Transcurrió más tiempo, pero la cifra es emblemática: “Cien años de soledad”, “Un siglo de ausencia”, “Cien años no hay pueblo que resista”…
Por explotar tanto tiempo como si fuera suyo, Chile se siente dueño. Y la verdad está en el terreno; la construcción artificial del canal hasta un ciego puede ver. Y no obstante, así como suelen decir que Bolivia nunca tuvo mar; ahora se afirma que el Silala es un río internacional. “Por la razón o la fuerza”, dice el atroz lema chileno. ¡Con Bolivia nunca tuvo razón!
Hay una causa subyacente que no se expresa pero se entiende en ese penoso asunto. Bolivia o cualquier otro país actuaría de distinta forma si estuviera en condiciones de hacerlo. Chile se apoderó arbitraria y abusivamente de una riqueza natural hace más de un siglo. El Estado boliviano no ha sido capaz de hacer valer su derecho propietario.
Ante la incuestionable evidencia de que las aguas corren al otro lado de la frontera por un canal hecho de cal y canto, ¿qué haría un país con igual o superior potencia militar que el usurpador? Tomaría sin duda una decisión práctica: repondría de hecho el curso natural del manantial. Eso es ejercer soberanía. Es lo que haría también un dueño de casa al descubrir que su vecino se había estado apropiando subrepticiamente de algo que no le corresponde.
Pero Bolivia no puede hacer eso. No por temor a las consecuencias ni porque es pacifista, sino simplemente porque no puede; no está en condiciones económicas, institucionales ni militares para tomar esa clase de decisión. De esta patente debilidad arranca una serie de consecuencias funestas para el país. Lo último en ese orden es precisamente el Silala.
A la debilidad e impotencia se sumó la dejadez y el abandono. Quetena en la frontera sigue siendo tierra de nadie.
En 1960, cuando ya era innecesaria la provisión de agua, la empresa adjudicataria – The Bolivian Railway - en lugar de devolver al país dueño el recurso eventualmente concedido, entregó más bien al Estado chileno. Bolivia, la nación propietaria, en lugar de hacer el escándalo del siglo, con su silencio apoyó ese nuevo despojo. A los prefectos potosinos y a los gobiernos nacionales la historia los sentará en la silla del acusado culposo. ¡Bien merecido lo tendrán!
Cuando el canciller Choquehuanca razona que otros cien años pasarán reclamando inútilmente esas aguas, está claro que se reconoce que no hay otra solución que ceder a las presiones del usurpador. Corrobora esta posición el propio Presidente. “El decir “no” es perder”, dijo. ¿Y el decir “si”, es ganar? ¿Qué ganamos? ¿Cuál es la política con el Silala? El preacuerdo de 2009- de consumarse- habría sido una traición a Bolivia. Chile debe empezar a pagar por la totalidad de las aguas sin renunciar a la deuda histórica acumulada.
¡Cien años y no podemos aprender las lecciones de la historia!
Mientras nosotros bailamos y peleamos todo el año, igual que ahora, Chile no deja de combatirnos. El aceptar la inclusión del Silala en la agenda distraccionista, significó reconocer que ese tema es cuestionable. Y no lo es. Deberían estar de eso informados los chilenófilos gobernantes de hoy.
(*) El autor es columnista independiente.
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