Frangar, non flectar - me haré romper, pero no me doblaré - reza un dicho latín que valora la firmeza, coherencia y vocación de martirio de los hombres “de una sola pieza” frente a las pragmáticas palmeras que se doblan al viento y así logran sobrevivir a la tempestad. Es una lección de ética fascinante, pero poco práctica; de hecho, las fotografías del reciente tsunami muestran rígidos edificios destruidos y los más flexibles árboles firmes en su sitio.
Es también un dilema que interpela a toda persona, sea gobernante, educador o progenitor. Inclusive la naturaleza parece reproducir esa disyuntiva: ¿Podemos imaginar materiales tan diferentes como el vidrio o el acero?
Sin embargo, es común confundir, en el hablar diario, la dureza con la resistencia. Un material puede ser duro (cuyo antónimo es blando) pero frágil (que es el antónimo de resistente). Un vaso de cerámica es duro -no se lo puede deformar- pero no resiste un golpe de martillo. Al contrario un juguete de goma es resistente a las caídas, mas no duro. En suma, duro como el acero y frágil como el vidrio.
¿A qué se debe esa diferencia? Los átomos de los metales tradicionales muestran una estructura ordenada, “cristalina”; los vidrios, en cambio, son conglomerados “amorfos” de óxido de silicio. Mientras los átomos de un metal están alineados como soldaditos, formando estructuras geométricas más o menos complicadas, las moléculas de vidrio están dispuestas de manera irregular, en grupos más o menos numerosos -como universitarios-, con muchas grietas microscópicas, de manera que es fácil romperlas. Pero lo amorfo también tiene sus ventajas: Por ejemplo, un vidrio puede ser moldeado calentándolo. Así se fabrican los maravillosos objetos y adornos de vidrio de las más variadas formas.
Parecería contradictorio imaginar materiales que tengan las propiedades del vidrio y del acero juntas. Pues bien, esos materiales ya existen, y tienen variadas aplicaciones tecnológicas, desde hace más de medio siglo. Se llaman “vidrios metálicos”, pero son en realidad aleaciones metálicas que presentan ambas propiedades, dureza y resistencia, obtenidas mediante un proceso de enfriamiento rápido que no les deja “armar” la estructura cristalina, pero sí mantener cierta resistencia a deformaciones.
Por cierto, los vidrios metálicos no son transparentes; su nombre tiene que ver más con la estructura amorfa de sus moléculas; por eso siguen siendo relativamente frágiles, pero menos que el vidrio, de modo que el desarrollo de la investigación va en la dirección de obtener aleaciones capaces de integrar los beneficios de los vidrios y los metales por separado, reduciendo, al mismo tiempo, las desventajas de los mismos.
En fin, más allá de curiosas analogías con la vida política (tarea que dejo para el lector), los vidrios metálicos nos ofrecen una linda lección: Que también en nuestra vida la disyuntiva no está entre dejarse doblar o dejarse romper, sino en la capacidad de desarrollar la capacidad de enfrentar, según las circunstancias, los embates del entorno. Una mezcla oportuna de valor y ternura no le hace daño a la política, a la educación, ni a cualquier actividad humana. Incluso a las reivindicaciones históricas.
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