día con menos amor verdadero de Dios, cada paso con más mundanidad, cada momento con más escasa piedad. Si admitiéramos que la culpa es totalmente personal ya que ninguno peca si no lo desea. Y ninguno queda paralizado si se empeña en caminar según sus posibilidades. Un paso lleva a otro, hacia arriba o hacia abajo, todos lo sabemos por experiencia personal.
Ya pasa la Santa Cuaresma sin dejar ni un estremecimiento permanente en nuestro espíritu y sin movernos a una conversión o cambio de conducta. Es como si estuviéramos embarrancados en un pozo de lodo y no nos importara quedarnos allá, sin salir de su pesadez y hediondez.
Estamos ante la Semana Santa, como una nueva oportunidad que nos da el Señor para acercarnos a Él que nos espera en esa obra de su divina misericordia: El Sacramento de la Confesión.
Y alguien dirá: “¿Por qué confesarse?” La primera razón y la más importante para confesarse es porque Jesucristo, el Hijo de Dios lo dijo. De hecho Jesús hizo más que decirlo: Él instituyó la reconciliación por medio de la confesión sacramental: “A quienes ustedes perdonen sus pecados, les queden perdonados” (Juan 20, 23).
Todo es tan simple. Los que encuentran la confesión difícil son los que permanecen alejados de ella, pero quienes acuden al sacramento frecuentemente, experimentan no sólo un profundo regocijo, sino también una ayuda muy, muy positiva para vivir la vida que Dios nos ha llamado a vivir.
Si su vida ha terminado como en una pocilga por haber escogido mal -drogas, alcohol, infidelidad- rece primero para volver a su juicio, como lo hizo el hijo pródigo. No culpemos a otros (a nuestros padres, o a la Iglesia, o a la sociedad, o a su esposo o esposa) por haber estado como en una pocilga. Dios nos ama lo suficiente como para perdonar nuestras más terribles faltas, así sean tan numerosas como las arenas del mar.
Con cinco nombres retrata el Catecismo de la Iglesia Católica a este sacramento: Conversión, penitencia, confesión, perdón y reconciliación, pero también es conocido como “sacramento de curación” porque el pecado es la horrible enfermedad que deforma la vida espiritual.
“Demasiados fármacos actualmente se limitan a reparar los daños. Si los buenos médicos de hoy, en todas las ramas, dedicaran el mismo tiempo y gasto de energía a la prevención, la prevención como nos es pedida con los Diez Mandamientos, el mundo sufriría sólo una mínima parte de las enfermedades por las cuales se encuentra asediado. La medicina preventiva no nos cuesta nada y además logramos comprender mucho la inmensidad del amor de Dios para cada uno de nosotros. Esto no es un juego para Dios, Él se alegra cuando estamos en paz y en la felicidad que de Él se derivan. Él sólo desea que nosotros estemos gozosos, libres y en buena salud”, sanos también emocional, mental y físicamente. Las raíces más profundas de muchas enfermedades físicas -entre ellas el cáncer- están en el rencor, el odio y el resentimiento.
Es mucho y no es todo. Porque los prodigios que se obran en toda confesión sacramental bien realizada, no se pueden describir con toda su grandeza. La confesión es el único y seguro camino hacia la paz con Dios y con unos y otros.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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