Nadie murió, no hubo heridos, no se reportaron desaparecidos. Parece un milagro pues el megadeslizamiento paceño no significó la pérdida de vidas humanas. Una bendición ayudada por la tecnología que tiene el municipio desde hace una década para monitorear zonas de riesgo. Una modernidad que hubiese sido inútil si no existiese detrás la institucionalidad del GMLP, el trabajo sacrificado de su personal de emergencias y un liderazgo sereno, insospechado, del alcalde Luis Revilla.
La falta de cifras mortales no resta la gravedad del asunto y la importancia de reflexionar sobre sus causas y las responsabilidades compartidas, más allá de la tenacidad de las lluvias de este verano andino.
El propio municipio tiene que revisar sus políticas; los cambios del uso del suelo que permitieron la aparición de edificios que afectan el paisaje y la calidad de un barrio residencial, como el horrible hormigón en La Florida, frente a la Iglesia de Santa Rosa, que ha roto la armonía de los cerros rojos. O la súbita aparición de construcciones en las formaciones geológicas que se decían de origen lacustre, desde Llojeta a Aranjuez, incluyendo la extensión interminable del Cementerio Jardín.
Aparecen casas, almacenes para estocar mercaderías, edificios, de un momento a otro. Un recorrido por detrás de la Costanera revela estas improvisaciones. Alguien coloca letreros de “propiedad privada” en miradores de tierra, o a orillas del río- como ahora frente al barrio Amor de Dios. ¿Quién autoriza que de pronto surja una vivienda, y otra, y otra, en las veras del camino -ya dificultoso y afectado- desde la ciudad a Lipari? Alguien aplana y alguien autoriza, o -cuanto menos- calla.
Mal que ya notaron Jesús (así sea una parábola: No construir sobre la arena sino en la roca) o los cuentos infantiles. Dos de los chanchitos edificaron casas de barro y paja y el lobo malo de un soplido se las tiró. Sólo se salvó el que usó piedra y pienso.
La explicación de la pobreza no es suficiente; mucho dañan loteadores y traficantes, además de sucesivos fracasos de programas de vivienda social. Los irresponsables arrastraron a los que tenían su casa en buena condición. ¡Cuántas veces los periodistas llamaron la atención sobre esas irregularidades!
Por otra parte, la desgracia también permitió aflorar a la solidaridad, la siempre asombrosa capacidad de la sociedad civil para responder a campañas de ayuda. Por esta vez las colas eran para el bien común, para compartir. La Alcaldía ayudó a organizar el mega desconcierto inicial.
No faltaron las malos donando ropa inservible o comida descompuesta. Otra vez los torpes fueron militares coartando la misión de los funcionarios ediles. Un absurdo, una tontera política. Maldad que, como boomerang, mereció muchas críticas.
Ahora queda la esperanza, la oportunidad para mejorar el ordenamiento urbano, el respeto a las normas de uso del suelo. La comuna debe acentuar sus campañas de educación ciudadana, descuidadas desde el 2009 y monitorear toda la ciudad, cada día.
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