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Domingo 13 de marzo de 2011

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Revista Dominical

El Carnaval orureño en su desarrollo fisonomiza al país y llega a patrimonio de la humanidad

13 mar 2011

Fuente: LA PATRIA

Ensambla lo nativista y popular con la leyenda y la religiosidad • La "Entrada" sabatina es su eje y de ésta la Danza de la Diablada • Su evolución da tema a las letras, las artes clásicas y visuales • A Oruro le da la capitalía del folklore y es Patrimonio mundial • Por: Ángel Torres

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El Carnaval, fiesta popular que precede en tres días al Miércoles de ceniza, durante los cuales la gente se disfraza, participa en bailes, mascaradas y comparsas en los que priman el regocijo y el bullicio. Tiene raíces precristianas y se lo celebra en el mundo occidental con expresiones regionalmente propias, pero con el común denominador de la alegría desbordada, o del desdoblamiento de la psiquis, de lo habitualmente grave al desenfreno de las pasiones.

Llega a América con el bagaje de los conquistadores y colonizadores; antes que ellos, como en el caso nuestro y el de toda la región andina, las culturas nativas tenían sus propias fechas para el regocijo público, señaladas por el culto a sus dioses, por los solsticios que marcaban el paso del tiempo y determinaban los períodos de siembras y cosechas; sólo que para los peninsulares eran expresiones idolátricas que debían extirpadas y sentar en su lugar la fe cristiana.

En el doble empeño, los abnegados frailes misioneros y grey hispana, logran a medias su cometido: Arraigan el credo católico con su parafernalia de Paraíso-infierno, milagros, pecadores y santos, diablos, demonios y demás malignos, y fracasan en el exterminio de las idolatrías; los nativos discretamente prosiguen con su veneración a Inti, Pachamama, Achachilas, etcétera, asumiendo así la práctica de dos cultos, el de los dominadores y el suyo propio (siglos más tarde, a esa dualidad se llamará "Encuentro de dos mundos").

PRIMERAS

EXPRESIONES

Débese a los peninsulares la celebración de los primeros carnavales en América, limitados sólo a ellos en la forma de bailes caseros y callejeros (comparsas de casa en casa), regocijos y desmadres durante tres días, para luego ingresar contritos a la Cuaresma.

En las minas y en los campos, cuando el año era rendidor en resultados, a mineros y colonos se permitía ciertas liberalidades.

Se ignora, empero, cuándo se iniciaron en Oruro los desfiles procesionales de nativos y mestizos disfrazados, pero necesariamente tuvo que ser como una expresión del proceso de asimilación de usos y costumbres traídos por los ibéricos; además, tener dioses nuevos y propios que velen por uno, ha debido ser y resulta muy atractivo.

LA VIRGEN DE

LA CANDELARIA

Una fecha referencial resulta la aparición de una imagen de la Virgen de la Candelaria en una oquedad del argentado cerro Pie de Gallo y la rauda propagación de su culto en el ya tardío año de 1789, vale decir, a ocho años de la rebelión febrerina de 1781, cual se hubiera ordenado refortalecer el dominio hispano mediante los recursos de su religión, enriqueciendo las leyendas de las Hormigas, el Sapo y Víbora con las del Chiru Chiru o Anselmo Belarmino, fidelísimo y discreto devoto de la mencionada Virgen.

El Chiru Chiru tenía refugio en la oquedad aludida del cerro Pie de Gallo, presidida por una imagen de la Candelaria, pintada a colores en adobe. El hacía una vida doble; durante el día pasaba por comedido y generoso, vecino, en las noches salía de pillerías y lo sustraído lo repartía después entre la gente necesitada de la villa. Como cualquier mortal, se enamora de la hija de un comerciante, quien no sólo reprueba el idilio, sino que en un entrevero hiere de muerte al Chiru, quien iba a morir desangrado en la calle, momento en que una bienhechora dama se le presenta, le conduce al hospital y le asiste a bien morir, era la Virgen de la Candelaria, apiadada de su fiel devoto.

PATRONA DE

LOS MINEROS

Un barrio que poco se menta en Oruro y es conocido por todos, es el Barrio Minero de la época, sito en la falda izquierda del cerro Pie de Gallo, cuyos moradores, conocedores de la maravillosa asistencia de la Virgen al Chiru Chiru, acuerdan: 1.- Renominar a la mina de argento que trabajaban con el nombre de Socavón de la Virgen, 2.- Declararla Patrona de los Mineros, 3.- Bailar anualmente en su honor disfrazados de diablos, precisamente el Sábado de Carnaval y, 4.- Hacer conocer el múltiple acuerdo a los mineros de las demás minas.

