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Domingo 03 de abril de 2011

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Cultural El Duende

Monstruos

03 abr 2011

Fuente: LA PATRIA

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Después de un largo día de aventuras en el país de Por Siempre Jamás llega la inevitable noche. A la derecha del patio trasero de la casa se puede ver un océano joven, todavía sin bautizar, sobre sus calmadas olas navega un solitario submarino que no puede llamarse otra cosa que “Nautilus”, si cerramos los ojos puede que parezca un terrible dragón emergiendo de las insondables profundidades marinas. Más allá, en las escarpadas montañas del jardín, ocultos entre arbustos y rosales descansan algunos soldados cansados de tanta batalla. Desde la izquierda del mismo patio algo nos hace señas, una pequeña mano se acerca y levanta un aerodinámico coche de carreras, un veloz Fórmula, uno de color verde esmeralda, cuyos faroles delanteros permanecen encendidos como dos pequeños carbones al rojo vivo.

Una sombra se alarga sobre las flores pasando fugaz por el patio y, de pronto en pleno ocaso, se escucha un categórico grito que sobresalta al guerrero anunciándole que, por hoy, la guerra ha terminado y que un merecido descanso lo espera al interior del hogar. No hay lugar a réplicas o negativas, así que poco antes de que las tinieblas se apoderen del universo, el Guardián del Templo Sagrado guarda su vieja armadura, esconde a Excalibur en el lugar secreto y sigue a la sombra que lo apresura con alguno de los ya conocidos sermones: ¡Mirá tu ropa, otra vez estás sucio, cochino!

El Capitán Planeta no se amilana pues sabe que mañana será otro día y habrá nuevos peligros que afrontar y doncellas que rescatar. Ingresa en la casa, sube al baño, toma su ducha y luego se sirve sus alimentos para recuperar sus menguadas fuerzas. Antes de levantarse de la mesa toma un tremendo vaso de leche y con algunas gotas cayéndole por entre los labios se acomoda en su sillón favorito para mirar su serie preferida en la televisión: Los Power Rangers.

Medio adormilado siente que unas tibias manos lo levantan, lo abrazan y le susurran al oído: Ya es hora de acostarse, sujetado cariñosamente por esos fuertes brazos se siente volando por encima de las escaleras que conducen a su dormitorio, una vez allí, lo dejan en la cama, lo arropan y le dan un reconfortante beso en la mejilla curtida de sol y guerra. Qué duermas bien hijo mío, murmura el padre antes de apagar la luz y cerrar la puerta. El clic del interruptor y el suave golpe de la puerta son como una señal para que el Campeón del mundo abra los ojos y permanezca alerta, lentamente el Marinero en tierra saca la cabeza de debajo de las sábanas y pasa revista al cuarto; a medida que sus ojos se acostumbran a la oscuridad el niño va descubriendo a los sempiternas monstruos de la noche, las siniestras sombras que divisa le sugieren crueles garras y grotescas siluetas que tendrá espantar una vez más con sus oraciones.

El pequeño espadachín vuelve a meter la cabeza entre las sábanas y reza, como todas las noches lo hace, reza pidiéndole a Dios, a Jesús, a la Virgen María y a todos los santos y apóstoles que no lo dejen morir esa noche y que el sueño le venga tan rápido que no se dé cuenta cuándo fue que amaneció.

Mientras reza va sintiendo que el miedo, real y verdadero, tan antiguo como la humanidad misma, le cala los huesos y se apodera de los escasos años del Superhéroe. El guerrero sabe que el sueño es el único escape para salir con vida y esperar sonriente el sol de la mañana, la otra salida, la de espantar a los monstruos de la noche con un rayo de luz es demasiado peligrosa, pues significaría desafiar a sus padres que creen que él ya no es un bebé, sino un niño valiente.

Homero Carvalho Oliva.

Santa Ana – Beni, 1957.

Fuente: LA PATRIA
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