El órgano, abuelo del piano

Podemos cantar sólo una nota por vez, pero podemos tocar varias con nuestros diez dedos. La mano es más capaz que la garganta. En todas las culturas y civilizaciones se aprovechó esa aptitud para usar instrumentos de cuerdas que podían ser golpeados de a una o varias a la vez aprovechando las dos manos. Éste es el principio que hace posible el teclado, que lleva al máximo el aprovechamiento de la mano. En la antigua Grecia se usó el psalterion (salterio), una caja de madera con hileras de cuerdas que se golpeaban con los dedos o con uñas artificiales. En Europa dará origen a la espineta, luego al clave, al clavicordio y al piano. Pero los constructores de órganos lograron algo más. Colocaron dos, luego tres, hasta cuatro y cinco teclados. Cada piso logra un timbre distinto, lo que es el fundamento de la riqueza sonora del órgano, la multiplicidad de teclados permite que cada mano toque una melodía distinta, y que ambas manos se crucen (una por arriba de la otra), recurso que luego imitaron los constructores de claves con dos teclados superpuestos. Así también sucede con el clavicordio y el piano. Poco a poco, los constructores de pianos fueron ampliando el teclado, desde que contaba con 50 teclas hasta la actualidad, que abarca 81 como norma general. Gracias a la presencia de los pisos de teclas, el órgano puede contar con varios centenares de sonidos distintos, hasta lograr la máxima posibilidad de sonidos simultáneos que, en definitiva, es lo que le permite alcanzar la llamada polifonía. La voz humana, la flauta, la trompeta y todos los de soplo, son instrumentos monofónicos; los de cuerda pueden ocasionalmente tocar más de una nota por vez, en tanto que los de teclado son todos polifónicos. La otra ventaja fundamental que presenta el órgano es que puede prolongar el sonido indefinidamente. Si se oprime una tecla durante todo el día, sonará todo el día, mientras se mantenga el paso de aire por los tubos.

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