No hemos encontrado una explicación racional a eso de bailar de diablos disfrazados. Quizá se deba a un afán de no perder los favores del Tío de la Mina, señor de las profundidades y riquezas minerales de su seno

El tal Tío, que tiene parientes en minas de países lejanos, es representado por los mineros en la forma de una estatuilla de barro adornada de serpentinas y mixtura, con los labios entreabiertos para honrarle con uno o dos cigarrillos encendidos, su porción de coca y algo de la tradicional "mesa" u ofrendas en masitas, pisco o vino barato, todos los días laborables del año, exceptuando el Sábado de Carnaval, en que todo es grande.

De donde resulta que nuestros mineros tienen dos protectores: el "tío" en las profundidades de los socavones y a la Virgen de la Candelaria en la superficie.

EL PARTO DE

LA DIABLADA

Sea como fuere, al año de los acuerdos, según menta la tradición oral, los mineros del Socavón de la Virgen y de otras minas como la de Itos, tratan de cumplir con su primera pleitesía de bailar de diablos disfrazados en honor de su flamante Patrona.

Los trajes son a cual modestos y no uniformes, sin los pectorales ni faldines; las caretas son de estuco y no tienen osos ni águilas, ni "chinas" ni diablillos, sólo son mineros disfrazados de diablos cual ellos concebían en su tiempo, sin cola ni astas, a fin de no "parecerse" demasiado a los malignos. Bailan cual desaforados, sin orden ni concierto, nada más que en la zona semi rocosa del Socavón, dando brincos como posesos y expresando guturalmente el característico "arr…", acompañados de una modesta charanga de instrumentos de viento; no de percusión (las afamadas bandas de música).

Se trata de un sorpresivo y numeroso conjunto de danzarines, unos cien, que no tienen libreto o "relato" de la lucha del bien y el mal o de la contienda de los ángeles Miguel y Lucifer; tampoco tienen novenario a la Virgen ni el ritual de las "vísperas" y demás ritos concomitantes, todo lo cual se dará con el paso del tiempo y el celo de algunos sacerdotes diocesanos, en un proceso de constante mejoramiento, salvo lapsos insalvables.

Obviamente, no es ni de lejos una anticipación de la celebrada "Entrada o desfile procesional de conjuntos vernaculares que le da tipicidad al Carnaval orureño, se trata sólo de diablos de caricatura y del alumbramiento de La Diablada como danza, de su irrupción en el calendario festivo y en la vida cultural del laborioso pueblo orureño.

LOS DEMÁS GRUPOS

Esta singular expresión de homenaje a la Virgen se prolonga, espaciadamente, durante unos ocho años. Se trata, pues, de los finales del siglo XVIII y del ingreso al siglo XIX que, con sus conatos libertarios seguido de la guerra por la independencia, se marca un prolongado bajón para la diablada danzarina, pero al reanudarse el ritual, ya en avanzada República, no están solos, han aparecido conjuntos de danzantes de número esmirriado con origen en comarcas vecinas. La de Los Incas, en razón a la reminiscencia histórica a que alude: El encuentro de Atahuallpa con Pizarro y sus camaradas de aventuras de conquista y de sojuzgamiento, sólo pudo ser posible en República y no durante los finales del coloniaje.

Llameros, Kullawas, Morenos hasta siete grupos, son representativos de las poblaciones nativas en función de sus ocupaciones habituales durante el año.

Con estos conjuntos de bailarines ya está perfilada la “Entrada". La autoridad se encargará de darle algún orden. La zona del Socavón, todavía cubierta de roquedales, inducirá a que los bailes sean extendidos hacia el Barrio de la Ranchería. Las roquedas con el tiempo serán explanadas y devendrá en el gran escenario para esta clase de esparcimiento profano-religioso, delante de la ermita que pasó a capilla y de ésta a austero templo con ínfulas de basílica.

AÑOS DE PENURIA

El ingreso de Oruro a la República, como Potosí y demás distritos mineros, es de extrema penuria. Su industria minera está en ruinas, paralizada debido al anegamiento de los socavones, deslizamientos y taponamientos interiores, aunque no se deja de trabajar algo; mineros desocupados escarban las serranías y el producto encontrado es para beneficio propio. Lo peor es que no hay estudios ni capitales para el relanzamiento de la minería. En esas condiciones no hay "diablos mineros". Las celebraciones carnavalescas se limitan a la reunión de autoridades y de pocas familias.

