Jueves 14 de abril de 2011

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Cuando aquel joven, ansioso por la vida eterna, le aseguró a Jesús que era fiel a todos los mandamientos, la reacción del Salvador fue hermosa: lo miró con cariño, con ternura, con ese amor que sólo puede provenir del cielo y por eso nos alcanza también a nosotros.
Pero hay que hacer más: el camino de la santidad es de ascenso al cielo. Jesús le pidió a aquel joven que dé el paso siguiente: que venda todo lo que tenía y que le siga. Y, entonces, la reacción fue muy humana: “El frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico”.
El cuadro sirvió para que Jesús nos advierta de que no debemos poner nuestra confianza en el dinero. El servicio implica renunciamientos. Y eso es gracia, pero también sabiduría:
Comencemos entonces por donde realmente debemos comenzar: “Invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. Con ella me vieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables”.
Por esta nueva visión del mundo es que Jesús les anunció a los discípulos: “Les aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna”.
Fuente: LA PATRIA