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Domingo 06 de marzo de 2011

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Cultural El Duende

Desde mi rincón:

Comentar libros

06 mar 2011

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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Además de presentar libros, con el tiempo uno se da cuenta que también los ha ido comentando, ya sea en suplementos culturales periodísticos o en revistas más o menos especializadas. No es lo mismo ‘presentar’ que ‘comentar’, aunque en la presentación también se aspira a dar noticia de la obra (pero, por lo general, sin atreverse a señalar aspectos o puntos menos recomendables). Claras son algunas de sus diferencias: mientras que en la presentación uno se dirige de palabra a un público que sólo oye, en el comentario uno escribe para un público lector. Diferencias que quien presenta / comenta no debe olvidar. Quien comenta libros, no sólo debe tener presentes aquellas diferencias obvias; también debe preguntarse por los criterios que suelen orientar sus comentarios.

Al respecto deberíamos comenzar con un deslinde fundamental: al primer grupo pertenece el que llamaremos comentario técnico. Suele ir destinado a algún tipo de revista ‘científica’ (que en el país, además de ser raras, suelen tener una existencia más o menos agónica). De hecho, en este primer grupo todavía hay que introducir más subdivisiones, de acuerdo a la mayor cercanía o lejanía de su temática respecto de las realidades cercanas locales. Cuanto más familiar resulte el tema para los presuntos lectores, más puede uno entrar en detalles y más puede / debe bajar a la discusión de los puntos tratados en la obra comentada. Cuanto más alejada sea la temática del lector boliviano, habrá que poner mayor énfasis en dotar a este lector de los puntos de referencia básicos; y habrá que limitarse a señalar sólo aspectos generales de la obra y del enfoque que el autor le da.

El anterior deslinde de tipos de libros también se refleja en otra distancia fundamental: la que va del informar al juzgar. Lo primero me parece ineludible: hay que transmitir al lector del comentario un paquete informativo que le permita hacerse una idea de lo que el autor se ha propuesto en su libro, entre otras cosas para no esperar de él ni pedirle lo que ese autor no se ha propuesto. En cualquier caso, esta función informativa debe aspirar a ser lo más objetiva posible, dejando de lado los gustos o las militancias personales. Curiosamente, existen miles de comentarios en los que apenas si resulta visible esta primera tarea informativa.

Ahora bien, de acuerdo al conocimiento y familiaridad que tenga del tema, me atreveré a adentrarme más o menos en la segunda función posible del comentario: la del juicio o valoración de los resultados. En esta línea, a veces me contentaré con señalar algunos aspectos más o menos marginales / formales que me parecen erróneos, deficientes o simplemente ausentes (criticar, por ejemplo, que la edición haya prescindido de los índices onomástico y toponímico finales: es, en efecto, una de mis personales manías; pero no la tengo por ‘manía’, pues creo enteramente justificada mi expectativa lectora). Siempre que la realidad lo exija, deberá denunciarse también el descuido en la corrección ortográfica del texto. En otras ocasiones, en cambio, habrá que señalar la ignorancia del autor sobre aspectos (y la bibliografía relacionada con ellos) ligados de cerca o de lejos con realidades bolivianas, o andinas, o sudamericanas.

Toda esta serie de observaciones posibles han de formularse sin desorientar al lector a la hora de calibrar su importancia relativa y, por tanto, su posible o probable coexistencia con valores más o menos importantes, generalmente de otra naturaleza. Al respecto, he de confesar que, a veces, no resulta fácil encontrar la forma de decir que se trata de una publicación sin aportes propios; o peor todavía, que rebosa de vacía petulancia, desorientada y frustrada por alguna borrachera de moda, etc.; no resulta fácil, pero hay que acabar encontrando la vía media entre el silencio, las fórmulas desorbitadamente duras y los eufemismos (con frecuencia, fruto de la cobardía).