En 1850 se dan los primeros pasos hacia la recuperación de la minería. Un experto extranjero recomienda, a partir de una limpieza general, la importación de maquinaria de minas, pero los adjudicatarios no cuentan con capitales suficientes, de modo que la rehabilitación demora; además, la minería de la plata está pronto a concluir su ciclo expansivo y comenzar la del estaño.

La llegada a Oruro del Ferrocarril de Antofagasta deviene providencial, reactiva las dormidas energías, determina el repoblamiento y una asombrosa era de progreso, en una forma de renacimiento o de refundación de la todavía pequeña ciudad.

DEL BRILLO A

LO GRANDIOSO

El ingreso al siglo XX es más que auspicioso para la cultura popular y las expresiones folklóricas carnavalescas. A los diablos, incas y demás conjuntos de disfrazados que no pasan de siete.

Ya en el desarrollo de la minería del estaño, nuevos trabajadores actualizan el cuádruple acuerdo de 1789: de honrar a la Virgen de la Candelaria como su Patrona y de bailar de diablos en su honor. Lo hacen llamativamente unos 200 que al paso de pocos años comprenderá a 800 (documentado), ésta vez acompañados de cortas bandas de percusión, en tanto que los demás grupos todavía a los sones de charangas de viento, pero sin permiso de ingreso al centro citadino tan próximo. Se funda una Diablada émula no ya con mineros, sino con matarifes y otra gente de extracción popular.

En 1908, el presbítero Emeterio Villarroel hace posible que en la ciudad belga de Malinas, debidamente autorizado, se publique la "Novena de la Virgen del Socavón", cuyo rezo en Oruro acentúa esa devoción mariana que, de alguna manera, extiende carta de ciudadanía al cortejo de conjuntos de danzantes y consolida a la Entrada sabatina del Carnaval como hecho central de la fiesta, sin mengua del jolgorio de los días restantes en que prima el espíritu del dios pagano Momo con su propia "entrada", el domingo. Así, el o los Carnavales de Oruro van cada vez de menos a más, del brillo folklórico limitado a la grandiosidad como muestra de cultura popular que ya despierta el interés de algunos intelectuales.

COSMOPOLITIZACIÓN

Y SALTO ARTESANAL

Dos factores paralelos al despegue de la minería estannífera y el brillo gradual de la Entrada candelariana y de todo el Carnaval orureño, son: 1.- La cosmopolitización de la población, a partir de la contratación de ingenieros, técnicos medios y administradores de minas extranjeros por las empresas La Salvadora (Patiño), Llallagua y menores y, 2.- La aparición de pequeñas industrias artesanales unifamiliares de bordadores, careteros y mascareros, zapatería especializada en botas "diablescas" y demás efectos de los trajes de los danzarines.

De consiguiente, se asientan en Oruro gentes venidas de Chile y el Perú, de América del Norte (Canadá-EE.UU.), de Europa (ingleses, escoceses, alemanes, italianos, eslavos y checos), sin faltar del Asia (árabes, turcos, japoneses y judíos), quienes son los primeros admiradores extranjeros de la Entrada y casan con señoritas citadinas y cuentan con sus propios colegios para la educación de sus hijos (Alemán, Anglo Americano y Reekie).

En el caso de las artesanías, ésta tiene sello de perennidad estallido folklórico que reclama de finos acabados en los uniformes de los danzantes diablescos y cada vez de mayor belleza terrífica en las caretas de los diablos y de dulzura en la de los ángeles. En los conjuntos nativos no se hacen cuestión de tales reclamos.

CUANDO LO POPULAR

ABSORBE A LOS "PIJES"

En el sostenido mejoramiento de la Entrada sabatina, el espacio comprendido entre 1915 a 1950, resulta fundamental para su grandiosidad camino de su depuración, si cabe, merced al soporte intelectivo y la paulatina inserción de individuos de las clases medias en el fenómenos folklórico.

En 1924, el tradicional Vicariato de Oruro es elevado a Obispado y la Iglesia Matriz a Catedral.

Las "entradas" sabatinas de los años veinte, con su diablada de 800 danzantes mueve al poeta José Víctor Zaconeta a publicar en 1925, en el segundo tomo de su obra completa, un ensayo descriptivo sobre su probable origen, el entronque de la religiosidad con la superstición, reflejando con ello el sentir de las clases sociales "bien" con respecto a lo vernacular y popular.

La Diablada, para entonces, ya tiene libreto o Relato con visos de guión de una obrilla de teatro litúrgico o, si se prefiere, de Auto sacramental; ha definido a su corte infernal, ha incorporado a la "china supay" y a sus inefables osos que hacen las delicias de los visitantes extranjeros (les hacían bailar).

En 1931, el periodista y escritor Rafael Ulises Peláez, en su novela "Ronquera de viento", consigna un trabajo en torno a la singularidad del Carnaval orureño con su deslumbrante "Entrada” mariana que, con su depurado estilo de escritura, tiene el mérito de elevar el hecho folklórico a las alturas de la literatura.

Los diarios de época sólo publicaban cortos comentarios a la manera de las críticas en el exterior a las obras teatrales o corridas de toros.

LA INCLUSIÓN DE

LAS CLASES MEDIAS

La Guerra del Chaco marca un alto en las manifestaciones devocionales y de regocijo públicos; al concluir ésta se reanudan las Entradas con debilitada fuerza.

Los años cuarenta, recobrados los bríos, el tal desfile va cada vez a mejor. La Diablada populariza sus figuras de danza; los Incas su libreto o guión "histórico".

Lo llamativo, empero, es el individualizado proceso de la inserción de gente de las clases medias a las prácticas devocionales bailando de diablos. De los primeros, un hijo del gerente regional de la Patiño Mines, quien, al descubrirse de su terrífica careta causa la reprobación de su círculo social; lo que no obsta para que jóvenes empleados de casas comerciales y bancos, profesores y estudiantes le sigan el ejemplo.

Los intelectuales no quedan en zaga. En 1946, el periodista y abogado Josermo Murillo Vacareza publica en Buenos Aires su libro de cuentos "Aguafuertes del Altiplano" con uno referido al Carnaval de Oruro; posteriormente escribirá artículos y ensayos de prensa de corte sociológico en torno al mismo tema.

Hasta entonces, nativos, artesanos y "medio-pelos" eran los grandes protagonistas de las Entradas como danzantes; en tanto que la gente de las clases media y alta los espectadores, por lo mismo, vehementes críticos de los excesos en el comer y beber de los bailarines.

UNA "ENTRADA"

DE LOS AÑOS 40

Partía del Parque de la Unión Nacional a las 15 horas y concluía en la plaza del Socavón a las 17; la encabezaba el Intendente municipal montado en enjaezado caballo, calzando botas y vistiendo pantalón colán, chamarra café o negra, poncho de lana de alpaca o de vicuña y sombrero campero, en una mano un rebenque. Le seguían los principales "pasantes" o prestes portando imágenes de la Virgen y estandartes, a continuación el cortejo de danzantes, cada uno seguido de los infaltables "cargamentos" de rica platería: La Diablada, Los Morenos, Tobas, Incas, Llameros, Kullawas, Mineros (en trajes de labor) y Sicuris.

Ya en la plaza del Socavón (del Folklore), cada agrupación ingresaba al templo de la Virgen, acompañado de su respectiva banda de música, contritos y semi inclinados, tras de decir a coro su pleitesía, emprendían la salida sin dar la espalda a la Imagen. De regreso a la plaza, sucesivamente cada conjunto hacía su demostración coreográfica para el público y bajaban en el mismo orden hacia el edificio de la Prefectura para saludar a la autoridad y bailar en el patio, todo, entre abigarradas multitudes que cubrían las serranías y arterias del recorrido.

En 1944 se funda la "Fraternidad Artística y Cultural Diablada Oruro", a la que seguirá con el tiempo la de otras y de otros grupos folklóricos.

DE LO GRANDIOSO

A LO ESPLENDOROSO

A partir de la segunda mitad del siglo XX, la celebración del Carnaval en Oruro, siempre con la Entrada candelariana como nudo, adquiere tal singularidad y fastuosidad que se proyecta de lo local a lo nacional y de ésta a mundial, año tras año, en una forma de tránsito de lo grandioso a lo esplendoroso para contento de los de casa y asombro de los de fuera.

En 1953, La Diablada viaja a Buenos Aires para una demostración coreográfica de resonancia, allanando el camino para futuros viajes a otros países.

Es constante la depuración ornamental, coreográfica y musical de las Diabladas. Aparecen Los Caporales, Awatiñas y demás, no sin repetirse en algunos grupos en una especie de desdoblamientos, aumentando el número de conjuntos y de danzantes de cada uno, hasta bordear el medio centenar.

