El genocidio nazi, durante la Segunda Guerra Mundial, sigue aterrorizando al mundo entero; millones de hebreos fueron maltratados en los campos de concentración, fusilados, asfixiados en las cámaras de gas, humillados bajo las más vergonzosas formas, pero no sólo fueron ellos, en el “holocausto” nazi, fueron aniquiladas “entre 11 y 12 millones de personas entre judíos, polacos, homosexuales, gitanos, testigos de Jehová, disminuidos físicos y mentales”. Es como para quedarse temblando, porque el holocausto es una colección de crímenes increíbles en la cultura humana actual.
Juan Pablo Magno, explicó lo que significa la “cultura de la muerte”: una persuasión de la actual sociedad de que no tiene importancia alguna, el asesinato bajo la forma del aborto o la eutanasia, como si no fuera el mismo crimen asesinar a un ser indefenso en el seno de su muerte que el procurar una muerte “dulce” a los enfermos incurables y seres que les parecen inútiles.
Pero ¿sentimos el mismo terror ante el anuncio de que más de 42 millones de abortos se realizan anualmente en el mundo? La OMS estima que actualmente “42 millones de abortos se practican en el mundo, 7 millones en países desarrollados, frente a 35 millones en países en vías de desarrollo” y cuyos responsables están convencidos de que se seguirá multiplicando dicha patética cifra por dos o tres, dada la extensión de los abortos clandestinos no controlados por estadísticas oficiales, no obstante haberse implementado hace muchos años en casi todo el mundo, la engañosa “salud sexual y reproductiva”.
Hay organizaciones que defienden y promueven el aborto, y hasta alguna de ellas se llama “católica”, que lo defiende a capa y espada.
A este fenómeno, que lamentablemente se va extendiendo, llamó Juan Pablo II “eclipse de Dios”. Porque todas esas personas, llámense o no católicas, han perdido totalmente el sentido de pecado, ignoran el alcance del Quinto Mandamiento que manda “no matar”. Aborrecen al que matan cuando deberían amarlo. Se mueven por motivos puramente humanos: 1.- Comodidad de los padres. 2.- Tranquilidad de la embarazada que no tiene que dar cuenta a nadie de la ilegitimidad de un presunto nacimiento. 3.- Dificultad económica de la familia. 4.- Libertad de dedicarse a su profesión que lo impediría el niño que llega. Todos estos motivos para ellos, valen más que la vida humana, que es el tesoro más sagrado que Dios creó.
El que defiende un aborto no teme a Dios. No quiere aceptar que Dios está tan cerca que podría castigarle al momento por arrebatarle una vida que es Creación de Dios. No quiere escuchar las temibles amenazas esparcidas a lo largo de la Biblia por crímenes horrendos, cuanto supone el procurar la muerte ajena. Para estas personas Dios es un muñeco, sin sensibilidad, que no sale a la defensa de la criatura que vive ilusionada en el seno de su progenitora porque no le importa que exista en el mundo una vida más, o una vida menos.
Se produce un eclipse cuando se interpone la luna entre el sol y la tierra, y ésta queda en tinieblas en pleno mediodía como si se tratara de una negra noche.
Hay un “eclipse de Dios”, es el eclipse que existe en muchísimas personas defensoras del aborto; es el eclipse que se da en casi todos los Gobiernos que en los últimos años, han admitido la legalidad del aborto en ciertas condiciones, como si esas condiciones quitasen peso al “crimen abominable” como lo señala el Concilio Vaticano II.
Abominable porque se roba una vida que no es suya; se asesina dolorosamente una existencia en el seno que voluntariamente la admitió; se priva a la Iglesia y a la sociedad de un ser con derechos humanos; se pisotea la ley fundamental de Cristo que exige amar aún a los mismos enemigos. Abominable es el término más horroroso que se puede aplicar a una acción.
Recientemente Benedicto XVI, recordó también que “muchos no aceptan la palabra “pecado” porque supone una visión religiosa del mundo y de la persona. De hecho, es verdad que si se elimina a Dios del horizonte del mundo no se puede hablar de pecado. (...) El eclipse de Dios lleva aparejado el eclipse del pecado. Por eso, el sentido de pecado -que es muy diverso del sentimiento de culpabilidad como lo entiende la psicología- se adquiere redescubriendo el sentido de Dios”.
Es que sobre las almas y sobre las leyes, ha caído el eclipse de Dios. Se nos ha ocultado el Astro divino y navegamos en tinieblas palpando peligrosamente cuanto nos rodea.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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