Otra cosa es, naturalmente, el segundo tipo de comentario, que llamaremos periodístico. Por serlo ya queda entendido que va destinado a un público amplio y poco o nada familiarizado con el tema y con su literatura. Fundamentalmente se trata, por tanto, de ofrecer una lectura que despliegue ante el ‘lector dominguero’ de nivel de exigencia tirando a bajo, un tema ‘x’; no se puede, pues, presuponer muchos conocimientos; mucho menos dominio del ‘estado de la cuestión’, con la bibliografía que lo sustenta. En este caso habrá que practicar una estrategia del ‘acercamiento en círculos concéntricos’, desde las generalidades y sus respectivas contextualizaciones hasta la determinación del núcleo propio y específico de la publicación en cuestión. En este tipo de comentario tampoco habrá que dedicar tanto espacio a señalar posibles fallas técnicas; en cambio, no puede callarse sobre los errores básicos de enfoque o de tratamiento del tema; y mucho más cuando estamos ante una muestra de manipulación malintencionada o de unilateralidad consciente, pues un comentarista que quiera ser honesto no puede dejar de prevenir a los incautos, inexpertos o ignorantes.

Acabaré esta divagación con consideraciones. La primera plantea si con ciertos comentarios declaradamente ‘críticos’ uno se está ‘quemando’ ante las editoriales que le han regalado el libro. No puedo excluir por completo tal hipótesis, pues de todo hay en la viña del Señor; sin embargo, es mejor no contraer compromisos con editores o autores que ataran mi comentario ‘benigno’, orientado a una especie de publicidad. Cuando se trata de temas de alguna manera ‘candentes’ y en los que suele andar pegada cierta forma de ‘militancia’ en determinada dirección, crece efectivamente el peligro de que no te vuelvan a enviar nuevos libros; es el peligro que hay que correr para poder hablar de ciertos temas polémicos. ¿Se deduce de ahí que el comentarista debería circunscribirse a comentar libros cuyas tesis comparte? En este caso, el posible lector nunca podría conocer comentarios escritos por quienes no comparten las tesis defendidas en libros poco honestos. Sea como fuere, me parece que el comentarista debe demostrar aquella mínima dosis de imparcialidad que se expresa en que comenta tanto libros que recomienda y alaba como libros que crítica y desaconseja. Esto, aun sin mencionar la gran dificultad de adoptar posiciones de plena coincidencia o de plena discrepancia con una obra. Cuando un comentario adopta esas actitudes absolutistas, le suele faltar, o madurez u honestidad.

La segunda presenta un sesgo más pragmático: ¿tienen alguna utilidad esos comentarios periodísticos? También en esto resulta difícil la respuesta; lo que hace desaconsejable generalizaciones del tipo ‘todos los lectores’, ‘todos los comentarios’, ‘impacto total’, etc.; lo probable se sitúa más bien en los campos opuestos: ‘algunos lectores’, ‘algunos comentarios’, ‘cierto impacto’… Por lo demás, cualquier tipo de influencia debe situarse en la continuidad: cuando uno es seguido por alguien a lo largo de una serie de artículos, recién el lector puede captar el ‘mensaje’. Debemos alejarnos, por consiguiente, de un concepto taumatúrgico, de mentalidad romántica, del tipo del rayo fulgurante que ‘abate’ reticentes o escépticos. Ahora bien, ¿carecería de sentido el comentario que nadie leyera? Sólo en la interpretación mágica de este tipo de comunicación. El comentarista busca lectores, naturalmente; pero esto no significa que en el momento ‘x’ el lector desconocido ‘y’ va a estar esperando el contenido ‘z’ de texto; más bien deberíamos interpretar que aquel texto publicado estará siempre allí, esperando el lector adecuado que encuentre en él lo que andaba buscando: un dato, una interpretación, una perspectiva… Y más allá de este concepto ‘eficacista’ de la función ensayística, cuando el comentarista produce un texto (su comentario) que, además de pronunciarse sobre otro texto (el libro comentado), también toma posición sobre la realidad a que se refiere ese libro comentado, ejerce el derecho de opinión; y en este sentido, cumple con un deber de responsabilidad ciudadana: difundir opiniones que cree legítimas, aunque no sean las únicas forzosa y exclusivamente defendibles.

Fuente: LA PATRIA
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