Loading...
Invitado


Domingo 20 de marzo de 2011

Portada Principal
Cultural El Duende

La mitología del Queso

20 mar 2011

Fuente: LA PATRIA

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

La mitología griega atribuye a Aristeo, guardián del Olimpo, el haber enseñado a los hombres a comer este manjar de dioses. Aristeo era hijo del dios Apolo y de la ninfa Cirene. Los griegos lo veneraban como patrono de cazadores pastores y rebaños y como iniciador de la apicultura y el cultivo del olivo, de modo que era todo un artista de las buenas costumbres en la mesa. Se dice que intentó seducir a Eurídice, la mujer de Orfeo, poeta y músico, y al huir del acoso ella recibió una fatal picadura de serpiente. Las ninfas lo castigaron dando muerte a todas sus abejas; pero él las apaciguó con un sacrificio de ganado, de cuyas osamentas surgieron nuevos enjambres de abejas. Los saberes de Aristeo se extendieron a las artes de la curación y la profecía. Dejó un gran recuerdo de dios benefactor personificado por un joven pastor que lleva un cordero a los hombros.

Pues bien, como dice Adal Ramones: ¡No es cierto! No es cierto porque los caldeos que habitaron la legendaria ciudad de Ur, patria de Lot, conocían muy bien el queso mucho antes que los griegos soñaran siquiera existir bajo el cielo del Mediterráneo. En realidad Sumeria fue la cuna de todas las culturas del Viejo mundo, y en la arqueología sumeria podemos encontrar un bajorrelieve que data de 5 mil años, que contiene una lección sobre la técnica de la lechería y la elaboración del queso. Esto es bien comprensible, pues los sumerios y los pueblos nómadas que lo rodeaban, se alimentaban fundamentalmente de leche de cabra y de oveja, y seguramente encontraron muy temprano la técnica adecuada para darle mayor duración a ese suero alimenticio. Quizá les bastó sumergir las manos sucias en la leche para cortarla, y así descubrieron el cuajo y otras formas de preparar yogur, cuajada y queso.

Volviendo a Grecia, Homero le atribuye a Polifemo, el coloso que tenía un solo ojo en la frente y estorbaba el viaje de Ulises de retorno a Ítaca, la habilidad de preparar sustanciosas cuajadas que añejaba en su cueva en cestos de juncos. ¿Qué podía ser eso sino una fábrica de queso? No lo inventaron los cíclopes, pero al parecer lo usaban como alimento preferido, combinándolo como hasta hoy con buen vino. Por eso Ulises se valió de esta estratagema para emborrachar al cíclope con grandes barricas del caldo de uva y clavarle luego una estaca en el ojo solitario para librarse de su acoso.

En Roma ya se había codificado con más ciencia que paciencia las virtudes del queso y las astucias para prepararlo y añejarlo. Los romanos usaban el cuajo que producían los propios rumiantes, y lo mezclaban con leche fresca. Virgilio y Plinio –poeta el primero, sabio el segundo– descubrieron no sólo su valor alimenticio, sino la virtud que tiene el queso de corregir el ph ácido del paladar por un ph alcalino propicio para degustar buenos vinos. Desde entonces es sueño de toda mujer u hombre de buen gusto pasar noches apacibles consumiendo únicamente queso y vino. ¡Pero hay que tener cuidado en la selección!

Cuando era gurí el gurú Abel González aprendió que el buen queso camembert exige un robusto borgoña. Pues, otra vez, ¡no es cierto! El camembert es queso de la Normandía, donde no se encuentran buenos vinos; los normandos prefieren beber sidra seca, la bebida exacta para apreciar mejor un camembert (siempre que se lo deje reposar al tiempo 24 horas de un lado y otras 24 del otro, según consejo del gurú González). Otros creen que el roquefort combina con un camembert, y ¡no es cierto! El roquefort desnuda su mejor sabor con un blanco sauternes a 16 grados de temperatura o con un oporto ligero. Así lo saborean en la Provenza, su tierra de origen, y sólo así pierde su mal carácter y se vuelve tierno y cariñoso.

Ramón Rocha Monroy. Cochabamba, 1950.

Premio Nacional de Novela Erich Guttentag.

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: