El 18 de febrero de 1983, aparecía en “Semana” de “Última Hora”; una memorable entrevista, Carlos Mesa Gisbert a Mariano Baptista Gumucio, quien se despedía del Vespertino que había dirigido desde 1971, por alrededor de once años.
“Nunca entendí, el periódico como un mero transmisor de noticias o de entretenimientos. En sí, es la parte rutinaria del periodismo, indispensable pero de ninguna manera la más importante. El nuestro es un país con pocas instituciones, y de las pocas que existen, algunas tan deformadas y mancilladas por sus miembros que es como si no contaran. Por eso la prensa debe y puede jugar un papel fundamental en la orientación, la denuncia, el análisis, la reflexión -decía con tino don Mariano-”.
Así trabajó en la prensa, sin limitarse a lo meramente transmitivo de los hechos, en un espacio que es -y debe ser- intrínseco al periodismo: La cultura, contribuir a la formación espiritual de la Nación, que es la estructura del desarrollo.
No habló en vano, Baptista, publicó, por ejemplo en el pretérito Vespertino una entrevista a la esposa de Franz Tamayo, sobre el hombre íntimo, otra a Joaquín Espada Antezana, sobre el hombre público, labor a la que dedicó dilatadas páginas del periódico, como a la obra del solitario de la calle Loayza.
Hoy, esas cruzadas, acaso serían rechazadas de inmediato por la prensa saturada de trivialidades, publicidad, cuando no autocensura inútil.
Antes, también pueden notarse momentos importantes en el avatar periodístico boliviano, impreso, por ejemplo los editoriales de Tamayo, que luego se unieron formando “Creación de la pedagogía nacional”, los excelentes ensayos a pedido del director de “El Diario”, de Alcides Arguedas.
Ahora, lamentablemente, la televisión fácil satura al público, indecente a veces, que no comprende la importancia de leer.
El periódico, con beneficio de Historia, constituye pilar de la civilización, de la institucionalidad patria. Desplazarlo por medios, que si bien pueden ser harto favorables a la información y ciudadanía, significaría una ancha necedad nacional. Pero el periódico, como lo comprendía Arguedas, Tamayo, o Baptista Gumucio, el histórico, el libre de prejuicios ignaros, como lo comprendía también Albert Camus, a quien Mariano admiraba. Ausente, incluso de aburridas reticencias “profesionales”, pues hay que decir que ninguno de los personajes citados era “licenciado en comunicación”, sin desmerecer en absoluto a esa profesión, aquéllos y otros hombres de espíritu privilegiado y grande voluntad, aportaron para darle forma a lo que hasta hoy se llama periodismo.
La modernización ha llegado, es perogrullo, no toda modernidad refiere, empero, mejoramiento, siquiera claridad. Verbigracia, la actualidad “política” del país, me recuerda un reportaje de don Mariano, para “Semana” titulado “Clemente Paucara Flores, Un boliviano excepcional”; donde, casi asqueado por la virulencia del país hacia 1982, se había refugiado en un bosque de La Paz, en Obrajes y conocido a un picapedrero aymara, peculiar ciertamente, a quien dedicó varias líneas, terminaba así: “Conversando con él o viéndolo trabajar con entusiasmo e indesmayable, mientras la bola de coca le endulza la boca y le adormece los sentidos, uno se pone a pensar en tantos mitos y prejuicios como el del pueblo enfermo; o sobre el sentido de la felicidad o la desgracia en esta tierra de Dios. Quizá todo lo que nos abruma, la pasión política, la idea del progreso, la velocidad o la propia educación tengan poco sentido o aumenten nuestras neurosis. Clemente no se ocupa de esas cosas tan aburridas. Mañana seguirá excavando la tierra y quizá encuentre la piedra más grande de todas, a la que convertirá en pequeños y bien cortados bloques. Y eso bastará para llenarlo de orgullo y satisfacción”.
No quiero olvidarme en estos momentos de Carlos Medinaceli, el escritor boliviano y que incurrió, aunque ignorado por la sociedad, en el periodismo del Siglo XX boliviano, ¡qué profundidad en sus escritos, en su columna!
Por hoy, baste con vindicar el carácter histórico del periodismo escrito, y su definitiva importancia para las gentes y la Nación, que por cierto, hay que formarla si no se quieren repetir las vergüenzas de 1879 o 1904.
Las tonterías que se han impuesto por la indigencia espiritual e intelectual de la sociedad, llámese “profesionalismo”, empleomanía, idiotez, censura acre, han coartado la esencia de esta actividad espléndida que fascinó aunque haya hecho sufrir a don Mariano, o Albert Camus. La decadencia nacional contemporánea y la crisis estupenda en las instituciones, lo han mostrado.
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