En las postrimerías del Siglo XIX, y en los albores de XX, la política boliviana se hallaba dividida en tres corrientes notorias: Conservadores, liberales y republicanos, aún “genuinos”. Si bien es cierto que existían elementos bastardos en las pretéritas corrientes, el escenario encontrábase siquiera, medianamente definido en cuanto a las ideologías que, en ocasiones límpidamente y en otras sin esa cualidad; participaban de la lucha política en el país. Incluso existieron individualidades promisorias para nuestra política, que, empero, fueron si no víctimas, ignoradas por las mayorías.
Hoy, las grandes conquistas filosóficas de la política mundial, se han esfumado de las alturas que albergan la sede política nacional, en su lugar ha proliferado una mixtura de “partidos” en la que, huelga distinguir quién es qué y qué es quién.
Razones directas, y ciertamente fundadas existen para encontrar en ese acto, como dije y en su sentido correcto “bastardo”, los albaceas del desorden asaz nocivo que presenciamos en el Siglo XXI. Tampoco se trata de “innovaciones”, pues ellas no se han visto, incluso mejor hubiera sido en su caso, emular a otras épocas.
El único “partido político”, que tiene algo de “tradición”, es el Movimiento Al Socialismo, y, ésa su única tradición radica en el nombre. Pues bien, ya en el campo de las acciones, es justo reconocer que, en efecto hay socialismo, pero el socialismo de Stalin, el que predicando la igualdad, no llega a la libertad; el que predicando la austeridad, en el caso del soviético, habita en ingentes palacios, con ingente y alegórica seguridad, con un “culto” a la imagen del líder, para el que el Estado debe erogar cuantiosas cantidades de moneda, como para la logística de transporte, etc.
El caso boliviano se parece mucho al antedicho, pues, pregonando la austeridad, fácil es mostrar que ningún Presidente, hasta donde ahora recuerdo, y, seguro estoy, en este siglo, ha gastado tanto el erario nacional en propagandería, en seguridad propia de los déspotas iletrados, en transporte aéreo, o, lo que es aún peor, en bonos clientelistas.
Es fuerza aclarar, empero, si no se quiere caer en la mentira, que los problemas sociales no son únicamente atribuibles a las distintas instancias de poder político, si no, y esencialmente esos son manifestación de la morfología existencial en cada uno de sus protagonistas. El grande escritor nacional, don Fernando Diez de Medina, da un aporte concreto al respecto:
“Examinemos, por ejemplo, –decía– uno de los muchos ingredientes químico-éticos de la sociedad montañesa.
Son gentes de naturaleza volcánica, como la tierra que los sustenta. Apagados los cráteres cordilleranos, el fuego se ha transferido al poblador. Persigue sin necesidad; hiere sin reparo. Quinientas revoluciones logradas o frustrada ensangrentan su historia. El despotismo pervierte a los que mandan. La intransigencia injusta envilece a los que obedecen. El caudillo iletrado como Belzu, Melgarejo y Daza, es tan irascible como el caudillo civil a la manera de Santa Cruz, Linares o Saavedra. Avivadas por la combustión de la espera, las pasiones se desbordan al no hallar su válvula de escape. ¿Qué partido político subió al poder para organizar desde el primer día? Las horas mejores transcurren persiguiendo a los caídos. Casi siempre la acción es un valor en sí, camino sin brújula, aventura sin fe, donde se disuelven las mejores energías del individuo en desmedro de su colectividad. La llama interna del ando-boliviano crece y se apaga sin leyes; combustión mágica, pertenece más a un orden emotivo que a los reinos de la razón. El rencor ígneo del montañés, es más peligroso que el acecho quemante del llanero. Éste advierte. Aquél socava. La energía nacional se esteriliza por la hurañía de los hombres y la inútil violencia de los odios. Cada hombre un volcán: Piedra, lava y fuego contra piedra, lava y fuego. Se puede esperar en silencio desde la sombra; o estallar en el impulso eruptivo. Poco importa. El montañés ejercita su fuerza atacando al montañés”. Escrito hacia 1942, parecería mucho más contemporáneo.
Se ha vociferado por parte del Ejecutivo, una especie de democracia absoluta, una pseudo política de “gobernar obedeciendo al pueblo”, de proliferar los referéndums, de sublimar a las mayorías; lo que, trajo irrefutablemente las consecuencias que el 6, 7 y 8 de abril de 2011 se pudo observar. La democracia absoluta no existe, y si existiera, el Parlamento, Ejecutivo, e incluso Judicial estarían demás, pues el gobierno absoluto del pueblo por el pueblo, no necesita de esas instituciones, y, es, lamentablemente lo que con un afán de consolidarse en el poder, el actual Gobierno quiso divulgar.
Si el Gobierno de Morales Ayma es consecuente con sus postulados, si verdaderamente actúa según predica, debería ya haber concedido los pedidos del pueblo, no deberían acaecer los conflictos humeantes a los que La Paz de alguna manera, se ha acostumbrado. Pero tengo la impresión de que ellos mismos saben la inaplicabilidad de sus enunciados, pero, están viciados por ese mal que Aristóteles, detractor de Platón y de Sócrates, con harto tino definía como la degeneración de la democracia: La demagogia.
“Todo el que vive la actual crisis mundial –escribía Emil Ludwig hacia la segunda mitad del Siglo XX– sin estar afiliado a ningún partido, resistiéndose a someter sus intereses personales, o los de su clase, o los de su pueblo, a organización alguna, se siente acuciado por un dilema cuya solución en vano pueden buscarle su espíritu ni su corazón, su inteligencia ni su arte. Porque una parte del mundo de hoy está estructurada sobre las ideas sociales de la época, pero malográndolas por su tiránica aplicación, mientras que la otra se afana por una solución de tipo humano, pero aplicando a su esfuerzo ideas ya pasadas de moda para conseguirlo. Para simbolizar ambas tendencias pudiéramos citar, respectivamente, los nombres de Stalin y Churchill. No es casualidad, ni mucho menos, que el estadista más insigne de nuestro tiempo no sea más que un «tory» ligeramente modernizado, mientras que el dirigente más avanzado en el orden social sea un verdadero dictador. Tampoco es una casualidad que el hombre que deseara unificar a Europa sea, en lo más profundo de su pensamiento, tanto por su origen como por su historia y por sus actos, un miembro de esa clase que dominó en Europa en el siglo XIX y que hoy se encuentra completamente proscrita de las tareas de gobierno, mientras que el otro, que desde su juventud ha venido proclamando el dogma de la igualdad social, a cuyo desarrollo tanto ha contribuído, haya llegado a comportarse, en cuanto a la forma de llevar el mecanismo de su Estado, con un estilo que tanto recuerda al del zar”.
Hoy, los émulos de Stalin están, faltan los discípulos del humanismo.
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