Para nadie es grato y menos en ésta área geográfica del planeta, hablar o escribir sobre un tema que no sólo conmueve, sino que, de alguna manera, sacude las fibras más sensibles e íntimas de la humanidad. Es el caso de Libia y los más de cinco mil muertos que, producto de una decisión personal, enluta al mundo entero, como enlutan las más de 13.000 víctimas del desastre natural producido en el Norte del Japón.
El territorio Norte del continente africano, caracterizado por el extenso desierto del Sahara, en la historia universal es el más regado por sangre humana. Unos 400 años antes de Cristo, sangrientos combates protagonizaron tanto griegos como los antiguos cartagineses, mientras que la civilización occidental se construye en aquella región como una muestra del esplendor de su desarrollo, en especial, su arquitectura y todas las demás artes.
En el siglo pasado, el territorio libanés se ha convertido en el escenario de intensos combates de las fuerzas blindadas que los aliados enfrentaron contra el eje nazi - fascista, durante la Segunda Guerra Mundial, comandados por el célebre general alemán, Rommel, a partir de lo cual queda bajo dominio de Inglaterra y Francia. Hasta entonces, se mantiene el signo de la violencia y la confrontación.
Libia constituye un país muy joven entre los recién independizados. Es Mohamed Idris el Senussi, quien proclama su independencia en 1951 y se convierte en su primer Soberano que gobierna esta nación que concentra a decenas de grupos sociales en estado tribal que habitan, al menos, 1.750.000 kilómetros cuadrados, con una población no mayor a los 7.000.000 de habitantes, cuya única riqueza es el petróleo con un 3.8 por ciento de la reserva mundial.
El Sanussi, en 1964, es víctima de un golpe de Estado al mando, precisamente, del Cnl. Muammar el Kaddafi, quien proclama la República Islámica Socialista e impone un régimen de fuerza sustentado por el ejército y su policía que convierten, en poco tiempo, en un Estado dictatorial secante. Después de 42 años, ese gobierno dictatorial es enfrentado por el pueblo libio, el cual se levanta contra sus opresores que concentraron el poder político en Trípoli, su capital de 1.300.000 habitantes.
Por resolución de la Organización de Naciones Unidas (ONU), los miembros de la OTAN decidieron destruir el aparato militar de, el Gaddafi, tras la declaración de zona de exclusión aérea. El objetivo de dicha resolución, es evitar un nuevo genocidio como el ocurrido en los Balcanes, donde el General Slovodan Milosevich, en su intención de mantener un régimen socialista, unitario y dictatorial, se enfrentó con el ejército yugoslavo a varias naciones, como ser Bosnia, Herzegovina, Croacia, Montenegro, etc. llevando a la muerte a no menos de 6 millones de habitantes.
El asedio militar aéreo de los aliados, Estados Unidos, Francia e Inglaterra, es ese. Evitar más víctimas de la violencia política desatada en un territorio tan grande, con un bajo nivel de población y que, internamente, se ha planteado como una salida política al estado dictatorial, una convocatoria a elecciones para renovar el gobierno. La esencia de la propuesta aprobada por mayoría y sin votos contrarios a la resolución, no propone irse contra el gobierno de el Gaddafi, ni intervenir en asuntos internos de aquel Estado que, de todas maneras, goza de la más absoluta libertad, de su auto determinación y no intervención extranjera.
El apoyo aislado al dictador Gaddafi, en las actuales circunstancias, no condice con la realidad mundial y, mucho menos, con la coyuntura interna del pueblo libio que pide transitar hacia un proceso democrático, en libertad, plenas garantías para el ejercicio de los derechos humanos, la justicia y el derecho a expresarse y dar a conocer su pensamiento.
Lo contrario, es salirse de la lógica política del momento, con una Libia en la vitrina del mundo y Gaddafi sin retorno.
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