Entre los visitantes del exterior se cuentan documentalistas de cine, fotógrafos de profesión y aficionados, a quienes no se cobra nada.

En 1950, la Orden de religiosos Siervos de María asume la custodia del todavía pequeño Templo de la Virgen, dejando para el olvido el servicio sólo dominical de un cura diocesano de la Catedral.

Para 1956, el soporte intelectivo se torna más efectivo. Augusto Beltrán Heredia publica en la Imprenta Universitaria un ensayo etnográfico intitulado "Carnaval de Oruro", de 106 páginas; en 1962 editará "Proceso ideológico e Historia del Carnaval de Oruro.

"CAPITAL

FOLKLÓRICA

DE BOLIVIA"

Avanzada la década de los años sesenta, a iniciativa del Comité Departamental de Etnografía y Folklore" e incondicional adhesión de entidades públicas, cívicas, culturales y deportivas, el 6 de marzo de 1965 se declara a la ciudad "Capital Folklórica de Bolivia"; siendo que se quiso decir "del Folklore" y no "Folklórica", pero nadie advirtió el exabrupto.

En agosto de ese año, cual reparación del error nominativo, pero rebajando su alcance, los copresidentes Barrientos y Ovando, declaran a Oruro, nada más que "Sede Oficial del Carnaval Folklórico de Bolivia".

En años subsiguientes, respectivamente bajo los gobiernos de facto de Ovando y de Banzer, mediante Decretos se ratifica la capitalidad orureña del folklore y se dicta su reglamentación. Durante la presidencia constitucional de Siles Zuazo se lo eleva a rango de ley, que importa la institucionalización de tal capitalía.

LOS INTELECTUALES

Si la Capitalidad del folklore aúpa el orgullo y alborozo de los conjuntos vernáculos de la ya archifamosa Entrada del Sábado de Carnaval y de la orureñidad toda, la respuesta de nuestros poetas, escritores y artistas plástico es condigna. Se publican guías turísticas, poemarios y antologías; la prensa nacional edita Suplementos y páginas a colores de las Entradas sabatinas, sin faltar el diario "LA PATRIA".

Héctor Borda Leaño publica en 1966 "El Sapo y la Serpiente", Alberto Guerra Gutiérrez, en 1970, una "Antología del Carnaval Orureño" en tres tomos; otros autores como Elías Delgado Morales aportan con lo suyo en libros, revistas y guías turísticas. De entre las revistas, si bien con data algo anterior, Rafael Ulises Peláez, en comandita con Rodolfo Salamanca Lafuente, Juan Rodríguez Baldivieso (Rod-Bal), publica una en la que se recoge y depura el texto del tradicional "Relato" de la Diablada; mucho después el libreto será llevado al teatro.

PATRIMONIO DE

LA HUMANIDAD

Al aproximarnos al final del siglo XX, hay tiempo para dos hechos relevantes: 1.- La remodelación y ampliación del Templo del Socavón de la Virgen, a cargo de sus custodios desde 1950, los religiosos de la Orden Seglar Siervos de María, monumental obra con su complemento en lo social y cultural, y 2.- El emprendimiento de estudios y trámite para la declaratoria por la Unesco del Carnaval de Oruro como Patrimonio de la Humanidad.

Cupo a la Asociación de Conjuntos Folklóricos de Oruro y al periodista Elías Delgado Morales tal iniciativa, en 1991, involucrando a personalidades e instituciones. Se hizo acopio de documentación histórica y gráfica respaldatoria de la petición, pero insuficiente; había necesidad de estudios científicos que abarcasen varias disciplinas, tarea que la cumplió con solvencia el erudito y prolífico escritor Ramiro Condarco Morales (1927-2009). Fue invalorable el concurso del Embajador de la Unesco en Bolivia, Sr. Yves de La Goublaye de Ménorval, en la sede parisina de la entidad.

La declaratoria del Carnaval de Oruro como "Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad" se concretó en mayo de 2001, cuya resolución fue entregada en Oruro a las autoridades y Asociación gestora por el Embajador De la Goublaye de Ménorval, ante una alborozada concentración ciudadana, seguida de una romería de gratitud y ofrenda hacia el Templo de la Virgen del Socavón, o de La Candelaria.

Con tan enorme estímulo, el Carnaval orureño mantiene su primacía en el género y va para más.

Fuente: LA PATRIA
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