Es el alba del 23 de marzo de 1879. El sol comienza su asunción en el cielo, bañando los alfalfares que se encuentran en las afueras de Calama, se escucha los trinares de las aves. Los cascos de los caballos rompieron la tranquilidad, a la lejanía, el polvo oculta al invasor, el ejército chileno, que se acerca a la todavía población boliviana de Calama. Eran 544 usurpadores.
Ellos avanzan con tranquilidad y confianza. La tropa araucana avanza por el camino. Será posible otra ocupación pacífica, sin resistencia. Así como fue la ocupación de Antofagasta.
Oh ¡sorpresa, cuando estaban a tiro, “fueron recibidos con descargas de fusilería de los bolivianos parapetados en la orilla opuesta del Loa. Se encabritaron los caballos, hubo confusión entre jinetes y se volvió un precipitado repliegue”, relató el cronista chileno Félix Navarra. “Los bolivianos envalentonados con esa retirada, con un valor digno de ser reconocido, abandonaron sus parapetos y persiguieron a los cazadores”; añadía dicho periodista.
Esos valientes bolivianos eran Eduardo Abaroa, el mayor Juan Patiño, el oficial Vargas y ocho rifleros que defendían el puente del Topáter, y que rápidamente colocaron las tablas para cruzar el río y correr tras los usurpadores.
En otro lado, camino a Cobija, cerca del puente Carvajal, unos cuarenta soldados chilenos, logran atravesar el río y entablaron un duro combate contra 24 civiles bolivianos que se habían emplazado en el ingenio de minerales de Artola. Los chilenos con muchas bajas, parecía que se iban a replegar. Pero pronto llegaron más refuerzos. Calama fue ocupada por la retaguardia sin mayor dificultad, mientras los combatientes bolivianos continúan batiendo al enemigo. El Dr. Ladislao Cabrera jefe de la resistencia de Calama, hace el recuento rápido de hombres. No hay grandes pérdidas pero sus municiones se agotan rápidamente y con el dolor de su alma, no por falta de valor, si no por falta de recursos para seguir entablando la lucha, ordena la retirada de los valientes combatientes en dirección de Chiu Chiu, Canchas Blancas y Potosí, hacia las entrañas de la Patria amada.
Pero la retirada era para todos menos para un hombre, que dolido en su corazón y en su alma, decidió ofrendar su vida a su amada patria, no es más que el valeroso Eduardo Abaroa, que ayudado por un peón que le acompaña, seguía batallando en solitario contra los chilenos. Si, ese toque de retirada no era para él. Despidió a su peón con encargos para su mujer y sus cinco hijos. Se quedó en la improvisada trinchera, malherido, sucio pero dispuesto si es posible con su propio cuerpo impedir el paso del chileno invasor. Tenía todavía cargado su rifle Winchester y las armas de los caídos, con los cuales no deja de disparar hasta la agonía, logrando en su cometido dar de baja a varios chilenos.
De pronto se escucha una voz del comandante invasor, que le dice “Ríndase”, él se levanta todo polvoriento, de sus heridas sale, esa sangre preciosa que gotea sobre la tierra de su Patria, y responde con una voz firme sin titubeos, “Rendirme yo…, que se rinda su abuela Carajo!” dispara su rifle hiere mortalmente a un araucano, y es ultimado por doce rifleros que lo habían rodeado.
Es ahí donde muere un hombre, nace una leyenda que se convertirá en lo que un boliviano puede sacrificar cuando su terruño se encuentra en peligro, y se escribirá con letras de oro en los anales de nuestra historia.
Con esta conquista Chile obtendrá la mina de cobre más grande del mundo, Chuquicamata, para Bolivia nace el máximo héroe de la Guerra del Pacífico.
Después la historia nos enseñará que Chile no tendrá que ser visto como un pueblo hermano, si no simplemente como pueblo vecino y para decirlo mejor un mal vecino, de un tiempo a esta parte hemos perdido el civismo que nos caracterizaba y en este Gobierno por cierto, con mal tino retiro de las libretas escolares el lema que nos hacia recuerdo de nuestro interés mediático de una salida soberana sobre las costas del Océano Pacifico, en nuestro territorio usurpado.
Y como respuesta al usurpador. Volveremos a las costas del Océano Pacífico, porque para todo boliviano es y será siempre su lema “El mar nos pertenece por derecho, recuperarlo es un deber”.
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